«El profesor debe asumir que los alumnos no pueden concentrarse hoy más de un minuto en clase»
Fernando Alberca, profesor y autor de numerosos libros de educación, explica que los estudiantes se han acostumbrado a recibir estímulos visuales y auditivos más atractivos y rápidos de los que se ofrecen en el aula
Fernando Alberca, profesor y autor de numerosos libros de educación como 'Hijo tú vales mucho, muestra en esta entrevista su particular preocupación ante la disminución de la atención y concentración de los alumnos en el aula.
¿Qué ha cambiado el nivel de concentración de ... los alumnos en el aula?
Casi todo lo que se refiere al alumnado ha cambiado en un aula después de 1995, cuando nació la generación que llamamos Z, la primera digital. Los hábitos de casa con los que llegan a la escuela ya son diferentes y, especialmente en la concentración. Téngase en cuenta que las cinco características que mundialmente se le atribuye a esta generación de los nacidos desde 1995 y hasta 2010, son: impulsividad, inmediatez, individualismo, baja autoestima y baja concentración.
La capacidad de atención sube (todo les llama la atención) y desciende la capacidad de concentración (mantener la atención en algo por decisión de la voluntad, sin dejarse llevar por estímulos externos). En los años 80, un niño o adolescente se desconcentraba a los 15-20 minutos, salvo que recibiera algún estímulo externo que reactivara la concentración; en los años 90 lo hacía a los 8 minutos; en los años 2000, al minuto (por eso los mensajes en redes sociales sabían que sus mensajes no debían sobrepasar este tiempo; pero ahora, en 2023, un niño y adolescente no llega a mantener la concentración más allá de 15-25 segundos.
¿A qué se debe exactamente?
El alumno está acostumbrado a estímulos visuales y auditivos mucho más atractivos de los habituales en un aula y, por tanto, ha desarrollado un desinterés creciente por los estímulos menos atractivos, intensos, veloces y directos. Se ha acostumbrado a reaccionar a sensaciones de sus sentidos, más que a reflexionar. Atiende a lo brusco o muy llamativo. Desatiende a lo sereno, pausado, secuencialmente pausado, a la explicación, por tanto. Quiere resultados y atracción y pierde interés por eso ante la exposición de un razonamiento, proceso, deducción, mucho más si al principio le parece poco atractivo. Por eso todo en la vida, la propia vida, pierde ilusión, atracción, motivación, aumenta la apatía, la desgana, la falta de voluntad y la escasez de esfuerzo, y menos, un esfuerzo que requiera tiempo: prolongado.
Es preciso por ello, compensar con ejercicios atractivos de concentración, que los hay en el ámbito familiar, pero también, muy efectivos, en el ámbito de la escuela. Ser consciente de la evolución al pensar y el autodominio ante los estímulos externos y la manipulación, siempre fueron dos tesoros de la inteligencia humana y fuentes de disfrute, de satisfacción, e inicio de felicidad.
¿Qué 'responsabilidad' tiene el abuso de tiempo de pantallas, la inmediatez y rapidez de visualización de imágenes y contenidos en la falta de concentración?
Especialmente en la temprana edad, el hábito de concentrarse en un punto y evadirse de todo lo de alrededor siempre ha sido un aprendizaje necesario para el ser humano, que consigue las pantallas de una forma muy efectiva a todas las edades.
El primer problema surge al lograrlo mediante estímulos visuales muy intensos y sólo sensoriales (vista oído y tacto), haciendo que lo demás (ideas, chistes, ironías, metáforas, dobles sentidos, no se perciben porque no van apoyados por imágenes ni mayor sonido que el de las palabras. El segundo problema, aún mayor, es hacerlo a una edad temprana, cuando aún no ha dado tiempo de disfrutar de otras percepciones como la narración leída o la escuchada sin imágenes. El niño de hoy aprende dos o tres años antes a ver y oír un vídeo que a leer un cuento. Con la merma de imaginación que esto conlleva, pero también de capacidad de concentración.
Si además, una vez crece ese niño, en la escuela también se recurre a los mismos estímulos externos sensoriales intensos, y se desaprovecha la oportunidad de compensarlos, entonces la desconcentración aumenta y se pierde el disfrute del pensamiento y los beneficios de la atención. Se evoluciona de homo sapiens a homo consumidor.
¿De qué manera pueden hoy atraer la atención de los alumnos?
Hay que entender que el alumnado no requiere distracción, sino concentración. Es decir, el objetivo en el aula no es entretenerle, ofrecerle un espectáculo que le estimule y le atraiga. El objetivo de lo que debería hacerse en el aula es más bien estimular su motivación, para que se ponga él mismo en movimiento, en acción y rendimiento, con su libertad, voluntad y sus talentos. Fruto de su tiempo, esfuerzo y nuestra ayuda, experiencia y conocimiento de años, puesto a su servicio.
