Ni ángel ni carnicero: las crueles mentiras de EE.UU. sobre el general español que sofocó la revuelta de Cuba
Weyler, laureado con la Cruz de San Fernando, la Cruz de Carlos III y nombrado caballero de la Orden del Toisón de Oro por sus acciones heroicas fue, probablemente, el general más hábil e inteligente de los que tuvo España en el siglo XIX, la centuria de los espadones
![El general Valeriano Weyler a su llegada a La Habana. Weiler fue obejeto de una durísima campaña por parte del magnate de la prensa «amarilla» norteamericana Hearst.](https://s1.abcstatics.com/media/historia/2022/06/20/carro-caballeria-kgcD--1248x698@abc.jpg)
Entre 1895 y 1898 se libró la definitiva batalla por la independencia de Cuba en un conflicto, apodado como Guerra Chiquita, a donde acudió Estados Unidos a medrar con su propia idea sobre el futuro de la isla. Los gringos querían jugar un papel ... hegemónico en Cuba y creían que la libertad de los cubanos pasaba por conducir las lucrativas materias primas de estas tierras hacia sus propios mercados, mientras que los independentistas locales simple y llanamente aspiraban a la emancipación total. Ni unos ni otros tenían grandes apoyos populares en Cuba , pero eso les daba igual.
El conflicto crepuscular lo prendió José Martí el 24 de febrero de 1895 en un levantamiento simultáneo de treinta y cinco localidades cubanas. Desde Madrid habían llegado unos días antes noticias de una amplia reforma para mejorar la relación con la isla, lo cual sin duda alentó a los independentistas a mover ficha. «Ahora o nunca» , se dijeron los independentistas, que no respondían precisamente al perfil mitificado de los criollos enfadados con la madre patria.
Se calcula que un 80 por ciento de los 30.000 combatientes rebeldes eran antiguos esclavos de raza negra, que vieron en la insurrección una oportunidad de levantarse no solo contra los españoles peninsulares, sino contra los grandes terratenientes. Por otro lado, casi el doble de cubanos sirvió en las filas leales a España de lo que lo hicieron en las separatistas. En total, el país europeo fue capaz de congregar en las islas cerca de 200.000 soldados , la mayor movilización hasta ese momento de tropas cruzando el océano. No estaba mal para las fuerzas armadas de un país considerado decadente y atrasado...
Una guerra contra el clima y el paisaje
Numerosas tropas, pero mal armadas. España envió al otro lado del charco a unas tropas con un equipamiento deficiente, poco motivadas y sin los recursos para defenderse de las duras condiciones naturales de esta isla. Los insurrectos dieron una y otra vez las gracias por tener de su lado al «General Vómito» , al calor extremo, a las lluvias y a las fiebres amarillas. Según los datos manejados por Julio Albi de la Cuesta en obras como 'Arcabuces, mosquetes y fusiles' (Ollero y Ramos), entre marzo del 95 y enero del 96 el ejército sufrió solo 405 bajas en combate, y 3.190 por el vómito.
En estas circunstancias, España tuvo muchas dificultades en apagar una insurrección que pronto asumió la forma de guerra de guerrillas, sin grandes enfrentamientos y con constantes emboscadas sobre las exhaustas compañías españolas. Los rebeldes esperaban al amparo de la noche para tirotear a los realistas cuando hacían un alto para cocinar el rancho o para descansar. Ni siquiera calentar su comida les estaba permitido.
