Ceuta y Melilla, dos plazas españolas que jamás pertenecieron a Marruecos
Las dos ciudades autónomas forman parte de la historia de España, cuya soberanía sobre estas es anterior a la creación del propio estado de Marruecos

Ceuta y Melilla son los últimos supervivientes de una larga tradición de plazas españolas en el norte de África. Cinco siglos de presencia ibérica, una cultura cristiana arraigada y el propio hecho de que estaban en manos españolas antes de la propia existencia ... del Estado de Marruecos parecen argumentos de un peso mastodóntico, casi irrevocable, frente a quienes hoy sacan a flote un debate artificial de si es legítima la soberanía española sobre estas ciudades.
Melilla, una ciudad conectada a la Península
Por Melilla, al este de Alhucemas , han pasado tantos invasores y tantas guerras que hay quien ha usado el sobrenombre de «la hija de Marte» para referirse a esta ciudad. Si con los fenicios Melilla se colocó en el mapa comercial del Mediterráneo, con el Imperio Romano adquirió el estatus de «colonia», empezando a figurar en las descripciones romanas y sus itinerarios. Ya entonces dependía administrativamente de Hispania y así siguió siendo durante buena parte de la dominación musulmana de la Península , periodo donde jugó un protagonismo especial en las comunicaciones entre los dos continentes.

Tras la conquista de Granada, los Reyes Católicos giraron sus miradas hacia África, donde fueron informados de que Melilla y otras plazas al este estaban en disconformidad con el dominio bereber . En enero de 1494, la ciudad se rebeló contra el sultán de Fez y envió cartas ofreciendo la ciudad a los Reyes Católicos. Como consecuencia de ello, la ciudad fue devastada y ocupada por hombres leales al sultán.
A pesar de que la plaza fue casi destruida, Juan Alonso Pérez de Guzmán, III Duque de Medina Sidonia, ofreció a los Reyes Católicos tomar la ciudad y reconstruirla. La armada del duque, al mando de Pedro de Estopiñán y Virués , zarpó en septiembre de 1497 del puerto de Sanlúcar de Barrameda y desembarcó en Melilla la noche del 17 de septiembre. Como la ciudad estaba derruida y deshabitada, los españoles comenzaron a reconstruir las murallas con almenas , empleando para ello estructuras de tablas de madera que traían de España. Al poco tiempo, los musulmanes de los alrededores encontraron una ciudad fortificada donde antes solo había ruinas y no pudieron recuperarla.
A pesar de haber sido arrasada por los musulmanes, Juan Alonso Pérez de Guzmán, III Duque de Medina Sidonia, ofreció a los Reyes Católicos conquistar la plaza y reconstruirla
Los Reyes Católicos escribieron el 18 de octubre de 1497 al duque de Medina Sidonia diciendo que les había complacido aquella conquista y que creían que esta había servido a Dios. Los ataques se siguieron sucediendo, causando siempre bajas y obligando a la guarnición a una continua vigilancia de sus murallas. El estado marroquí, que tuvo su embrión en el siglo XVIII, insistió en arrebatar Melilla y Ceuta a España a cualquier precio.
Ceuta, ciudad 'fidelísima' a España
Debido a su posición estratégica, Ceuta pasó de manos fenicias a cartagineses, luego romanas, bizantinas, visigodas y finalmente musulmanas al baile de los conquistadores... Este territorio en el norte de África jugó un papel crucial en la toma musulmana de la Península de la mano de la misteriosa figura del conde don Julián, gobernador de Septem (Ceuta), que fue descrito por las fuentes como un caudillo poderoso del ámbito africano. Entre el mito y la historia, Julián facilitó la invasión de Hispania como venganza personal contra el Rey Rodrigo , que habría ultrajado a su hija.
Ceuta permaneció en manos de los distintos imperios y taifas musulmanas, siempre vinculado a los poderes españoles por encima de los africanos (incluso perteneció una temporada al Taifa de Murcia), durante más de setecientos años . Tras varias acometidas previas de los reinos cristianos de la península, finalmente fue Juan I de Portugal quien conquistó Ceuta a principios del siglo XV. En 1415 una expedición de este Rey, al mando del Infante Enrique el Navegante , arrebató la urbe al Sultanato benimerín, que era la fuerza musulmana hegemónica en el Magret.
Tanto los nazaríes como los benimerines intentaron sin éxito recuperar la plaza, que se convirtió pronto en un nido de corsarios cristianos. A finales del siglo XVI, Ceuta pasó de manos portuguesas a españolas cuando Felipe II se proclamó Rey de Portugal a finales del siglo XVI. Debido a los intereses militares y económicos de la Monarquía católica en el norte de África , una comunidad de españoles había arraigado en la ciudad incluso en el periodo portugués. Al producirse la rebelión portuguesa contra la dinastía española, Ceuta permaneció leal al Rey Felipe IV.
Por Real Cédula del 30 de abril de 1656, Felipe El Grande agradeció su apoyo otorgando a los ceutíes la condición de naturales de Castilla y a la ciudad el título de Fidelísima por no haber reconocido como legítimo al candidato Braganza.
En guerra constante con los vecinos
Al igual que en el caso de Melilla, los berberiscos y otros enemigos del imperio no cesaron en los intentos por recuperar la plaza. El largo asedio de Ceuta, entre 1694 y 1727, solo fue la más conocido de las operaciones por hacerse con la plaza por parte de la dinastía alauí, que en 1666 logró unificar lo que hoy es Marruecos tras un sinfín de guerras internas . Los alauitas dejaron la ciudad prácticamente destruida tras treinta años de ataques.

Las acometidas del nuevo estado, en muchos casos apoyadas por Inglaterra, tuvieron lugar al mismo tiempo que se firmaban tratados de amistad con los alauitas. Carlos III firmó un Tratado de Paz y Comercio que, además de sentar las bases comerciales entre ambos países, delimitaron sobre el papel las fronteras de Ceuta, Melilla, el Peñón de Vélez de la Gomera y Alhucemas. En el Convenio de 1782 , el sultanato aceptó la ampliación de los límites de la ciudad de Ceuta. Una de cal y otra de arena...
Las plazas africanas jugaron un papel similar al del resto de territorios españoles durante el turbulento siglo XIX. No tenían la condición de colonia, sino de territorios de pleno derecho, pero el acoso marroquí obligó a mantener fuertes guarniciones y un estado de vigilancia perpetuo .
Aprovechando un ofensa de las tribus vecinas contra estas ciudades, Isabel II decidió llevar la guerra moderna al norte de África en una operación, conducida sobre el terreno por Leopoldo O’Donnel, que terminó con el sultán de lo que entonces era Marruecos firmando el Tratado Hispano-Marroquí (paz de Wad-Ras) que amplió las tierras colindantes a Ceuta y Melilla. Todo ello otorgó a las plazas un periodo de cierta calma y permitió su crecimiento urbano.
Con un estado marroquí muy débil, serían en los siguientes años las tribus rifeñas las que amenazaron la tranquilidad de la región. Episodios como el Desastre del Barranco del Lobo (1909) o el Desastre de Annual (1921) colocaron a ambas ciudades al borde del desastre, aunque también las dotaron de un protagonismo central en la historia española del siglo XX, incluida en la Dictadura de Primo de Rivera y la Guerra Civil.
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