Lo primero que habría que hacer es acostumbrar al alumnado a unos ejercicios sencillos, atractivos, estimulantes y sugerentes de concentración. Hay muchos. (En algunos de mis libros, por ejemplo, en Nuestra mente maravillosa, El niño que venció a brujas y dragones, Todos los niños pueden ser Einstein, Tu hijo a Harvard y tú en la hamaca o en Geniales, pueden verse algunos).
¿Qué efectos tiene la concentración en su aprendizaje final?
La concentración es la clave del rendimiento: lo facilita y lo sostiene en el tiempo y cuando se nos pide. Facilita la memoria, la fuerza de voluntad, el acierto, el protagonismo de ese acierto y, por tanto, la satisfacción.
En los deportistas lo vemos de una forma clara: sin concentración, lo que se sabe no se aprovecha, no sale de nosotros ni entra: no se aprende de verdad, no se aprehende.
La concentración es la puerta del aprendizaje en nuestra inteligencia. El aprendizaje depende de la concentración que nos prepara para pasar de algo aprendido a algo relacionado con él y, por tanto, un aprendizaje mayor. Ayuda también a aquilatar lo aprendido, para sedimentar lo que cada aprendizaje puede dejarnos como poso y apoyo en aprendizajes significativos siguientes. Es una pieza clave, por tanto.
Sin concentrarse, aprender sería como escribir en un Word sobre un documento nuevo y no grabarlo mediante «Guardar como» o no saber dónde se guardó.
Sin concentración no se aprecia la esencia de lo que se desea aprender y se aprende sólo superficialmente. Sin ella no se conjuga dentro del cerebro lo nuevo con lo aprendido antes, ni se llega hasta el final en el resultado destilado con el tiempo de ese aprendizaje.
¿Qué debemos hacer entonces, dada esta situación?
Una vez conocido el hecho de que es una cuestión generacional y cultural (el que se concentra poco, reflexiona menos, es más manipulable y consume más lo atractivo que se le presente), y admitido que es imposible de erradicar la tendencia a la falta de concentración en el ocio primero y en el trabajo por extensión de todo adolescente de hoy, lo que habría que hacer es optar por dos posturas:
1. Reconocer la importancia de la concentración en nuestro día a día, desearla como una herramienta muy útil en el rendimiento de lo que hacemos y sentimos. Descubrir que está detrás de muchas de las carencias actuales y es causa de la falta de reflexión, de acierto, del bajo rendimiento escolar y profesional, empeora la relación personal y familiar, disminuye el disfrute de todo lo que nos pasa cada día, genera impotencia en todos los campos, alimenta la frustración ante la contrariedad, aumenta la apatía, la desesperación y el individualismo, obstaculiza pedir ayuda a tiempo a quien puede ayudarnos, y nos hace desaprovechar la vida y no disfrutar de ella…
2. Compensar. Aceptar que la cultura es así (por ejemplo, que para jugar a un videojuego se precisa estar muy atento y reaccionar a cualquier estímulo impulsivamente, pero nunca concentrarse en nada que no conlleve estímulo alguno, concentrarse en el juego sólo porque quiera nuestra voluntad), y simplemente compensar esa cultura con ejercicios de fuerza de voluntad y, sobre todo, con juegos y ejercicios de concentración y, siguiendo el ejemplo de antes, jugar -además de alguna vez a videojuegos-, también y más a juegos de mesa, donde se propicia la concentración junto a mucha más variedad de emociones.
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Por último, ¿qué consejo daría para el profesor a la hora de impartir su clase?
El profesorado debe entender que, de forma natural, el alumnado no puede seguirle atentamente, concentrado, más de un minuto, más de cinco mucho menos. Que es preciso, primero, acostumbrarle con ejercicios a tener concentración, mediante ejercicios de duración progresiva. La forma de explicar no ha de ser la lección magistral antigua, pero la explicación magistral (del maestro) sigue siendo necesaria para profundizar, para sugerir, para abrir horizontes y entender reflexivamente sobre la importancia e interés de lo que se pone ante el alumnado. Por eso no puede renunciarse a la capacidad de concentración en el aula, sino ejercitarla, muscularla, partiendo de atractivos ejercicios de 30 segundos, 50 después, un minuto y llegar hasta 25, porque el ser humano necesita autocontrol concentrado de 35 minutos si quiere aprehender de verdad la profundidad de lo que tiene delante.
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