La lucha sin fin de los venezolanos: claves de unas elecciones históricas
Cúcuta (Colombia), febrero de 2019. Cientos de miles de Venezolanos se concentran en la frontera entre Colombia y Venezuela para exigir al régimen de Nicolas Maduro que ceda y permita la entrada de la ayuda humanitaria que necesita Venezuela para paliar la crisis humanitaria que vive el país
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La historia reciente de Venezuela refleja un ciclo recurrente de esperanzas frustradas y una oposición que, pese a numerosos intentos, no ha logrado cambiar el rumbo bajo la presidencia de Nicolás Maduro. En un país donde la democracia se ha convertido en un ... término difuso, las elecciones presidenciales se presentan como un escenario repleto de incertidumbres y cálculos estratégicos. La pregunta que se cierne sobre los venezolanos no es solo quién será el próximo presidente, sino cómo se llegará a esa decisión y, sobre todo, si el resultado reflejará la voluntad popular.
La última década los venezolanos han tenido que vivir un torbellino de espectativas y decepciones. Desde que Maduro asumió la presidencia en 2013, los líderes opositores han ido a las urnas y orquestado una serie de movimientos y movilizaciones que, aunque multitudinarios y vehementes, han terminado en fracaso.
Desde el cacerolazo de 2013 para rechazar los resultados electorales, la oposición ha mostrado una capacidad inigualable para movilizar a la población. Henrique Capriles, entonces líder de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), convocó a miles de venezolanos a desconocer la victoria de Maduro con un estruendoso cacerolazo que resonó en todo el país. Sin embargo, las protestas pronto perdieron fuerza y Capriles optó por la vía judicial, lo que marcó el comienzo de un debilitamiento en su liderazgo y el ascenso de otras figuras opositoras como Leopoldo López.
Represión brutal
'La salida' de 2014, con López a la cabeza, parecía ser la respuesta a la creciente crisis en Venezuela. La represión fue brutal y las calles se llenaron de manifestantes y fuerzas de seguridad en un enfrentamiento que dejó cientos de muertos. A pesar de la valentía de los opositores, el objetivo de buscar un cambio se desvaneció nuevamente, sumergiendo al país en una espiral de violencia y desesperanza.
El triunfo de la oposición en las elecciones parlamentarias de 2015 fue un rayo de luz en medio de la oscuridad. Con una mayoría en la Asamblea Nacional, parecía que finalmente había una oportunidad real de cambio. No obstante, el Tribunal Supremo de Justicia declaró en desacato a la Asamblea, y el gobierno de Maduro ignoró sus poderes. La 'toma de Venezuela' en 2016 fue otro intento fallido de movilizar masivamente a la población para exigir un referéndum revocatorio que nunca llegó a realizarse.
Las guarimbas de 2017 fueron duros enfrentamientos durante casi 60 días entre manifestantes y fuerzas de seguridad tras los que se registraron 127 muertes y más de 3.000 personas heridas para exigir el restableciminto de la inmunidad de los parlamentarios opositores.
Finalmente, el país asfixiado por la desesperanza y la crisis, surgió una figura que prometía ser el catalizador del cambio. Juan Guaidó, un joven diputado con un semblante de esperanza, se erigió el 23 de enero de 2019 como el presidente encargado de Venezuela en un acto de juramentación que resonó no solo en las calles de Caracas, sino en los pasillos diplomáticos de más de 50 países que rápidamente lo reconocieron como el legítimo jefe de Estado. Este fue el preludio de lo que se conocería como la Operación Libertad.
Cerco fronterizo
La Operación Libertad de 2019, liderada por Guaidó, fue un testimonio de la resistencia y persistencia de la oposición venezolana. El 23 de febrero de ese año, con una carga simbólica y material, cientos de toneladas de ayuda humanitaria esperaban en la frontera con Colombia y Brasil, listas para cruzar. Guaidó, desafiando a las autoridades de Maduro, intentó romper el cerco fronterizo con la esperanza de que los militares se unieran a su causa. Pero el cerco no se rompió. Ningún camión logró cruzar la línea y las fuerzas armadas no se quebrantaron.
