La despiadada venganza de Napoleón contra dos pueblos españoles que humillaron a su ejército
Al amparo de un bárbaro decreto del general Joachim Murat, Chinchón y Valdepeñas fueron arrasados y sus ciudadanos pasados a cuchillo
Aciertos y errores históricos de 'Napoleón': «No te cuenta que España fue la tumba del ejército de Bonaparte»
![Contienda de Valdepeñas el 6 de Junio de 1808 Valdepeñas](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/historia/2024/12/08/napoleon1_20241204132110-R0hjlWvP6EChKEKQYNKir6J-1200x840@diario_abc.jpg)
Decía el valido poco válido, don Manolillo Godoy, que los franceses solo venían a la península de 'tournée'; que lo de la invasión era un bulo de cartón. Pero resultó que no, que la armada de Napoleón Bonaparte atravesaba el territorio patrio con una ... idea abyecta en la mente: subyugar la región a fusil y bayoneta. Algo se barruntaba en el pueblo, pero lo que pocos se imaginaban era que, tras las revueltas en la capital, los galos iniciarían la destrucción sistemática de pueblos como Chinchón o Valdepeñas al amparo de la legalidad. La suya, al menos, pues se auparon en un vengativo manifiesto que les permitía reprimir a las villas que se alzaban contra él. Hoy, por fortuna, todavía pueden visitarse, y llevan a gloria su pasado.
Decreto de violencia
La fecha de la infamia fue la tarde del 2 de mayo de 1808. Ese día se terminó de perpetrar la afrenta de la mano de Joachim Murat. El mariscal, igual de altivo que hastiado, firmó una proclama en la que cargaba contra aquellos que se habían alzado contra la ocupación francesa. Conocido como el 'decreto represivo', el texto no se andaba con rodeos ya desde sus primeras líneas: «Soldados. Mal aconsejado el populacho de Madrid se ha sublevado y ha llegado hasta el asesinato. Bien sé que los españoles que merecen nombre de tales han lamentado los desórdenes, y estoy muy distante de confundirles a ellos con miserables que no desean más que el crimen y el pillaje, pero la sangre francesa derramada clama venganza».
A continuación, establecía las consecuencias con las que se toparían los revoltosos a través de una serie de puntos concretos. Artículos que fueron difundidos en la 'Gazeta de Madrid', precursora de nuestro actual Boletín Oficial del Estado, el 6 de mayo. Sorprende que el texto no apareciese al principio de la publicación, sino en la página 430, tras una extensa pila de noticias que expresaban las victorias francesas a lo largo y ancho de Europa. Pero, más allá de la forma, el contenido era brutal y dejaba más que claro –cristalino– que la 'Grande Armée' no había pasado por la capital de camino a Portugal, sino para conquistar el país con el beneplático tácito de Godoy.
El primer punto del decreto de Murat establecía que la comisión militar del general y gobernador Emmanuel de Grouchy se reuniría esa misma noche para hacer una estimación de las consecuencias y establecer, si fuera necesario, más represalias. Después comenzaba el núcleo del ordenamiento: «Artículo II. Serán arcabuceados todos cuantos durante la rebelión han sido presos con armas». La desgraciada amenaza se materializó pocas horas después, cuando las fuerzas del Batallón de Marineros la Guardia Imperial sacaron del cuartel del Prado Nuevo a decenas de reos y los ejecutaron en la cercana Montaña de Príncipe Pío. Huelga decir que la escena quedó inmortalizada por Goya en el que fue uno de sus cuadros más famosos: 'Los fusilamientos del 3 de mayo'.
En el artículo tercero del manifiesto, Murat ordenó a sus hombres acabar con la violencia en las calles por las bravas: «La Junta de Gobierno va a mandar desarmar a los vecinos de Madrid. Todos los moradores de la corte que pasado el tiempo proscrito para la exención de esta resolución anden con las armas o las conserven en su casa sin licencia serán arcabuceados». El cuarto punto recordaba a aquella norma no escrita del franquismo, pues establecía que «todo corrillo que pase de ocho personas se reportará reunión de sediciosos y, como tal, se dispersará a fusilazos». A la postre, este edicto se sustentó en los 65.000 combatientes galos que se asentaron en la capital.
