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«Nos estamos hundiendo»: los países que están condenados a desaparecer en los próximos años

El océano se está 'tragando' la tierra y derribando todo obstáculo a su paso es la síntesis de una desaparición que ocurre a cámara lenta para unos y se acelera para otros

Todos los récords de calor fueron superados con creces en 2023, según la OMM

Peia Kararaua, 16 años, nada en una de las zonas inundadas de Kiribati unicef // Vídeo: MSF
Alexia Columba Jerez

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Pensemos en un hombre mirando al horizonte sumergido hasta la rodilla, y lo que hace unos años era una costa con metros de distancia, hoy se estrecha sin cuartel. El océano se está 'tragando' la tierra y derribando todo obstáculo a su paso. La conquista no es sobre tierra firme, y la erosión del agua no es austera para subestimar sus resultados. Tocado y hundido, es la síntesis de una desaparición que ocurre a cámara lenta para unos, y se acelera para otros. Pero la realidad, al final, es que está ocurriendo, y las pruebas son tan evidentes como palpables para los que están en primera línea.

Niños juegan después de un ciclón en Vanuatu, 2015 unicef

Puede ser complicado imaginar la desaparición literal de todo un país, pero si se dan los factores adecuados tenemos una ecuación desafortunada, y lo que ayer era tu casa, hoy puede estar medio sumergida y mañana totalmente anegada hasta convertirse en un recuerdo bajo las aguas. La ONU, la OMS o la NASA, entre otras, coinciden en la sentencia. Y Simon Kofe, el ministro de Relaciones Exteriores de Tuvalu, uno de los primeros lugares del mundo amenazados que está evaluando pasar todo un país al metaverso para preservar su existencia y su cultura, ya lo avisó alto y claro en la COP 26 de las Naciones Unidas: «Nos estamos hundiendo». Ustedes decidan si creerlo o no.

Simon Kofe, ministro de Justicia, Comunicación y Relaciones Exteriores de Tuvalu captura vídeo youtube

Y es algo en lo que vale la pena pensar, teniendo en cuenta que 900 millones de personas viven en zonas costeras a poca altura, es decir, uno de cada diez habitantes del planeta, según la ONU.

Nauru, la Isla donde los niños quieren morir

Tuvalu no es la única. Nauru corre la misma suerte. Poco más grande que Ceuta, es una lista de calamidades. Su historia es una de ésas que cae hasta el fondo y sigue cavando. Y ninguna de estas afirmaciones es gratuita. Pongámoslo así, si fueras un niño de Nauru estarías de pie sobre un secarral expuesto al aire y el agua contaminada, paseando por una tierra devastada, donde la carne en conserva, la cerveza y las patatas fritas son el menú del día. Lo que se traduce en que Nauru sustente el récord de ser la nación con el mayor número de casos de diabetes y obesidad infantil del mundo.

Tras el expolio que vivió a manos de sus políticos, el mayor problema fue que el 80% de su terreno quedó yermo y sin recursos naturales. La población local se vio expuesta a un 90% de desempleo. Como nos comenta Beth O'Connor, doctora de Médicos Sin Fronteras (MSF) que estuvo en la isla en 2017, el suelo presentaba una alta presencia de cadmio.

Acuciada entre la espada y la pared Nauru se vendió al mejor postor y se convirtió en una cárcel al aire libre para los refugiados que Australia no quería. A cambio recibía 1.000 dólares por asilado. Los campos de refugiados se extendieron más allá de la vista durante años. Nauru llegó a recibir el nombre del 'Guantánamo del Pacífico'.

Video. Kazem, uno de los refugiados que estuvo en Nauru msf

Tanto Unicef, como Médicos sin Fronteras, que fue expulsada en 2018, comparten historias de niños que les confesaban que querían morir. De hecho, de entre los muchos informes que se dieron a conocer puede leerse uno de septiembre de 2014. Habla de una niña asilada en uno de los centros de internamiento de Nauru que se había cosido los labios, cuando un guarda la vio, empezó a reírse de ella. No en vano, esta república insular es también uno de los lugares con las tasas más altas de suicidio infantil del planeta. «Niños de tan solo 9 años les han dicho a nuestro personal que preferirían morir antes que vivir en un estado de desesperanza», afirma O'Connor. El problema se extiende a locales, y sigue vivo, mientras ven como su tierra se expone a la desaparición.

