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La tensa negociación entre Stalin, Churchill y Truman tras la IIGM: «No siento ninguna simpatía hacia la España de Franco»

Los tres líderes más poderosos del mundo discutieron la situación de España y si era conveniente intervenir militarmente para derrocar a la nueva dictadura española

Una carta anónima, una bala y un pozo de azufre: el misterio de la Guerra Civil, revelado 90 años después

Stalin (izquierda), Truman y Churchill (derecha), en la Conferencia de Potsdam en 1945 ABC
Israel Viana

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Nada más terminar la Segunda Guerra Mundial, Stalin quiso convencer al primer ministro británico, Winston Churchill, y al presidente de Estados Unidos, Harry Truman, de que la recién instaurada dictadura de Franco tenía que desaparecer. El supuesto objetivo del dictador comunista era que los españoles decidieran en las urnas el régimen que querían para el país. Esta posición la compartían, con más o menos fervor, muchas de las potencias aliadas que veían en la dictadura franquista al último superviviente del fascismo al que acababan de vencer.

Entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945, estos tres líderes se reunieron en Potsdam para negociar las condiciones de paz. Fue en aquella famosa conferencia donde los Tres Grandes –como se conocía a Churchill, Stalin y Truman– tomaron decisiones tras­cendentales que afectaron a muchas naciones y a millones de personas en todo el mundo, en la que también discutieron algunos asuntos que consideraban importantes para el futuro del continente. Entre ellos, el que más tensión generó entre los mandatarios fue la dictadura franquista.

Este tema preocupada especialmente a Stalin, que tan solo dos días después de que iniciara las conversaciones con el primer ministro británico y al presidente estadounidense ya había puesto sobre la mesa la cuestión: «Es necesario examinar la cuestión de España. Nosotros los rusos consideramos que el régimen de Franco fue impuesto por Alemania e Italia y entraña un grave peligro para las naciones unidas amantes de la libertad. Opinamos que será bueno crear las condiciones para que el pueblo español pueda establecer el régimen que elija».

Tras la derrota de la Alemania nazi y la Italia fascista, la hostilidad de los aliados se dirigió contra Franco, al que no perdonaban el apoyó que había recibido de Hitler y Mussolini en la Guerra Civil. En esa misma reunión del 19 de agosto de 1945, Truman aseguró que no tenía «ninguna simpatía hacia su régimen» y que se alegraría mucho de «reconocer otro gobierno en España». Sin embargo, tanto él como el presidente estadounidense se posicionaron en contra de una intervención directa, como sugirió Stalin.

Una nueva Guerra Civil

Ninguno de los dos líderes querían provocar una nueva guerra civil de la que pudiera salir vencedor un Gobierno comunista. Ambos líderes, sin embargo, escondían un secreto. Por un lado, Truman empezó poco después a negociar en secreto con Franco el establecimiento de bases militares en España, a cambio de cuantiosas ayudas económicas, mientras en publicó criticaba a la dictadura franquista. En abril de 1945, de hecho, el presidente de Estados Unidos vetó el ingreso en la ONU del régimen franquista en la Conferencia de San Francisco y ordenó a su embajador Carlton Hayes que abandonará Madrid..

Por otro lado, Churchill ya se había carteado con Franco antes de la Conferencia de Potsdam, por iniciativa del dictador español, que quiso hacer un frente común con Gran Bretaña para combatir el comunismo en Europa una vez acabada la Segunda Guerra Mundial. Esas misivas salieron a relucir en la conversaciones entre los Tres Grandes, generando una evidente tensión entre Stalin, el principal perjudicado en el caso de que la iniciativa saliera adelante, y el primer ministro inglés, porque en ellas se aludía directamente a la Unión Soviética.

Así desveló Churchill este detalle en Potsdam: «El Gobierno inglés está también fuertemente disgustado con Franco y su Gobierno [...]. El hecho de que hayan sacado a los prisioneros que llevan años en prisión y les hayan disparado por lo ocurrido mucho tiempo antes indica que España no es una democracia de acuerdo a las ideas británicas. Cuando Franco me envió una carta proponiéndome hacer una alianza de Occidente contra Rusia, le envié una respuesta fría. Eso demuestra que los sentimientos de Gran Bretaña son contrarios a su régimen».

«Yo no he recibido la respuesta»

En ese momento, el dictador soviético mostró su desconfianza ante lo que estaba contando Churchill: «Yo no he recibido ninguna copia de la respuesta británica a Franco». La misiva a la que se refería fue enviada de manera confidencial por el jefe de Estado español, el 18 de octubre de 1944, y en ella se expresaba el deseo de «clarificar» las relaciones hispano-británicas de una manera «sincera, franca y directa», para poder tratar «la grave situación europea» por la difusión del «insidioso poder del bolchevismo» en Occidente.

Al mandatario español no le faltaba razón. En junio de 1945, tras el éxito de la Operación Bagration, Stalin ya había empezado a expandirse por el mundo. Después de los acuerdos de Postdam y Yalta, además, consiguió anexionarse –militar o políticamente– países como Polonia, Estonia, Letonia, Lituania, Bulgaria, Ucrania, Checoslovaquia, Finlandia, Hungría, Rumanía, partes de Alemania, Manchuria y hasta el norte de Corea. Pasó de ser una nación atrasada a una potencia conquistadora que debía organizar un enorme dominio.

