La imagen de Jospeph Blatter mofándose de Cristiano Ronaldo ante un grupo de estudiantes de Oxford define al personaje. Después de aquello, pensamos que ya poco quedaba por ver en ese patético organismo en que se ha convertido la FIFA. Pero ha habido más, mucho más. La lista es larga: los sobornos en la concesión del Mundial de Qatar deberían haber mandado a casa al mandamás del fútbol. Evidentemente, no se fue. Tampoco provocó su dimisión el escándalo de la reventa de entradas del Mundial que ha salpicado a una empresa participada por un sobrino suyo. Si Blatter se cree inmune a asuntos tan serios, ¿cómo le van a afectar otras chapuzas aparentemente menores como las que se han ido concatenando a lo largo del Mundial de Brasil?