Los emperadores de la verbena: Escobar, Chiquito, El Fary
españa cañí
Aquí tenemos un triunvirato de lo cañí mejor, de lo español en éxtasis, que no es sino el folclore profundo, soleado y cantable de lo nuestro, entre el pasodoble y el prodigio
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![Manolo Escobar, el Fary y Serrat](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/gente/2024/07/20/escobar-fary-RVmr1fyQajUfZan30ob8VyN-1200x840@diario_abc.jpg)
El Fary venía de la escuela del hambre, y aprendió a conducir en la mili. De niño pobre imitaba a Valderrama, a Caracol. Se empleó de taxista, cantando trallazos de fandango a la clientela, y luego tuvo muchos discos de platino, con lo que ... el taxi lo dejó sólo para las fotos de prensa, donde él además aportaba unas greñas de prehippie de polígono.
Manolo Escobar siempre fue Manolo el contento, la alegría infalible de las fiestas patronales, cuando el verano tiene entraña de vino tinto y la noche se desabrocha con algo de noche de frenesí de boda. Quiero decir que Manolo era un popular, quizá el gran popular imbatible, porque sus canciones han quedado en la copa cantable de varias décadas, y así seguirá siendo, cuando el corazón nos pida otra ronda de jarana bien cargada de sangría, a cualquier hora.
Chiquito de la Calzada era más puntual que un ujier, y soltaba su número, cuando tocaba, con un nervioso brinco previo, más otro brinco, la palabra «jarl», que no dice nada, pero lo dice todo. Era su modo de vitaminarse, de golpe, para su caminata de chistes que nunca lo son, porque el chiste tiene médula de tópico, y él practicaba el laboratorio de lo impredecible. Eso, más una personalidad que lo aupaba todo, unos días con camisa de camarero de Torremolinos, otros días con traje y corbata de ir al bodorrio de un concejal, a animar el guateque, a los postres. Vengo a decir que tenía talento, y hechizo.
LA TRIBU DORADA
El Fary, Escobar, Chiquito. Aquí tenemos un triunvirato de lo cañí mejor, de lo español en éxtasis, que no es sino el folclore profundo, soleado y cantable de lo nuestro, entre el pasodoble y el prodigio.
Chiquito fue aparejando una voz propia mientras pescaba modos de Japón y desparpajos de Cádiz, con lo que se hizo un poeta del exceso de torturar el lenguaje para bien, que es lo que hacen, en efecto, los poetas, si lo son: fundan un idioma, refundan el idioma. El armó su mapa, que es Chiquitistán.
Toreros en la vida
El Fary nos salió un ligón feo, un talento desabrochado, algo así como una Barbra Streisand, pero en macho y bordando el flamenquito no difícil. Vendía canciones como el mejor guaperas, y se compró pronto un mercedes, que es el sueño de los que se han pasado muchos años con el menú de medio plato al día. De los que se quieren toreros en la vida, aunque no se dediquen al toreo propiamente dicho.
Manolo fue el capitán del verano de una España que trotaba tras las suecas, y al final de sus épocas era un señor famosísimo que se había retirado al buen vivir de Benidorm, que es como jubilarse en Las Vegas sin pillar el avión, y con más gambas que estrípers. El Fary le puso hilo musical a los taxis que te llevan o te traen de marcha, que es como entonces se llamaba al alterne alegre, hoy Facebook.
Los tres son hoy un luto del folclore. Pero también un alegrón cañí si pones de compañía el porompompero
El Fary, Chiquito, Escobar. Estoy hablado de tres emperadores de la verbena inagotable, del verano a cualquier hora que puede ser España. A Chiquito, en la tele, cuando debutó, allá en el 1994, lo querían echar, porque daba la lámina de un jubilata. Pero fue el trueno de unos años felices en los que el Rey lo incorporó a su vocabulario, y Sabina lo celebraba como lo que es, un creador verbal. Tenía un representante de los que no trapichean, y una mujer, Pepita, que fue su amor para toda la vida, desde la adolescencia, o casi. Si iban de viaje, Pepita reunía los cheques en el tirante del sujetador, no fueran a perderse, con el trote de las galas, y le acompañaba en todo como una madre que fuera una hermana que fuera una groupie.
El Fary sólo se fiaba de su madre, y decía que le gustaban «hasta las punkies». Chiquito se llamaba Gregorio Sánchez. Fue un antiguo de sastrería que aún revienta internet. El dinero largo que provocó 'Mi carro', o 'La minifalda' lo gastaba Manolo Escobar en obra de Tápies o Sicilia. El Fary era estilista de lo suyo. Entre taxista de fandango y Sinatra de garaje. Los tres son hoy un luto del folclore. Pero también un alegrón cañí si pones de compañía el porompompero.
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