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Día Mundial de la prevención del Suicidio

«Yo no quería morirme, sólo quería dejar de sufrir»

El 70% de los jóvenes con ideas suicidas ha dado alguna señal de atención previa. La prevención es una necesidad urgente y la clave para que los afectados encuentren alternativas que calmen su dolor

«A los 15 años intenté suicidarme. Fue un viernes y el lunes ya me mandaron al colegio»

«Ir al psiquiatra no es una catástrofe, es el punto de partida de la solución a un sufrimiento»

Familias, profesores y profesionales de salud deben tener más herramientas para detectar las tentativas de suicidio
Laura Peraita

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El suicidio es la primera causa de muerte no natural entre jóvenes de 15 a 29 años. Provoca 316 defunciones anuales frente a las 299 de los accidentes de tráfico o las 295 de los tumores, según datos de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio. Se trata de un problema creciente que preocupa a la sociedad y afecta fundamentalmente tanto a las familias como a los profesores y compañeros de clase, ya que son escenarios en los que este grupo de población de riesgo pasa la mayor parte de su tiempo.

La pregunta es: ¿se puede prevenir este tipo de fallecimientos? La respuesta: Sí. Sin embargo, para lograrlo, según apuntan los expertos, es necesario un perfecto y completo programa de prevención en el que estén implicados fundamentalmente familias, profesores y profesionales sanitarios especializados en salud mental.

Patricia Vega, profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), asegura que los jóvenes que han tenido tentativas de suicidarse han confesado después: «Yo no quería morirme, sólo quería dejar de sufrir». «Es decir —confiesa esta experta— buscaban una solución permanente a un problema transitorio. Han intentado zanjar su sufrimiento de esta forma tan tajante porque no han sabido poner fin a su padecer de otra manera y, sobre todo, porque se han encontrado solos, no han sabido comunicar sus sentimientos y emociones porque en muchos casos no saben interpretarlas».

Por ello, esta experta destaca la urgencia de que los niños aprendan en el colegio desde los 5 años a identificar sus emociones y sentimientos para que tengan herramientas que les sirvan para una mejor búsqueda de soluciones. «Igual que saben transmitir que les duele la garganta, deben saber comunicar que les duele una determinada situación. Hay muchos menores que sienten, por ejemplo, dolor de tripa cuando van al colegio, sobre todo ahora con el comienzo de las clases. Ese dolor es un síntoma de nerviosismo, de ansiedad, y deben saber interpretarlo y transmitirlo para buscar herramientas que le calmen».

Mientras insiste en la necesidad de impartir estos conocimientos en todos los centros escolares, la profesora de UNIR reconoce que para prevenir el suicidio, tanto familias como profesores deben estar atentos a posibles señales de tentativa por parte de los jóvenes. Según el experto en salud mental infanto-juvenil Javier Urra, director clínico de RECURRA-GINSO, el 70% de los jóvenes que tienen ideas suicidas han dado alguna llamada de atención previa.

Estas señales son más claras cuando son explícitas: tristeza continuada, mensajes de alerta relacionados con la muerte del tipo «no quiero vivir», «la vida no tiene sentido», «nunca voy a ser feliz»..., pérdida de relación con amigos y rutinas, aislamiento, dejación en la higiene personal y vestimenta, entre otras. Ante este tipo de señales, Patricia Vega recomienda dirigirse al joven y preguntarle directamente sobre el tema: ¿piensas que es mejor no vivir? «Conociendo sus intenciones, su padecer, es la única forma de reconducir su conducta, de que no se sienta solo en su sufrimiento y que se le puedan plantear soluciones alternativas. No hay que olvidar que el suicidio es una solución permanente a un problema que es transitorio».

El problema se complica, no obstante, cuando no hay señales tan claras de alarma o si el joven es impulsivo y decide acabar con su vida sin tiempo de reacción. «Hay que estar muy atentos porque cuando hablamos posteriormente con los padres y les explicamos las principales señales de su comportamiento se dan cuenta de que sí podrían haberse percatado de las intenciones de su hijo. Detalles tan aparentemente inocentes como que el joven regale un objeto personal muy preciado a un primo, que dé las gracias a un profesor por todo lo que le ha enseñado... pueden ser definitivos. La sensación de los padres es muy dolorosa al saber que podrían haber evitado una situación tan grave y que no supieron detectar».

El papel de los compañeros de clase

Esta profesora insiste en la necesidad de impartir en los colegios talleres de salud mental que aborden esta temática para que los alumnos sepan cómo actuar si en alguna ocasión tienen algún pensamiento suicida. «Además, ayuda a que los compañeros sepan también de qué manera actuar porque en muchas ocasiones el que quiere quitarse la vida se lo dice a algún amigo de clase y le hace jurar que no se lo dirá a nadie. Este amigo tampoco sabe qué hacer si nadie le ha hablado del tema y explicado que si lo dice no le está traicionando, sino ayudando. Eso es prevención», advierte Vega.

Javier Urra también insiste en que para actuar a tiempo es importante comunicarse con el menor y saber escucharle y apoyarle. «Las ideas suicidas no pueden quedarse en el pensamiento del joven y su soledad. Es fundamental que los padres se comuniquen con sus hijos cuando noten alguna de las señales mencionadas. Acudir a expertos y a la psicoterapia se vuelve esencial porque el menor no se siente juzgado y puede expresar sus intenciones y atajar el origen de estas», añade el psicólogo.

Factores de riesgo

Según el director clínico de RECURRA-GINSO, entre los factores de riesgo que pueden contribuir al suicidio en menores, el acoso escolar se encuentra como la principal causa. «El adolescente es un ser muy social que depende del juicio de los demás. Por eso, cuando se siente acosado o ridiculizado, no es capaz de afrontarlo ni comunicarlo, pudiendo generar en él un sufrimiento que conduzca a un trastorno depresivo y que arraigue en pensamientos suicidas», explica.

Otros riesgos que pueden desencadenar las ideas de muerte en el menor son: los trastornos o patologías mentales, como psicosis o paranoia, que propician la pérdida del sentido de realidad; el consumo de drogas y sus efectos secundarios; algunos retos virales impulsados en redes sociales, que animan a los jóvenes a cometer actos peligrosos, y el desamor, que puede ser un factor de riesgo cuando el menor no sabe afrontar una ruptura sentimental.

Si un adulto o menor se encuentra ante una situación en la que puede haber riesgo de suicidio y necesita información o ayuda, puede contar con recursos gratuitos como la línea telefónica 024, impulsada por el Ministerio de Sanidad, el Teléfono de la Esperanza, el teléfono 24 horas de RECURRA-GINSO (900 65 65 65), Fundación Anar (600 50 51 52) o el Teléfono contra el suicidio La Barandilla (911 385 385). Todos ellos trabajan para ayudar a prevenir el suicidio y atajar este grave problema de salud.

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