z

 

 

 


Felipe y los premios Príncipe de Asturias
Por Plácido Arango. 

Empresario, ex presidente de la fundación Príncipe de Asturias

Hablar de normalidad al referirnos a la Monarquía puede parecer una paradoja, pues su naturaleza es por definición excepcional. Sin embargo, yendo un poco más al fondo, una de sus funciones primordiales es asegurar la normalidad de las cosas. Esa función que no consiste en hacer, sino en «estar ahí», en definir un plano de permanencia, libre de la movilidad de contingencias y coyunturas de toda clase.
La boda de S.A.R. el Príncipe de Asturias y doña Letizia es una boda presidida por el signo de la normalidad. Ante todo, como tantas veces se ha dicho y se dirá, la esencia de la Monarquía es la continuidad sucesoria, y por tanto el enlace que la haga posible contribuye a la normalidad del funcionamiento dinástico.


Pero hay en este caso, otra dimensión de la normalidad. El Príncipe ha dicho siempre que se casaría por amor y ha esperado hasta poder cumplir ese designio. Casarse por amor es justamente las opción más normal, la de la inmensa mayoría de los jóvenes. Puede desde luego surgir el amor entre personas de sangre real, pero puede también surgir entre una persona de la realeza y quien no pertenece a ella. El haber puesto ese propósito –casarse por amor– en el centro mismo de su decisión, como condición primera, es un empeño muy especial, que merece ser valorado.
En última instancia ese empeño expresa la voluntad de introducir una creciente normalidad en la vida de la Monarquía, para que sea sentida cada vez más próxima. Cabría decir que en el juego y los equilibrios entre la excepcionalidad de su naturaleza –que nunca debe banalizarse– y la normalidad con que ejerzan su función y desarrollen su vida las personas Reales, tal vez esté una de las claves de bóveda de toda Monarquía de nuestros días.


Los dramáticos sucesos todavía recientes han puesto de manifiesto, en ese mismo sentido, el especial talento y sensibilidad de la Corona. La imagen del Príncipe y las Infantas encabezando la manifestación de Madrid, tras el terrible atentado del 11 de marzo, ha sido una forma expresiva y oportuna de ponerse al frente del dolor de su pueblo. De igual modo la condolencia de toda la Familia Real, con Sus Majestades al frente, en el funeral de la Almudena, fundiéndose físicamenbte con las familias de las víctimas, ha sido un modo de simbolizar en esos abrazos los que todos los españoles hubieran querido dar a los familiares de los muertos. No deja de ser otra manifestación de lo mismo antes dicho: dejarse llevar por el corazón.


He dejado para el final por lo que tal vez debería haber comenzado: mi sincero y respetuoso deseo de felicidad en el matrimonio entre S.A.R. el Príncipe de Asturias y doña Letizia, quienes añgún día serán Reyes de España.

>> Sólo los mejores [ por Rosa María Echevarría]


Volver índice Príncipe