la huella sonora
Desconectados
Ahora leo más, paso tiempo pensando en silencio e incluso voy a bibliotecas públicas a rodearme de libros sobre Larra
Veto a los móviles en las aulas: estas son las comunidades autónomas donde ya están prohibidos
![Desconectados](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/opinion/2024/01/19/smart-phone-RrzSSsiVUz3F2Q8GZjoKxDK-350x624@abc.jpg)
Hace un par de semanas me caducó la tarjeta de crédito. Bueno, es un decir. En realidad, las tarjetas no caducan porque no son yogures. Y tampoco tienen fecha de consumo preferente, así que se trata simplemente de una fecha de validez máxima, de ... un día a partir del cual dejan de estar operativas. Aunque ustedes todo esto ya lo saben, así que no importa.
Y, además, el banco me ha enviado otra, idéntica a la anterior, como si fuera su hermana gemela. Podría considerarse un clon. Así que no debería pasar nada. Solo que sí que pasa: la tarjeta nueva es como la anterior, pero no es la anterior. Mantiene la
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misma apariencia, el mismo número y estoy casi seguro de que mantiene también el mismo CVV, ese código cuya utilidad me resulta incomprensible. Así que, en realidad, solo la cambia la fecha.
Y todo esto, que debería resultar algo anecdótico, ha supuesto un cambio radical en mi vida. Todo comenzó con un aviso: el pago de la suscripción a la plataforma de series 'A' no ha podido llevarse a cabo. En ese momento estaba haciendo algo importante, algo que no podía abandonar solo para ponerme a buscar la tarjeta, meterme en la plataforma e introducir los nuevos números, así que decidí posponerlo.
Pero no lo hice y a los dos días me sucedió lo mismo con la suscripción a la plataforma de cine 'B'. Me dije que no pasaba nada, que ya haría el cambio de las dos a la vez. Pero se me olvidó y a los pocos días me llegó un aviso de la plataforma 'C' así como una alerta de un periódico de izquierdas al que me había suscrito para seguir la campaña de Sánchez desde dentro. El trabajo se me amontonaba, pero mi vida seguía como si nada. Durante las dos siguientes semanas me caducaron otros dos periódicos, un servicio premium de envíos y el impuesto revolucionario para ver videos sin anuncios. Y decidí que ya estaba bien, que no estaba notando la diferencia de no tener todo eso porque no lo usaba. Y que no iba a renovar nada hasta que no me resultara necesario. A ver a dónde llegamos.
No sé el tiempo que hace en Toronto, si quiero saber en qué año nació Leonard Cohen me espero y no tengo ni idea de cómo va el Madrid de baloncesto
Mes y medio después no solo no he actualizado nada, sino que he tomado la decisión de no hacerlo, exceptuando la suscripción a los periódicos en los que escribo y la plataforma de música, que me acompaña mientras trabajo. Y eso es mucho tiempo. Me siguen llegando avisos cada día, en algunos casos de servicios a los que ni siquiera recordaba haberme suscrito. Pero cada vez que no consiguen efectuar el pago, me siendo liberado, como si de alguna manera estuviera recuperando el control de una vida real, física y sujeta a la experiencia sensorial inmediata: solo existe lo que puedo tocar, mirar, oler. Ahora leo más, paso tiempo pensando en silencio e incluso voy a bibliotecas públicas a rodearme de libros sobre Larra, solo para obligarme a mantener el teléfono apagado.
Y cuando salgo no lo enciendo. Paseo sintiendo el inmenso placer de no tener nada más que mi cuerpo, de no tener más conexión con el universo que mis sentidos. Nadie me puede contactar, no puedo contactar con nadie. No sé el tiempo que hace en Toronto, si quiero saber en qué año nació Leonard Cohen me espero y no tengo ni idea de cómo va el Madrid de baloncesto. Y no pasa nada por no saberlo todo, por no tener acceso a toda la información durante todo el tiempo y, sobre todo, por estar ilocalizable. Eso es lo mejor de todo, la inmensa sensación de libertad de dejar el móvil en casa y apagado y no dar explicaciones a nadie de dónde estás o por qué no contestas.
Pasear como un loco que no tiene nada más que dos ojos, dos orejas, un corazón y una columna. Y volver a la vida en tres dimensiones, a la realidad inmediata, a la aristocracia del aislamiento voluntario, al cine, al libro y a la observación de la belleza de las cosas, como un modernista. No creo que falte mucho tiempo para que los jóvenes se den cuenta de todo esto, empiecen a destruir sus móviles, como luditas, y veamos nacer la moda de vivir sin móviles y disfrutar de la aventura de salir a la calle sin más, algo que no han hecho nunca. La moda de dar la bienvenida a la vida real, de decirles a sus padres que no es justo haberles obligado a vivir conectado y a estar eternamente localizables para después culparlos por ello. Se acabarán liberando de las cadenas que les hemos impuesto. Veremos supuestas fugas de chavales que, dos días después, nos dirán que solo querían ser personas y vivir la aventura de sentirse, por vez primera, humanos limitados. Terriblemente solos. E inmensamente libres.
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