MSF nos pasaba la historia de Kazem,un nombre ficticio para mantener su anonimato que fue un refugiado iraní que estuvo retenido con su esposa en la isla de Nauru durante cinco años y tres meses. «Hoy tal vez las noticias nos brinden algo de esperanza, pero mañana puede que veamos que en realidad nos van a destruir más que ayer». Esta es la realidad del que fue una vez uno de los países más ricos del mundo (por PIB per cápita). Tenía el apodo de 'Isla agradable', y de eso no hace tanto. Otra historia olvidada que se hunde en medio del Pacífico.

El miedo a ser un canario en la mina

La seguridad alimentaria, hídrica o energética está en juego para estas poblaciones. El doctor Lachlan McIver, asesor de Médicos sin Fronteras en materia de enfermedades tropicales y salud planetaria ha señalado públicamente que los pequeños estados insulares del Pacífico son como «canarios en la mina de carbón» de lo que está ocurriendo en el mundo. Lo que tenemos es un panorama de 7.500 islas repartidas en 30 millones de kilómetros cuadrados. Y hay Estados atolones que apenas alcanzan unos metros sobre el nivel del mar.

Atención de Médicos sin Fornteras en Kiribati msf

La portavoz de comunicaciones de UNICEF Pacífico es asertiva en su presentación a ABC. Señala que la oficina del Pacífico cubre 14 países, incluidos las Islas Cook, Fiji, Kiribati, las Islas Marshall, los Estados Federados de Micronesia, Nauru, Niue, Palau, Samoa, las Islas Salomón, Tokelau, Tonga, Tuvalu y Vanuatu. Estos países y territorios albergan alrededor de un millón de niños menores de 18 años, que viven en islas y atolones que cubren un área del tamaño de los Estados Unidos y Canadá. Y el 90% de la carga de enfermedades atribuibles al cambio climático lo soportan niños menores de 5 años.

Y lo cierto es que «las investigaciones muestran que un niño nacido hoy en la región de Asia y el Pacífico experimentará tres veces más inundaciones de ríos y ocho veces más olas de calor a lo largo de su vida que un niño nacido en 1960. Y un promedio de seis veces más probabilidades de enfrentar a un desastre natural que la generación de sus abuelos», señalan desde Unicef Pacífico.

Lilly Teafa, como tuvaluana, conoce de primera mano lo que ocurre y trabaja en iniciativas sobre el cambio climático. Desde niña ha ido observando los cambios que están pasando en Tuvalu. Nos comenta que su experiencia personal sobre lo que está sucediendo se resume en la palabra miedo. «El sentimiento de incertidumbre, de perder algo, el miedo a ahogarme, ¡el miedo a luchar! Y el peor sentimiento en este mundo es el «miedo». Porque significa que estás «desesperado», eres «inútil» o «indigno». El aumento del nivel del mar siempre es algo con lo que hemos aprendido a vivir, pero últimamente es perturbador para nuestra gente, ya que cada vez más la alta mar extrema nos golpea más de lo habitual».

Y añade «destruye nuestro ganado, nuestros hogares y de alguna manera siento que un golpe más de esta 'alta mar', seguramente se cobrará vidas. ¡Adaptarse a esto está totalmente fuera de lugar! Siento que nuestro pueblo sabe que esta es una lucha que ya hemos perdido, pero aún así luchamos por nuestras comunidades, por nuestra soberanía. Porque no queremos pagar por los errores de otra persona».

La paradoja del agua

Mientras en Kiribati, MSF describe que la pequeña masa de tierra firme es especialmente vulnerable. El punto más alto está a solo tres metros sobre el nivel del mar. Con el retroceso del terreno los árboles yacen donde antes había playas. Las viviendas se abandonan a medida que el agua se aproxima y los sacos de arena se alinean en la costa tratando de protegerla. Ya que con la marea alta, las olas se estrellan contra la carretera principal y contra las casas. Y junto con la erosión, aumenta la salinización de las fuentes de agua subterránea, del suelo y las temperaturas.