El 30 de abril, Guaidó y el opositor Leopoldo López –que se encontraba preso en su casa– lanzaron lo que denominó la 'fase final' de la Operación Libertad. Un nuevo llamado a civiles y militares a sumarse a una gran movilización sostenida que pretendía poner fin al gobierno de Nicolás Maduro. La esperanza renacía, pero la realidad se imponía con una crudeza implacable y su plan nuevamente se frustró.
Cinco años después de aquella proclamación en la que Guaidó se juramentaba en un cabildo abierto, el llamado Gobierno Interino concluyó con más pena que gloria y todos sus líderes en el exilio y enredados en un presunto entramado de corrupción. Lo que comenzó como una maniobra política sin precedentes, destinada a constituir un gobierno de transición que llevara al «cese de la usurpación» y a la realización de unas elecciones libres, nunca llegó a materializarse.
El fracaso de estos movimientos puede atribuirse a varios factores: la represión violenta del gobierno, la falta de unidad y estrategia clara dentro de la oposición, y una población cada vez más exhausta y desilusionada. Además, el apoyo internacional, aunque significativo, ha sido errático y a menudo insuficiente para provocar un cambio real.
Se subestima a Maduro, pero ha demostrado una capacidad asombrosa para sortear sanciones, superar elecciones cuestionadas y capear casos de corrupción
Durante años, se ha subestimado a Nicolás Maduro, pero ha demostrado una capacidad asombrosa para sortear sanciones económicas y personales, superar elecciones cuestionadas, desmantelar conspiraciones, capear escándalos de corrupción. Sus principales rivales han sido eliminados del juego político, ya sea por inhabilitación o encarcelamiento. Sin embargo, el repudio no se dirige solo hacia su figura, sino también hacia la maquinaria electoral que lo sostiene: un engranaje complejo y bien lubricado que maneja recursos significativos, incluso en tiempos de austeridad. Esta estructura ejerce una influencia decisiva sobre el proceso electoral, permitiendo que, tras 11 años en el poder, Maduro siga obteniendo resultados en torno a los 30 puntos porcentuales.
Coerción de los votantes
El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) todavía tiene acceso a recursos masivos del Estado el día de las elecciones, incluyendo miles de autobuses y camiones de las instituciones públicas para movilizar a los votantes. Estos recursos, combinados con la operación de movilización y coerción puerta a puerta de los votantes del PSUV, denominado el 1x10, podrían resultar en una tasa de conversión más alta que la de la oposición, que dependerá principalmente de la motivación de la gente.
El Gobierno tiene la mejor estimación de participación. En la última década, ha construido enormes bases de datos interconectadas para programas sociales y nóminas gubernamentales. Con estas bases de datos, podría saber fácilmente, por ejemplo, cuántas personas en los últimos años no han reclamado sus transferencias monetarias del Gobierno, no han presentado declaraciones de impuestos e, incluso, quiénes salieron legalmente del país y no han regresado. También saben cuántas personas han renovado su pasaporte venezolano en el extranjero. Disponen de una enorme cantidad de datos para inferir cuántos votantes están fuera del país y hacer sus cálculos sobre sus posibilidades de ganar las elecciones.
Capacidad de manipulación
En este entramado de control y recursos, la frase de Winston Churchill resuena con inquietante precisión: «Sólo me fío de las estadísticas que yo mismo he manipulado». Esta capacidad de manipulación y control es la que permite a Maduro y su aparato electoral desafiar todas las expectativas y mantenerse firmes en el poder. Subestimados quizás, pero nunca desprovistos de astucia y recursos, despliegan un discurso amenazante que plantea el proceso como una elección entre «paz y guerra», insinuando que una victoria opositora se traduciría en un «baño de sangre». Este retórico chantaje no es nuevo; ya había sido utilizado por su antecesor, Hugo Chávez, en las elecciones de 2012.
