Reconstruir la cara, devolver la vida: el nacimiento de la cirugía plástica moderna en plena Primera Guerra Mundial
Un ensayo recupera la historia de Harold Gilles, el cirujano que devolvió la identidad a miles de soldados con las narices arrancadas y los ojos reventados por las bombas, «cuando perder una pierna te convertía en un héroe y perder el rostro en un monstruo». «¿Qué aspecto desearía tener?»
La terrible historia del soldado que murió abatido un minuto antes de terminar la I Guerra Mundial
![La historia de Harold Gilles, el doctor que inauguró la cirugía plástica moderna](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2024/11/18/reconstruccion-caras.jpg)
El soldado raso Percy Clare tenía 36 años aquel 20 de noviembre de 1917. Pertenecía al Séptimo Batallón del Regimiento East Surrey, cuyas tropas habían ganado terreno, en los alrededores de Cambrai, al amparo de la noche. Se encontraba tumbado boca abajo en una colina ... a las afueras de la localidad francesa, esperando la orden de su oficial. A esas horas de la madrugada, la victoria sobre los alemanes parecía segura, pero pronto todo degeneró en una masacre infernal.
Lo primero que vislumbró Clare con los primeros rayos de sol fueron los cuerpos sin vida de sus compañeros esparcidos por el paraje que tenía frente a él, muertos todos por las bombas del día anterior. La imagen era terrorífica, un mal presagio. A continuación escuchó el silbido de los proyectiles a lo lejos. «Al impactar con la tierra sonaban como si un gigante se hubiese despertado sobresaltado», escribió en su diario. Aquellas primeras explosiones de la mañana fueron la señal. Clare montó la bayoneta, se puso en pie rápidamente y emprendió la marcha ladera abajo... desprotegido.
Por el camino pasó junto a un reguero de hombres heridos y aterrorizados. En ese momento estalló una bomba sobre su cabeza y el humo lo oscureció todo, pero siguió caminando, «pisando los cuerpos mutilados de sus camaradas», escribió también.
El objetivo era una trinchera casi inexpugnable, envuelta en alambre de espino, desde la que los alemanes disparaban sin parar. Aún así, todo parecía ir bien para el joven Percy. Todavía seguía vivo, así que siguió avanzando con su mochila de treinta kilos a la espalda. De repente, sintió un golpe seco en la cara y todo se nubló. Una bala le acababa de desgarrar las dos mejillas.
Antes
Después
Su testimonio es uno de los muchos que recoge la célebre historiadora médica Lindsay Fitzharris en 'El reconstructor de caras' (Capitán Swing), un ensayo en el que cuenta la conmovedora historia del cirujano que restauró los rostros destrozados de Clare y otros miles de soldados. Y lo más importante, sus identidades.
Se llamaba Harold Gilles, un médico neozelandés que antes de la Primera Guerra Mundial se ganaba la vida en una clínica privada de Londres, pero que, cuando se inició la contienda, se trasladó a Francia para ofrecer sus servicios en el campo de batalla. No se imaginaba que allí, entre las bombas, iba a inaugurar la era moderna de la cirugía plástica.
Percy Clare
«Quería sumergir al lector en medio de la acción desde el principio y, afortunadamente, me encontré con el diario de Percy Clare en el Museo Imperial de la Guerra, en Londres. Este soldado británico escribió un hermoso y extenso relato sobre sus experiencias en combate y sobre lo que significó para él recibir un disparo en la cara. Decidí entonces dar forma al libro en torno a él», aclara Fitzharris a ABC, sobre una época en la que «perder una extremidad en un conflicto te convertía en un héroe, pero perder la cara te convertía en un monstruo».
Antes
Después
Las heridas en la cara eran, efectivamente, mucho más traumáticas. «Clare abrió la boca para gritar, pero no emitió ningún sonido. La tenía tan mutilada que ni siquiera pudo contraerse en una mueca de dolor», detalla la historiadora. Era una constatación de que la capacidad bélica dio un salto sin precedentes en 1914. En palabras Ellen La Motte, enfermera voluntaria del conflicto: «La ciencia médica estaba atónita ante la ciencia de la destrucción». Las bombas explotaban con tal fuerza que lanzaban a los hombres por el campo de batalla como si fuesen muñecos de trapo, mientras las balas surcaban el aire a una velocidad aterradora. «Era como si los soldados creyesen que podían asomar la cabeza por la trinchera y, si se movían rápido, esquivar la salva de las ametralladoras», apuntó un cirujano compañero de Gilles.
