El Sahel, una tierra fértil para el terrorismo
La presencia de Rusia en África responde al fracaso de Occidente en su lucha contra el yihadismo
Los países del Sahel echan a EE.UU. y llaman a los rusos, que ofrecen sus servicios a cambio de explotaciones mineras
El golpe de Estado en Níger evidencia el creciente poder de Rusia en África ante la desidia de Occidente
Un militar francés realiza una labor de vigilancia en la región de Gourma (Mali)
Cada 25 de mayo se celebra el Día de África para conmemorar la creación, en 1963, de lo que hoy es la Unión Africana. Los objetivos iniciales de esta organización, conformada actualmente por las 54 naciones del continente, eran la defensa de la independencia y la erradicación de cualquier vestigio colonialista. Propósitos que han evolucionado y que ahora se centran en el desarrollo económico del territorio. Un reto al que África todavía tiene que hacer frente y que los conflictos armados, el debilitamiento financiero y la inestabilidad política dificultan.
Gran parte del desafío continental se concentra en el Sahel, una delgada franja de tierra semiárida al sur del desierto del Sahara que se extiende desde Senegal hasta Eritrea. Una zona que España considera prioritaria no solo por ser suelo fértil para el yihadismo sino por el tráfico ilícito de humanos, armas o drogas con destino a Europa, que emplean como fuente de financiación, y el aumento de refugiados que huyen de la inseguridad y las pésimas condiciones económicas.
—¿Cómo ha llegado el Sahel a la situación de inestabilidad?
—Habría que considerar las trayectorias individuales de cada país, pero, si nos limitamos a los tres países del Sahel central, Malí, Burkina Faso y Níger, es posible observar algunas similitudes— responde a ABC Fahiraman Koné, responsable de las investigaciones del Sahel en el Instituto de Estudios de Seguridad (ISS)—. Existe en esas naciones una inestabilidad política histórica; Burkina Faso tiene un récord de siete golpes de Estado, mientras que Mali y Níger, que han experimentado cinco cada una, se han enfrentado a cuatro y dos rebeliones respectivamente desde 1960. Su debilidad institucional ha mermado su economía y sus Ejércitos poco preparados no han podido hacer frente a los grupos yihadistas que irrumpieron en la región desde Argelia, particularmente en el norte de Malí en 2012, aprovechando el resurgimiento de la cuarta rebelión del país.
A pesar del apoyo masivo de los Ejércitos occidentales, liderados por Francia, los terroristas se han extendido por las tres naciones y avanzan hacia los países costeros de África occidental. Lo hacen, según Koné, aprovechándose de las tensiones locales en torno a los recursos cada vez más escasos en el Sahel. «Los grupos extremistas se han beneficiado de las frustraciones ciudadanas contra las Administraciones corruptas e injustas y de las respuestas estatales excesivamente militarizadas que provocan abusos hacia la población y fomentan el reclutamiento dentro de las comunidades víctimas».
Este mes, Europa abandonó militarmente el Sahel. No hubo acuerdo entre los 27 para prorrogar la misión en Mali, y el mayor beneficiado es Rusia, que puede ejercer su influencia sin competencia occidental. «Estas rupturas y realineamientos estratégicos contribuyen a alimentar la creciente desconfianza entre los Estados vecinos, como vemos en las tensiones abiertas entre Níger y Benin, o latentes entre Burkina Faso y Costa de Marfil», comenta Koné. «Sin embargo, la presencia de Rusia no es nueva; bajo otros regímenes, ya ha sido un socio importante. Y su retorno responde, sobre todo, a los fracasos de diez años de cooperación en materia de seguridad entre el Sahel y los países occidentales en la lucha contra el yihadismo. Además, durante esta década de asociación, los Ejércitos nacionales pudieron mejorar sus capacidades materiales, mientras que la alianza rusa es menos restrictiva y facilita la adquisición de equipo militar».
El cinturón golpista
Debido a la recurrencia de los 'coup d'État', se ha creado un concepto geopolítico que refiere a esta inestable región: el cinturón golpista. Golpes antidemocráticos que en Occidente son vistos con malos ojos, pero que en África son aplaudidos por la esperanza que generan. Una parte de los africanos ve en los regímenes militares una manera de poner fin a la violencia, y las crisis derivadas, que los Gobiernos electos no han podido combatir. Una encuesta publicada el año pasado por Afrobarómetro, demuestra que el número de personas que apoyan la democracia y las elecciones en África ha disminuido. Hace una década, el 73% de los encuestados prefería la democracia antes que otro sistema de gobierno, pero ahora solo el 68% lo antepone.
«Cuando se habla de un golpe de Estado en el contexto español, la primera figura que aparece es la dictadura de Franco», comenta el historiador marfileño Dagauh Komenan, «pero desde un punto de vista africano, se ve que, en muchos casos, los golpes han servido para avanzar, por muy paradójico que pueda sonar».
Debido a la recurrencia de los 'coup d'État', se ha creado un concepto geopolítico que refiere a esta inestable región: el cinturón golpista
«Por ejemplo, en Liberia, la rebelión de 1980 puso fin al 'apartheid' que había en el país, poniendo en marcha una constitución mucho más igualitaria; en Burkina Faso, el golpista Tomás Sankara logró alcanzar la autosuficiencia alimentaria en cuatro años, algo que la élite política no había podido conseguir; en Ghana, Jerry Rawlings logró estabilizar la situación económica de la nación hasta convertirla en el país con el mayor crecimiento a nivel mundial. Entonces en Mali, Burkina Faso o Níger la gente percibe los golpes de Estado como una oportunidad de reestablecer el juego político y de implementar cambios positivos».
—¿Y cuál puede ser el rol de España en este escenario?
—Cuando los malienses echaron a las fuerzas militares de distintos países, España permaneció —señala Komenan—. Porque no está percibida, a diferencia de Francia, como una potencia neocolonial. Entonces podría aprovecharse de esta percepción y de esta relación amistosa para desarrollar una política de cooperación y competir en igualdad de condiciones con Rusia y China. Siendo España una democracia, podría contrarrestar la influencia de estos regímenes autoritarios y fomentar soluciones democráticas a los problemas que azotan la región.
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