Ahora, imaginen el escenario electoral que se avecina. Diez son los candidatos que se disputarán la contienda, pero nos enfocaremos en los dos que encabezan el proceso. Las encuestas más confiables indican que Edmundo González, opositor respaldado por la inhabilitada líder política María Corina Machado, aventaja a Maduro por un margen de 15 a 20 puntos. Sin embargo, esa distancia en las encuestas no siempre se traduce en una victoria en las urnas. La clave reside en la habilidad de ambos bandos para transformar las preferencias en votos efectivos el día de las elecciones. Es importante tener en cuenta que no menos de un 5% de los votos se los llevaran ese puñado de candidatos opositores que no acompañaron la unidad.
La maquinaria electoral que sostiene a Maduro es un engranaje complejo y bien lubricado que maneja recursos masivos, incluso en tiempos de austeridad
Maduro enfrenta un desafío titánico: renovar el pacto cívico-militar que ha sostenido su Gobierno desde la muerte de Hugo Chávez. Este pacto, sin embargo, muestra signos de desgaste. Muchos en la alianza chavista podrían haber llegado a la conclusión de que ya no les sirve. En un escenario de alta participación electoral, este desgaste podría ser fatal para Maduro. Pero, si la participación es baja, sus posibilidades de ganar aumentan significativamente.
El electorado venezolano es complejo. Hay 21,4 millones de ciudadanos inscritos para votar dentro de Venezuela. Según cifras de la ONU, 7,7 millones de venezolanos viven en el extranjero, de los cuales se estima que 4,2 millones están en edad de votar. Estos votantes, que representan alrededor del 20% del electorado, no podrán participar, inclinando la balanza desde el inicio, es decir que la abstención de este proceso electoral sería la más alta. Porque se excluyeron a estos venezolanos que están fuera del país.
Además, dentro de Venezuela, cerca de un millón de personas están inscritas para votar en estados diferentes a los que residen. La escasez de gasolina y otras dificultades económicas hacen poco probable que muchos de ellos puedan viajar para votar. Esto reduce aún más el electorado potencial.
Los datos historicos del poder electoral venezolano nos hacen ver que la participación en las urnas es, sin duda, un factor determinante. En las presidenciales de 2012 y 2013, vimos un 80% de participación, lo cual se tradujo en una masa de votantes cercana a los 13 millones. Pero, ¿qué pasa si la participación cae al 65% o 70%? De repente, esos 13 millones se reducen a unos 11 millones. Este descenso es significativo, especialmente si se considera que en 2012 y 2013 hubo más de 15 millones de votos, mientras que en las polémicas elecciones de 2018 solo votaron 9,4 millones. Es una señal de que la gente pierde interés en el proceso electoral.
Juego de números
Ahora, imaginemos el escenario en el que Maduro podría ganar. Todo se reduce a una combinación de baja participación y una alta tasa de conversión de preferencias a votos chavistas y maduristas. En una elección con baja participación, esa cifra podría ser suficiente para asegurar la victoria. Es un juego de números, pero también es un juego de percepciones y realidades que no podemos ignorar ni dejarnos llevar por el imaginario de las campañas políticas en redes sociales.
Las encuestas no son siempre las más acertadas, ni tampoco las imágenes que se reflejan en medios. La realidad es mucho más compleja y, a menudo, las encuestas y las redes sociales nos ofrecen un reflejo distorsionado de lo que está sucediendo en el terreno. Hay que entender que, en el juego político, lo que se muestra y lo que se oculta pueden ser igual de importantes. No se trata solo de lo que se ve, sino de lo que se mueve por debajo de la superficie, de las dinámicas invisibles que pueden cambiar el curso de una elección. Es un mundo de sombras y luces, donde la verdad y la mentira se entrelazan, y donde la percepción puede ser más poderosa que la realidad misma.
En conclusión, la posible victoria de Maduro, pese a las adversidades, no es fruto del azar, sino de una serie de factores que van desde la movilización estratégica de su base hasta la desmotivación y desmovilización del electorado opositor. En un país donde cada voto cuenta y los márgenes son estrechos, la matemática electoral se convierte en un juego de precisión quirúrgica. Así, en el laberinto de la política venezolana, la victoria de Maduro podría ser, para muchos, un espejismo; para otros, una realidad inminente.
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