![Carga dada por el Regimiento de Voluntarios de Jaruco el 19 de febrero de 1896, cuadro de José Ferre-Clauzel.](https://s2.abcstatics.com/media/historia/2022/06/20/carro-caballeria-kzPI--510x349@abc.jpg)
A principios del conflicto, el popular Martínez Campos fue nombrado gobernador de Cuba , pero pronto quedó claro que sus intentos pacificadores solo estaban dando aliento a los insurgentes y que no era el hombre adecuado para tiempos tan crueles. Era demasiado blando; mientras que su sustituto, el general Valeriano Weyler, era visto como demasiado firme. El mallorquín, de estatura muy pequeña, era un viejo conocido de Cuba y el Caribe. Este militar laureado con la Cruz de San Fernando , la Cruz de Carlos III y nombrado caballero de la Orden del Toisón de Oro por sus acciones heroicas fue, probablemente, el general más hábil e inteligente de los que tuvo España en el siglo XIX, la centuria de los espadones. ¿Sería suficientes méritos para acabar con la guerra?
El otro argumento que respaldaba su elección para la nueva revuelta en Cuba era su papel aplacando el movimiento insurreccional en las Filipinas
Aparte de haber combatido en Santo Domingo y Puerto Rico, Weyler tenía experiencia en Cuba por su participación en la Guerra de los Diez Años cuando era un adolescente imberbe. Al frente de una unidad de élite de nueva creación, los Cazadores de Valmaseda, se ganó desde muy joven cierta fama de hombre implacable. Tenía solo treinta y cuatro años cuando alcanzó el generalato .
El otro argumento que respaldaba su elección para la nueva revuelta en Cuba era su papel aplacando el movimiento insurreccional en las Filipinas, donde convirtió el desaliñado y mal pertrechado ejército local, formado en su mayoría por indígenas, en una fuerza operativa capaz de disuadir a los sediciosos de elevar sus amenazas. Como capitán general de Filipinas , combatió la corrupción y desidia de la administración del archipiélago, impulsó la economía local e inauguró el tranvía de vapor y el primer tramo de ferrocarril.
En el plano militar, condujo la llamada campaña de Mindanao contra los líderes piratas de este territorio. Las operaciones anfibias lograron el dominio de la mayor parte de la isla. Al ser relevado de este cargo, la regente María Cristina le felicitó «por haber cumplido el plazo reglamentario para su desempeño, quedando muy satisfecha del celo, inteligencia y lealtad con que lo ha desempeñado».
La campaña contra el general
En enero de 1896, el Consejo de Ministros nombró gobernador general y capitán general de Cuba a Weyler. Su ofensiva se centró entre 1896 y 1897 en dividir a las tropas insurrectas entre sí y también de los entornos que les daban alimento y asistencia . Ello exigió la tristemente famosa estrategia de la «reconcentración», que consistió en vaciar los campos de gente y de ganado para mantener a la gente en zonas controladas por el Ejército.
En defensa de este general de hierro, tan temido por los estadounidenses como para apodarle «El Carnicero» , hay que decir que simplemente respondió al tipo de guerra que se encontró. «¿Cómo quieren que guerree, con pastores de obispo?», afirmaría tiempo después ante el Senado. Las peleas campales a machetazos eran el destino de quien quisiera presentar batalla convencional a los guerrilleros.
![Un octagenario Weyler, en el cuartel de los Lanceros de la Reina.](https://s1.abcstatics.com/media/historia/2022/06/20/weyler-anciano-kzPI--510x349@abc.jpg)
En contra de su leyenda negra, promovida por la prensa estadounidense con los peores insultos y falseando los hechos, este hombre de ideas liberales y democráticas condujo sus acciones dentro de la estricta legalidad. «Tomó medidas excepcionales que previamente publicó en los bandos de guerra , pero no vulneró el derecho de gentes, ni los usos de la guerra. Incluso su decisión más discutida, “la concentración de la población civil en zonas militares”, fue necesaria para el éxito de las operaciones e impuesta por las necesidades de la guerra; porque diseminada la población peligraba su seguridad y era poco menos que imposible el dotarla de recursos para subsistir. Además privaba al enemigo de recursos y restaba efectivos a la rebelión. Era consciente de la impopularidad de la medida y de los sacrificios que imponía, por eso la reconcentración no la aplicó simultáneamente en tiempo ni espacio», justifica el coronel y abogado Eladio Baldovín Ruiz en la entrada biográfica dedicada a este personaje en la Real Academia de Historia .
