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Mario Vaquerizo: «El sexo ha cambiado mucho en los 25 años de mi matrimonio»

El artista, que debuta como actor protagonista en la comedia 'La reina del convento', recuerda su infancia y nos habla de su carácter, de sus sueños y de su amor por su mujer, Alaska

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Mario Vaquerizo durante una presnetación GTRES

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Cuando le llamaron para protagonizar 'La reina del convento', Mario Vaquerizo pensó que se trataba de una broma: «al principio dije no por pudor y por inseguridad. Yo en pantalla he hecho de mí mismo. Lo que tenía claro es que quería huir de la ofensa y la provocación porque yo soy creyente. Pero entonces leí el guión. Era un despropósito delirante, pero con mensaje sobre la importancia de la familia elegida.» Para su papel de sor Juana, Mario se sometió a un duro trabajo de maquillaje y caracterización: «no quería que fuera una mamarrachada, quería que se viera al personaje y no un disfraz de monja.» Y confiesa que rezó a santa Concha Velasco: «me acordé de sus sabias palabras, 'al rodaje hay que venir con los deberes hechos', y yo, que soy muy disciplinado en el trabajo, me estudié muy bien mi papel«.

Y es que Mario es muy perfeccionista: «pero busco mi perfección. Soy puntilloso, me autoexijo mucho. Si no lo voy a hacer bien, no lo hago. Me gustan muchas cosas, tengo esa suerte, no tengo prejuicios y me divierte hacerlas.» Confiesa tener una actitud cristiana con el mundo: «lo que quiero para mí lo quiero para los demás. Por eso soy detallista, me gusta regalar, me hace feliz. Pero eso no quiere decir que no tenga carácter y no me cabree, incluso de manera vehemente.» Como todo artista, tiene su punto romántico: «aunque no caigo en el paroxismo. No creo en la fatalidad del romanticismo, pero me gusta tener momentos para compartir con mi mujer, son con ella«.

Con su esposa, Olvido, celebra este año sus bodas de plata: «hace 25 años que nos besamos en la sala Bikini de Barcelona. Ella quiere que lo celebremos a solas y yo quiero una boda gitana, quiero invitar a todos, se lo voy a imponer. Y ya luego nos iremos ella y yo solitos, como siempre. Pero celebrar y compartir es muy chulo. Y este año cumplo 50. Tengo muchas ganas de fiesta«.

Veinticinco años dan para mucho y el propio Mario ha reconocido que es el momento de 'resetear' el matrimonio: «hay amor, cariño, respeto, pero todo hay que trabajarlo. La relación se curra, pero no por obligación. Tenemos muchas peleas, claro, pero nos importamos mucho, nos admiramos, hay chispa entre nosotros. En este tiempo el sexo ha cambiado mucho en mi matrimonio, es normal«.

A Mario le da paz meterse en la cama, rezar, ver los cuadro de McNamara, leer y pensar en lo afortunado que es. Y le saca de quicio la gente maleducada, prejuiciosa, la que sufre con el éxito de los demás: «con sus actos me hacen mejor persona.» Mario se confiesa un tipo caprichoso: «pero con sentido común. Disfruto del capricho. Me puedo gastar 2.000 euros en unas entradas para ver a Kylie Minogue en primera fila o convertir la portería de mi casa en un vestidor. Que cada uno se gaste el dinero como quiera«.

Y aunque parezca un poco excéntrico y alocado, se define como adicto a las rutinas: «me acuesto sobre las diez y media, duermo unas ocho horas, desayuno mi café americano con una rebanada de pan con aceite y tomate, me voy a la oficina, vuelvo a casa para comer y me hago una siesta de media hora. La rutina me viene bien, me centra. Si es elegida, es divertida.» Aunque también disfruta perdiendo los papeles: «el sentido común hay que dejarlo por ahí de vez en cuando. Yo puedo estar sin él dos o tres días con mis amigos. Es necesario y terapéutico».

 

La foto: el niño más tímido del mundo

A Mario siempre le ha gustado hacerse fotos: «capturan un momento y luego te retrotraen a él cada vez que las miras.» Aquí le vemos, con dos años y medio, en Oropesa del Mar: «iba con mis tíos y mis primos todos los años. Luego pasé los veranos en Cambrils hasta los 25, cuando conozco a Alaska y nos dedicamos a cerrar todos los 'afters' de Madrid«. Ese niño con gorro era el más tímido del mundo: «ni me atrevía a mirarme al espejo por vergüenza cuando iba a la peluquería y el pobre hombre lo pasaba fatal para cortarme el pelo«.

Mario se recuerda como «un chico gordito con un ojo más grande que el otro«, 'el otro triste', como le llamaban, que tuvo una infancia muy feliz, con unos padres a los que adoraba y dos hermanos con los que mantuvo una relación muy especial: Ángel, el mayor, era muy gamberro de pequeño, y se fue haciendo serio.

Mario Vaquerizo con dos años ABC

Cambiamos los papeles. Nos hicimos amigos y empezamos a compartir mundos poco antes de fallecer. Martita, la pequeña, es mi niña. Intento ejercer de padre con ella, pero discutimos mucho.» A los 14 años, Mario descubrió 'Grease' y su vida cambió: quería ser John Travolta: «fantaseaba con hacer cine«. En esa época, ya se llevaba mejor con las chicas que con los chicos: «jugaba más con ellas, pero yo realmente iba a mi rollo porque iba a merendar a casa de mi abuela y entraba en el micromundo de la mesa camilla. A mí me marcó el matriarcado«.

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