De ahí la carta de Franco a Churchill, que llegó al número 10 de Downing Street en octubre de 1944, cuando faltaban nueve meses para la mencionada reunión en Potsdam. En ella lamentaba también la conversión de Estados Unidos en la «potencia más poderosa del mundo», tanto en el Atlántico como en el Pacífico, tras la guerra. Si tenemos en cuenta esta creciente hegemonía y que Alemania estaba en ruinas tras el conflicto, el dictador español defendía ante su homólogo inglés: «Al Reino Unido solo le queda otro pueblo en el continente al que volver sus ojos: España».

Una conversación tensa

Stalin no debía sentirse muy cómodo ante lo que habría implicado una posible alianza entre España y Gran Bretaña, por eso pidió en Potsdam que se «examinase la cuestión del régimen de Franco». La conversación fue transcrita y desclasificada hace unos años por el Departamento de Estado de Estados Unidos, en la que se reflejan las discrepancias entre los tres líderes sobre si debían romper relaciones con la dictadura española o no. Así lo había propuesto el líder soviético en el borrador enviado antes de la reunión.

Tanto las respuestas de Truman como de Churchill fueron claras al respecto. El primer ministro británico aseguró que dicha medida fortalecería la posición de Franco, puesto que los «orgullosos y quisquillosos españoles» harían piña con dictador y fortalecerían su posición. «Incluso los que ahora reniegan de él», aseguró. Y añadía después:

«Si resulta fortalecido, sería necesario considerar una intervención por la fuerza, pero yo estoy en contra de usarla para interferir en los países que tienen diferentes regímenes que el nuestro. Por lo que toca a los países que han sido liberados en el curso de la guerra, no podemos permitir que se establezca en ellos un régimen fascista, pero España no tomó parte en ella. Por eso es por lo que soy contrario a interferir en sus asuntos internos. El gobierno briánico necesitará debatir muy detenidamente esta cuestión antes de decidir romper relaciones con España. Estoy preparado para tomar cualquier medida que sea necesaria dentro de la diplomacia para acelerar la salida de Franco del poder».

Intervención militar

Stalin aclaró rápidamente que no estaba «proponiendo una intervención militar ni desencadenar una guerra civil que se podría perder». Lo que planteaba el líder soviético era dejar claro ante el mundo que las tres potencias estaban en contra de la dictadura Franco. Por eso preguntó indignado: «¿Debemos mantenernos en silencio ante lo que está pasando en España con el régimen de Franco?». Y respondió él mismo en varias ocasiones con la misma contundencia: «No deberíamos mirar al suelo ante el peligro que representa la España de Franco», ya que «su régimen es una amenaza grave para Europa».

Lo que defendía Churchill es que Gran Bretaña había tenido relaciones comerciales con España a lo largo de su historia y, de alguna manera, quería mantenerlas, tal y como se lo dijo en dicha reunión: «Si nuestra intervención no diera los frutos deseados, yo no querría que este comercio se detuviera, aunque comprendo totalmente la actitud adoptada por Stalin, puesto que Franco envió a su División Azul a Rusia y entiendo que esté molesto». Y, por otra parte, lo que desconocía el dictador soviético es que, poco después de Potsdam, Estados Unidos comenzaría a negociar con Franco en secreto, la implantación de sus bases en la Península.

Esa es la razón por la que el presidente de Estados Unidos trató de mediar entre ambos líderes y desviar la reunión hacia otros asuntos: «Propongo que sean los ministros de Asuntos Exteriores quienes debatan si se puede encontrar otra forma más suave de llegar a un acuerdo en este asunto». Stalin, no obstante, peleó por ello durante unos minutos más: «Creo que este tema debemos resolverlo aquí. Propongo hacer una evaluación del régimen de Franco, incluyendo las observaciones hechas por el señor Churchill sobre el posible desarrollo de los acontecimientos en España. La situación del régimen de Franco debería ser uno de los puntos en la declaración que hagamos a Europa. Debería ser una declaración breve en la que dejáramos claro que nuestras simpatías son por el pueblo español y no por su régimen».

El comunicado

Stalin se salió aparentemente con la suya, a juzgar por el comunicado publicado cuando se puso fin a la Conferencia de Potsdam: «Nuestros tres Gobiernos creen que es su deber señalar que no darán, en lo que les concierne, su apoyo a una solicitud de admisión que sea presentada por el actual Gobierno español, el cual, habiendo sido establecido con el apoyo de las potencias del Eje, no posee, en razón de sus orígenes, de su naturaleza, de sus antecedentes y de su estrecha asociación con los Estados agresores, los títulos necesarios para justificar su entrada».

El régimen franquista contestó a ese comunicado con una nota de protesta enviada por su ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín-Artajo: «Ante la insólita alusión a España que se contiene en el comunicado de la conferencia, el Estado español rechaza, por arbitrarios e injustos, aquellos conceptos que le afectan y los considera consecuencia del falso clima creado por las campañas calumniadoras de los rojos expatriados y sus afines en el extranjero». Stalin murió en 1953 y Churchill, que dejó de ser primer ministro en 1955, nunca volvió a establecer relaciones con España. Estados Unidos, por su parte, siguió relacionándose con el régimen bajo el radar de la opinión pública hasta conseguir sus objetivos y la salida de España de la autarquía.

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