Análisis
Cataluña, de la aspiración nacional al abordaje de los problemas personales
Puigdemont dejó la noche del domingo de ser un problema político y tiene un problema personal con el que va a enredar tanto como pueda, dentro y fuera de Junts, hasta que Illa jure como president
Más artículos escritos por Salvador Sostres
![El prófugo Carles Puigdemont, candidato de Junts el pasado 12 de mayo](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/05/18/puigdemont_20240518154741-RolC9LENCmyxvjYyKr29wTJ-1200x840@diario_abc.jpg)
La política catalana ha dejado de existir como sujeto articulado y se ha vuelto un solar de problemas personales y cada uno -ni siquiera cada partido- hace el pillaje por su cuenta. El caso más descarnado es el de Carles Puigdemont, el gran derrotado del 12-M ... a pesar de que Junts obtuvo 3 diputados más que en las elecciones autonómicas de 2021.
Perdió él, perdió la locura de haber declarado la independencia sin tenerla preparada, perdió el delirio que desde el «exilio» iba a «liberar a Cataluña del yugo de España», perdió el independentismo la mayoría absoluta y ahora intenta plantear sumas con Esquerra que no son factibles por el odio que mutuamente se profesan con los republicanos y muy particularmente con Oriol Junqueras.
Próxima estación: la jubilación anticipada y sin poder regresar a España como Tarradellas -es lo que tenía planeado- y más allá de la fiesta que le organicen sus allegados será un particular en vuelo regular que aterrizará habiendo sido derrotado en todos sus propósitos y al que el Gobierno, más que amnistiarlo, le cosió un perdón a medida que ha tenido que ser más aparatoso dada su condición de prófugo de la Justicia.
Puigdemont dejó la noche del domingo de ser un problema político y tiene un problema personal con el que va a enredar tanto como pueda, dentro y fuera de su partido, hasta que Salvador Illa jure como próximo presidente de la Generalitat. Entonces hasta para el propio forajido el problema personal que ahora tiene se le volverá nostalgia. Junqueras es el otro gran asunto personal de la política catalana. El líder que se pagó de su bolsillo el billete de AVE para ir a Madrid y hacerse detener tras la fallida declaración de independencia quiere ser presidente para dar sentido a los tres años en los que «voluntariamente» estuvo en la cárcel.
Junqueras podía haber defendido la independencia que justo acababa de declarar, o podía haberse fugado como Puigdemont o Marta Rovira, pero eligió hacerse su propio Hostal Royal Estremera para construirse un martirologio al modo de Jordi Pujol aunque quien él tenía en mente era a Nelson Mandela. Con su habitual pulcritud británica, que nunca se sabe si es educadísima o sarcástica, pero en cualquier caso británica. Illa le ha ofrecido tiempo para que se centre en la realidad.
Junqueras no tiene rival en Esquerra pero sí en realidad. Lo mismo que Puigdemont, tampoco ha ganado nunca unas elecciones autonómicas, ni su partido con él en la sombra, y en las europeas a las que se presentó en 2019 Puigdemont le dio una tunda histórica. El independentismo no sólo no le quiere sino que le desprecia. Su angustia personalísima por ser presidente no guarda proporción con sus posibilidades de serlo. Su relato naufraga en la indiferencia de los que algún día fueron sus incondicionales y en el odio de los independentistas más irredentos: y eso en la mitad afín de la sociedad catalana.
Puigdemont intenta plantear sumas con ERC que no son factibles por el odio que se profesan mutuamente con los republicanos
Alejandro Fernández ha conseguido una victoria muy personal pasando de 3 a 15 diputados. Una victoria contra la humillación a que Alberto Núñez Feijóo lo sometió en el proceso de designación como candidato: hizo saber a todo el mundo que no lo quería y que si lo acababa aceptando era porque no había encontrado a otro. Incluso tras el brillante resultado, Borja Sémper evitó confirmar al flamante triunfador como presidente de los populares catalanes, otro desprecio sobre el desprecio acumulado. Es cierto que Alejandro ha conseguido recuperar el agua tibia para su partido en Cataluña, aunque sin dar con el discurso que le permitiera despegarse de Vox, que ha resistido con unos muy cercanos 11 escaños, y quedando a demasiada distancia de los socialistas (42) para un partido que aspira a gobernar España sin la muleta de Abascal.
También el año pasado el PP mejoró (de 2 a 4) en el ayuntamiento de Barcelona y Daniel Sirera fue decisivo para evitar que la ciudad tuviera un alcalde independentista a las órdenes de Puigdemont. Fue una decisión personal que sólo él y su grupo conocían cuando entraron al Salón de Ciento.
Apostado por Collboni, Sirera acabó también con la era de la alcaldesa Ada Colau, que se convirtió a partir de entonces en el problema personal que de hecho desencadenó las elecciones del pasado domingo: el Hard Rock fue la excusa que los Comunes dieron para disimular que votaban en contra de los presupuestos, pero la verdad es que querían castigar a ERC y PSC porque Collboni se negó a incorporar a la exalcaldesa en el gobierno municipal, consciente del agrio rechazo que crea en la inmensa mayoría de los barceloneses.
Dos perdedores que aspiran a ser presidentes sin haber ganado nunca unas elecciones, un candidato sin partido ni discurso y una exalcaldesa tóxica que exige lo que nadie está dispuesto a darle: problemas que fueron políticos se han vuelto personales y de personas que todos menos ellos vemos cómo empiezan a flotar sus cadáveres.
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