Asimismo, el mallorquín no dejó de abogar por una solución reformista para Cuba una vez fueran desarmados los sediciosos. Creía que los cubanos tenían derecho a las reformas políticas prometidas en la paz de Zanjón y que la proximidad de los mercados norteamericanos exigía la libertad para comerciar con otras potencias. Weyler se marcó el plazo de dos años para pacificar la isla y dirigió personalmente y con éxito la campaña de Pinar del Río en febrero de 1897. La estrategia dio lugar a muy pocas batallas y, al mismo tiempo, a que la rebelión se fuera asfixiando con el paso de los meses. Los principales cabecillas estaban inmovilizados, frustrados, al borde de la derrota.
El nuevo presidente, Práxedes Mateo Sagasta, apoyó estas corrientes cesando a Weyler, que fue despedido de la isla con grandes manifestaciones de apoyo
Sin embargo, cuando Weyler se preparaba para ejecutar la última parte de su plan fue asesinado el presidente español Cánovas del Castillo . Desde hace meses, muchos en la Península dudaban de que fuera posible la victoria militar y la prensa criticó los planes del general. El nuevo presidente, Práxedes Mateo Sagasta , se puso del lado de estas corrientes cesando a Weyler, que fue despedido de la isla con grandes manifestaciones de apoyo, en pos de una política «de expansión, de generosidad y de olvido». El 27 de noviembre de 1897 se promulgaría la autonomía plena para Cuba. Toda una bomba política que hizo saltar las alarmas en EE.UU.
«¡Los militares, a los cuarteles!»
La entrada del país norteamericano en la guerra hacia el verano del siguiente año dio lugar a una contienda totalmente diferente que España ya no quiso ni pudo enfrentar. Curiosamente, las estrategias antiguerrilleras que tanto criticaron a Weyler fueron las mismas que llevaron exactamente a cabo los norteamericanos allí y en la II Guerra Mundial, Corea y Vietnam. Es más, los mismos que tildaban de genocidio lo que habían hecho los españoles cursaron órdenes bastante más crudas de cara a su desembarco en la isla. La subsecretaría de Estados Unidos reclamó al teniente general del Ejército norteamericano N.S. Miles el 24 de diciembre de 1897:
![Profusamente condecorado, hacia 1890.](https://s3.abcstatics.com/media/historia/2022/06/20/weyler-kzPI--220x220@abc.jpg)
«Habrá que destruir cuanto alcancen nuestros cañones y extremar el bloqueo con el hierro y el fuego para que el hambre y la peste, su constante compañera, diezmen su población pacífica y mermen su ejército, que debe sufrir el peso de la guerra entre dos fuegos...»
Weyler luchó por salvaguardar su reputación en Madrid y se defendió de los intentos de procesarle por su actuación en Cuba. Todos los intentos fueron desestimados y el mallorquín siguió ejerciendo distintos puestos militares. Siempre se resistió a los cantos de sirena de conservadores, liberales, republicanos y carlistas y abogó porque los militares se abstuvieran de intervenir en política. «¡Los militares, a los cuarteles!», solía decir. Pero a lo que no pudo resistirse es a conspirar, con ochenta y ocho años, para tumbar la dictadura del también militar Primo de Rivera . Tomó parte activa en el complot llamado de «la noche de San Juan» y firmó un manifiesto dirigido a la Nación y al Ejército de Mar y Tierra, lo que le ganó varias multas y procesos judiciales.
A su muerte en 1930, dispuso que se le hiciera un entierro discreto en la intimidad familiar, sin honores militares ni civiles porque, según sus propias palabras:
«No he sido más que un soldado que no debe ningún ascenso a la política, que no lució nunca los cordones de ayudante, ni formó parte de la clientela de ningún general prestigioso ».
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