'El reconstructor de caras'
![Imagen - 'El reconstructor de caras'](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2024/11/19/reconstructor-caras-fitzharris-U14476722803avu-224x330@diario_abc.jpg)
- Autora: Lindsey Fitzharris
- Editorial: Capitán Swing
- Páginas: 296
- Precio: 24 euros
El resultado fue un elevado índice de heridas faciales: narices arrancadas, mandíbulas hechas añicos, lenguas descuajadas y globos oculares reventados. En algunos casos, el rostro entero se borraba como un tachón. «Algunos soldados, incluso, recibieron patadas en la cara de los caballos. Antes de terminar la guerra, 280.000 franceses, alemanes y británicos ya habían sufrido algún tipo de traumatismo facial», subraya Fitzharris. Estas heridas supusieron uno de los mayores retos que tuvo que afrontar la medicina de guerra, y Harold Gilles lo asumió casi en solitario.
Hospital Queen Mary
En su primer año de guerra se encontró con algún profesional sanitario que empezó a desarrollar técnicas para restaurar la estructura facial de los soldados. Eran, sobre todo, cirujanos y dentistas, pero trabajaban en solitario. En 1916, tras percatarse del error, volvió a Inglaterra y consiguió permiso para crear una sala de lesiones faciales en el Hospital Militar de Cambridge, en Aldershot. Allí dio los primeros pasos en el desarrollo de la cirugía plástica moderna, tratando más de 2.000 casos de mutilación facial y mandibular procedentes de la batalla del Somme.
Antes
Después
Un año después, convencido de que podía hacer más, creó el Hospital Queen Mary, en Sidcup, uno de los primeros de la historia dedicados en exclusiva a la reconstrucción facial. «No hay que olvidar que la desfiguración conllevaba un estigma tan grande que los combatientes de las guerras napoleónicas que sufrieron dichas heridas eran, a veces, asesinados por sus compañeros, pues creían que así les evitarían más sufrimiento. La creencia errónea de que la desfiguración era peor que la muerte todavía estaba presente en vísperas de la Gran Guerra. De hecho, no eran pocos los heridos en la cara que se suicidaban, pero Gilles asumió el desafío y encontró el trabajo gratificante», explica la autora.
Su primera innovación fue crear un equipo multidisciplinar compuesto por cirujanos, dentistas, radiólogos, escultores, fabricantes de máscaras, fotógrafos e, incluso, artistas, que colaboraban en los distintos procesos de reconstrucción. La segunda fue descubrir que, en la monumental tarea de reconstruir el rostro de un soldado, no solo tenía que ocuparse de las cuestiones estéticas, sino también de las funciones que habían perdido sus pacientes, como la capacidad de hablar y comer. Sabía que si lograba esto último, los resultados estéticos serían mucho mejores.
«¿Qué aspecto desearía tener?»
En este sentido, hubo una tercera innovación mucho más determinante, muy ligada a la cirugía plástica actual. Cuando entraba un nuevo soldado en su hospital, Gilles se acercaba a su camilla con un catálogo bajo el brazo. Para sorpresa de este, comenzaba a pasar páginas con todo tipo de narices, ojos, labios y rostros, y por último le preguntaba: «¿Qué aspecto desearía tener usted?». Tener en cuenta la voluntad de los pacientes era mágico, porque les devolvía las riendas de su vida y mejoraba de manera notable su autoestima y su salud mental, después de haber estado sometidos a la crueldad de la guerra como simples marionetas.
«En los primeros días hubo mucho ensayo y error. El fracaso fue un compañero de Gillies, pero los primeros éxitos fueron transformadores. Si este cirujano era la columna vertebral de la historia, los soldados desfigurados eran su corazón palpitante. Muchos pacientes se preguntaron qué habría sido de sus vidas si no se hubieran encontrado con las hábiles manos de Percy. No solo restauró su rostro, también su dignidad. Los vínculos que desarrolló fueron tan fuertes, que muchos decidieron trabajar para él tras la guerra», recuerda Fiztharris.
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