Arrasar España
Uno de los artículos más controvertidos fue el quinto: «Toda villa o aldea donde sea asesinado un francés será incendiada». Esta máxima provocó la destrucción virtual de pueblos como Chinchón. La villa fue vapuleada en diciembre de 1808 –aunque algunos autores defienden que los tristes acontecimientos se sucedieron un año después–, cuando un puñado de soldados galos fueron pasados a cuchillo por los vecinos de la localidad. Según los datos recogidos por investigadores como Manolo Carrasco, cuando el alto mando de Napoleón se enteró de los sucesos, ordenó a una columna dar un escarmiento a la urbe. Los franceses fusilaron a un centenar de hombres, nada menos que el diez por ciento de la población, y quemaron una infinidad de edificios.
Algo parecido sucedió en Valdepeñas. En este pueblo de Ciudad Real, los habitantes decidieron alzarse en armas para evitar el paso de las columnas galas hacia Cádiz. La diferencia fue que, hartos del invasor, organizaron una pequeña resistencia de 2.000 hombres y mujeres para defenderse. «La batalla estaba concebida como una emboscada a las fuerzas de caballería, que sin duda serían las primeras que entrarían, en el desfiladero de la calle central, en el que nada más entrar el batallón de Cazadores a lomos de sus fieros animales, caerían víctimas de las trampas que habría bajo sus casos, escondidas entre la arena y la calzada. A falta de fusiles, se utilizarían todo tipo de objetos contundentes y aperos de labranza», se explica en 'Valdepeñas: Guerra de la Independencia'.
Aunque fueron sorprendidos en los instantes iniciales, los franceses se organizaron y acabaron con la resistencia de Valdepeñas a principios de junio de 1808. No hubo piedad para los españoles. El general Ligier-Belair, al mando del contingente, ordenó a sus hombres que cargaran sus fusiles con unos pequeños cohetes incendiarios. Durante varios minutos, los miembros de la 'Grande Armée' lanzaron sobre los tejados de las casas del pueblo estos crueles ingenios. Para desgracia de los hispanos, el humo y las llamas no tardaron en abrirse camino. Por último, el oficial determinó que sus tropas rodearan la villa y que acabaran a bayoneta calada con todos aquellos que salieran a la calle para escapar de las llamas.
Los puntos finales del 'decreto represivo' de Murat buscaban que los propios españoles vigilaran a sus vecinos; una forma de segar las posibles revueltas antes de que se sucedieran. «Los amos responderán de sus criados. Los empresarios de fábricas, de sus oficiales. Los padres, de sus hijos. Los prelados de los conventos, de sus religiosos». El último atacaba de forma directa la libertad de prensa y los posibles pasquines que anhelasen animar a la población a alzarse en armas contra el invasor: «Los autores de libelos impresos o manuscritos que provoquen a la sedición, los que los atribuyesen o vendieren, se reputarán agentes de la Inglaterra, y como tal serán pasados por las armas».
Si a Murat no le sirvieron sus amenazas para evitar que los pueblos españoles se sublevasen, otro tanto le ocurrió con la propaganda. Según explica José Manuel Matilla en 'Estampas españolas de la Guerra de la Independencia', la llegada de la armada napoleónica a la península generó un torrente de publicaciones contrarias a la invasión. «Básicamente se emplearon dos medios complementarios. Por un lado, la exaltación del patriotismo mediante la narración de las gestas propias que pudieran ser calificadas de gloriosas en la lucha. Por otro lado, la presentación de la violencia aborrecible ejercida contra la población y los combatientes», añade el autor. Por descontado, se contaron también toneladas de caricaturas, poemas y tonadillas que atacaban, humor mediante, a Bonaparte.
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