Frank, de 13 años, en Islas Marshall, sobre un rompeolas artificial que protege a su familia de la subida del agua unicef

Explican que se da lo que se ha venido a llamar 'la paradoja del agua': la subida del mar y las inundaciones conviven con la escasez de agua potable, porque los pozos están contaminados por el agua del mar y el manejo inadecuado de residuos. Y esto implica amenazas directas e indirectas para la salud humana: lesiones, brotes de enfermedades y desnutrición.

Aumenta el riesgo de diarrea y de infecciones cutáneas. No en vano, por ejemplo «Kiribati tiene una de las mayores cargas de enfermedad del mundo, incluida la mayor incidencia de lepra y tuberculosis; y una de las tasas más bajas de acceso a la atención primaria», explica Alison Jones, coordinadora médica de MSF en la zona en el informe ‘Kiribati: el país donde colisionan la salud humana y la del planeta’. Y el 81% de la población ya se ha visto directamente afectada.

Tinte Itinteang, ministro de Salud y Servicios Médicos en Kiribati, ha declarado a las ONG que en algunas zonas tienen una densidad de población que es el doble de la de Tokio. Y un estudio científico publicado en la revista 'Science Advances' ya concluía, en 2018, que «la mayoría de las naciones de atolones serán inhabitables». En tan solo 15 años algunos de los territorios del Pacífico Sur llegarán a este escenario.

La palabra clave

Arthur Webb, investigador de la Universidad de Wollongong en Australia y del Programa de Desarrollo de la ONU, apunta a ABC que la palabra clave aquí es 'atolón'. Las islas atolones son, por naturaleza, muy bajas, pequeñas y expuestas. Esto las hace extremadamente vulnerables. Y están compuestas en su mayoría por restos de arrecifes de coral que alguna vez estuvieron vivos.

«Una explicación sencilla es que los arrecifes circundantes crecen, los fragmentos se rompen continuamente por la acción de las olas y estos fragmentos son los que construyen las islas de los atolones. Por esta razón, las costas de la isla son dinámicas y requieren una reposición continua de los ecosistemas de arrecifes circundantes para seguir siendo funcionales y protegiendo las costas» explica Webb.

Además, la mayoría de las tierras de cultivo también están precisamente ubicadas en áreas bajas, lo que representa una seria amenaza a la capacidad de la tierra para sostener los medios de vida cuando se producen tifones, ciclones o inundaciones. Al mismo tiempo la región del Pacífico podría experimentar una disminución a la mitad en la captura de peces. Lo que es preocupante para países como Kiribati, donde la pesca representa el 80% del ingreso nacional. «Un aumento de 50 cm en el nivel del mar podría provocar la desaparición del 80% del atolón de Majuro en la República de las Islas Marshall», afirman desde UNICEF Pacífico.

Cóctel explosivo

Un estudio realizado en Tuvalu reveló que la suma de todos estos elementos provoca que el 95% de la población sufra de ansiedad, incluso a niveles que perjudican realizar tareas diarias. Y una vez más, volvemos a ver elevadas tasas de suicidio. Una cuestión que analiza el estudio ‘Suicidio e intentos de suicidio en las islas del Pacífico: una revisión sistemática de la literatura’.

Peter Sinclair miembro de la Comunidad del Pacífico (SPC) que es la principal organización científica y técnica de la región del Pacífico detalla que lo que tenemos es «una existencia principalmente basada en la supervivencia». Infraestructuras como escuelas, centros médicos, carreteras o instalaciones eléctricas están amenazadas.

Efectos del aumento del nivel del mar en Kiribati msf

Al tiempo que la población se ve sometida a una mayor presión para adaptarse a estos cambios, e intentan encontrar soluciones «con defensas para la protección costera, la recuperación de tierras con el dragado de arena, la elevación de viviendas o la reubicación de las comunidades». Y a esta cuestión se une una migración dentro de los países insulares del Pacífico. Un cóctel explosivo que las ONG denuncian sin obtener grandes resultados en la concienciación del público.

Ejemplo paradigmático, Kiribati

Desde MSF señalan que Kiribati es el único país del mundo que toca los cuatro hemisferios. Sus 32 atolones y una isla de coral se sitúan entre Australia y Hawái y, en conjunto, abarcan 811 kilómetros cuadrados de tierra firme, en una vasta zona oceánica de 3,5 millones de kilómetros cuadrados. A algunas islas orientales se tarda una semana en llegar en barco desde la isla principal. Y la mitad de la población total-120.000 personas- vive en la capital, Tarawa del Sur. La isla principal es una delgada franja de tierra con forma de bumerán que apenas puede albergar a todos sus habitantes.

