500 años de Pavía
Un experto destruye dos grandes mentiras sobre la victoria más épica de Carlos V
Ni la caballería pesada vivió su ocaso en la batalla de Pavía, acaecida hace 500 años, ni la infantería española tuvo un papel menor
Expertos sacan a la luz la revolución olvidada de los Tercios españoles

Sucedió tal día como hoy, un 24 de febrero de 1525. Quinientos años han pasado desde que las tropas de Carlos V aplastaran a las fuerzas acorazadas de Francisco I en las afueras de Pavía. Cinco siglos ya de una victoria que demostró a las potencias de la época la capacidad de la infantería y la arcabucería para hacer frente al que, hasta entonces, había sido el nervio militar de la Edad Media: las colosales formaciones de caballería acorazada que aplastaban, lanza en ristre, al enemigo. Una contienda clave en el devenir del arte de la guerra, pero que, por desgracia, y como contábamos hace una semana en este mismo periódico, ha sido ocultada durante décadas por nuestro país vecino.
Pavía demostró a Europa la importancia que atesoraban en el campo de batalla los cuadros de infantería apoyados por armas de fuego individuales, que no es poco. Sin embargo, Álex Claramunt, coordinador del ensayo 'Pavía 1525', editado por Desperta Ferro, sostiene que se han extendido una infinidad de mitos sobre la misma. Por ello, este experto en historia militar insiste en que la obra que ha dirigido es básica, pues ofrece diferentes visiones de la contienda a través de un elenco de expertos internacionales ligados, de una forma u otra, a los países que combatieron aquella jornada. Desde Italia y España –representantes de la Monarquía Hispánica–, hasta la, por entonces, enemiga Francia del rey Francisco I.
El mayor mito
El principal mito que destruye Claramunt es que la batalla de Pavía marcó el ocaso como arma de guerra de la caballería pesada, esa en la que tanto jinete como jamelgo iban equipados con armadura de placas de la cabeza a los pies. Aunque no niega el severo mandoble que recibieron los gerdarmes galos de mano de los arcabuceros imperiales, relativiza su decadencia y caída en desgracia. Lo que ocurrió, dice, no fue un punto y aparte: «Si bien es incontestable que los hombres de armas franceses fueron masacrados por la arcabucería española, la caballería siguió siendo un componente imprescindible en los ejércitos de la época como tropa de choque por excelencia».
Ejemplos los tiene por doquier. Y el primero es incontestable. «Carlos V tuvo a su disposición una excelente fuerza montada, tanto pesada como ligera, que le dio victorias como la de Mühlberg», explica. Se refiere, en concreto, a la contienda de 1547 en la que los ejércitos del emperador se enfrentaron y aplastaron a la Liga de Esmalcalda. Pero no es el único. «La caballería española e italiana de Felipe II gozó de una gran superioridad en las primeras décadas de la Guerra de Flandes, con victorias como la de Mook en 1574 o la de Gembloux en 1578», añade. Estas, en contra de lo que se suele pensar, se resolvieron «con cargas de caballería lanza en ristre».
Por tanto, vuelve a insistir Claramunt, el «papel central de la infantería, con los Tercios viejos como núcleo de la mejor fuerza militar de la época», no debe hacernos desdeñar la importancia que tuvieron los soldados montados a caballo en las siguientes décadas. Quizá dejaron de ser la columna vertebral de los contingente, de eso no hay duda, pero mantuvieron un papel destacado a lo largo y ancho de la vieja Europa. De hecho, fue un arma que se siguió utilizando hasta la Segunda Guerra Mundial, cuatro siglos después. Los cosacos polacos, por ejemplo, combatieron contra las tropas del Tercer Reich tras la invasión de su país a principios de septiembre de 1939.
Idan Sherer, profesor del Departamento de Historia General de la Universidad Ben Gurión del Néguev y coautor del ensayo, suscribe en ABC sus palabras: «La batalla de Pavía no revolucionó el arte de la guerra, principalmente porque las batallas por sí solas, especialmente en tiempos premodernos, rara vez lo hicieron. Lo que sí demostró fue que las armas de pólvora individuales, en particular el arcabuz en manos de una infantería experimentada, podían desplegarse de manera eficaz contra la caballería pesada (incluso a pesar de que, en el caso de Pavía, fue de manera espontánea) y, bajo las circunstancias adecuadas, demostrar su superioridad». Palabra de experto.
Infantería española
El segundo mito que destruye Claramunt sobre la batalla de Pavía es el que reduce la importancia de las tropas peninsulares en el contingente de Carlos V. Ni muchos menos, diantre. «Se suele recalcar que los españoles eran pocos y la batalla la ganaron los lansquenetes alemanes. Cierto es que el contingente más nutrido del ejército imperial era el de los tudescos de Frundsberg, pero hay que tener en cuenta que no existían entonces los ejércitos nacionales, y el de Carlos V, como el de Francisco I, estaba formado por hombres de muy diversas procedencias», desvela en declaraciones a ABC.
Como ejemplo, Claramunt pone el contingente de Francisco I: «Los franceses solo eran mayoría en la caballería pesada, que era la mejor tropa, del mismo modo que la infantería española era la fuerza más veterana y motivada del emperador». El grueso de las tropas galas la componían en realidad suizos y alemanes. «De italianos había más o menos la misma cantidad en ambos bandos», completa. Lo que aconseja este experto es abandonar los maniqueísmos y entender que Pavía no fue una batalla «que se pueda leer en clave nacional, porque resultaría completamente anacrónico». La suya es una tesis similar a la que nos invita a ver los Tercios españoles como una suerte de contingente internacional liderado por una oficialidad española.
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