Kiribati msf

En ningún lugar es esto más evidente que dentro de los límites de una isla. «Aquí se produce una colisión entre la salud planetaria y las enfermedades no transmisibles, como la diabetes, que no se ve en ningún otro sitio. Y afecta al 70% de los adultos», afirma el doctor Lachlan McIver. Especialmente porque la mayor parte de la población depende de comida importada. El problema está en que una calabaza puede costar 20 euros, y una sandía 32 euros, algo que está fuera del alcance de la mayoría de los bolsillos, dado que el salario mínimo ronda el euro por hora.

De ahí que pueda haber al mismo tiempo casos de desnutrición en niños y adultos con sobrepeso. La mortalidad infantil es diez veces la de Australia y Nueva Zelanda. Sue Bucknell, coordinadora del proyecto MSF en Kiribati nos describe que en las últimas dos semanas han visto 4 muertes en el mismo pabellón debido a un brote de diarrea acuosa aguda. «Estos datos tienden a no aparecer en los titulares debido a la población relativamente pequeña de Kiribati, pero cuando se miran como un porcentaje de la población son significativos», señala Bucknell.

Y el acceso a medicamentos vitales se encuentra con el problema del tiempo. Desde MSF nos hacen saber que cuando por fin llegaron a Kiribati las leches terapéuticas para los bebés con desnutrición ya habían caducado. Tardaron ocho meses en llegar desde Europa. Para MSF está claro: «La crisis climática es una crisis sanitaria y humanitaria».

¿Un parche o una solución? Una nación en la nube

Países como Singapur a más largo plazo también estarán amenazados por la desaparición, por eso optaron por la transformación de 130 km2 de agua en tierra. Y lo consiguió robando arena en zonas del Pacífico. Es más, se le acusa de la desaparición de veinte islas en unos pocos días. Mientras, en lugares donde urgen ya las soluciones, un país puede llegar a ofrecer tierras para la reubicación, pero a cambio de derechos marítimos y pesqueros. En el caso concreto de Tuvalu, fue Australia la que les ofreció refugio al tiempo que eso le permite contrarrestar la influencia creciente de China en estos pequeños países.

Para la ONU es cuestión de garantizar la justicia climática y reducir las emisiones de carbono de los grandes emisores. Pero la Asamblea General y la población de los lugares en riesgo se preguntan qué sucede con la soberanía de una nación, incluida la membresía de la ONU y su derecho a voto, si se hunde bajo el mar. Hay reglas sobre la creación de Estados, pero no hay ninguna sobre su desaparición física. ¿Quién se preocupa por sus poblaciones desplazadas? ¿Y cómo afectaría eso a las zonas económicas exclusivas?

El problema es que nos existe una disposición amplia y en firme para la protección de los refugiados climáticos en virtud de la Convención de las Naciones Unidas sobre Refugiados. En teoría, un país solo puede tener una zona marítima si posee territorio terrestre.

Para subsanar estos vacíos y a raíz de las declaraciones de Kofe en la COP26, que obtuvieron más de ocho millones de visualizaciones surgió 'Futuro Ahora' para Tuvalu. Pretende garantizar la condición de Estado del país, sus fronteras marítimas en caso de que dejara de existir. Y también recoge la idea de convertirse en una nación digital. De hecho, Tuvalu se ha convertido en la primera nación totalmente digitalizada que existe en el metaverso. La idea es ayudar a preservar el lenguaje en caso de que la población se dispersara por todo el mundo. Y es una forma de coordinar todos los servicios gubernamentales, administrativos y consulares para seguir encontrándolos en la nube.

Sin embargo, esto no es más que un parche a un problema creciente en esta zona del Pacífico. Las evidencias deberían dejar poco margen para la duda, pero lo cierto es que la impotencia cotidiana resuena en el silencio. Ya lo decía Albert Camus: «El hábito de la desesperación es peor que la desesperación misma». La amenaza existencial es un hecho para sus habitantes, y unos grados de más pueden convertirse en una realidad asertiva que empieza como termina: «Nos estamos hundiendo».

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