En la guarida francesa de Puigdemont creen que es un cantante
Muy poca gente sabe dónde vive ahora el expresidente catalán y creen que tiene varios escondites. Sus vecinos rehúyen el independentismo: «Aquí nos parece un extraterrestre»
![Ambiente antes de una acto electoral de Carles Puigdemont en Argelès-sur-Mer (Francia)](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/04/28/autobuses-puigdemont-RVZyLaVehL7NAMK255hmriK-1200x840@diario_abc.jpg)
En Villargeil, una pequeña aldea junto a Cerét en el Rousillon francés, atardece sobre campos salpicados de amapolas, albaricoques, casas de piedra y vacas que contemplan absortas cómo pasan los coches en una quietud pequeña pero definitiva. En el autodenominado exilio de Puigdemont ... no se está tan mal: la casa de piedra viva se alquila con piscina, 200 metros de vivienda, gimnasio en la buhardilla, seis habitaciones y un jardín como para abrirse una botella de vino y pinchar aquel disco de Brassens. Cuesta cuatro mil euros la semana en temporada alta. A principio de mes, el presidente fugado desde 2017 dejó la fría Waterloo y se instaló aquí en la comarca del Vallespir, a 20 kilómetros de la Junquera y del Col d'Ares, el puerto de montaña que hace frontera con España y que podría franquear en las próximas semanas.
No debería tardar mucho. Su vida en el Vallespir es circunstancial. Cuando llegó, alquiló la casa a la familia Lloveras a sabiendas de que no podría quedarse indefinidamente, pues tendría que dejarla para que llegaran otros huéspedes que la ocupan hace años. Esto sucedió hace una semana. «Es una persona educada», recuerda 'monsieur' Lloveras en su garaje en el que intenta arreglar uno de esos frailes del tiempo. «Mire: es un barómetro típicamente catalán. Aquí lo catalán son las tradiciones». Su huésped no traía muebles, ni grandes pertenencias. Lleva poco equipaje como los suicidas. Es muy discreto, no se le ve pasear, ni en la 'patisserie', la terraza o el supermercado. Lo protegen varios escoltas que se dejan ver en los actos en los que participa.
Muy poca gente sabe dónde vive ahora y los que lo saben le guardan el secreto. El vecindario cree que tiene varios escondites. Lo han visto en Cerét, en Amélie-Les-Bains, donde se reunió con todo su equipo llegado desde Barcelona y se alojaron en un coqueto hotel-castillo en el que sirven un fantástico pan para desayunar, hay un perrillo que recibe a los huéspedes, un platanero de 1700 y se escucha el río Tech murmurando allí abajo en no sé qué frescuras. En esa quietud, a uno se le quitan las ganas de pelear por la independencia y por todo en general, pero la alcaldesa, Marie Costa, cuya candidatura apoyaron los Republicanos –la derecha tradicional–, es una de sus mejores aliadas y lo apoya en sus discursos. «Aquí somos muy catalanes pero no independentistas. Lo que pase en Cataluña del Sur nos da absolutamente igual siempre que no nos corten la carretera», bromea Jean-Cristophe, que regenta el hotel.
En la Cataluña Norte (sic) hablan catalán y francés, pero no ha triunfado el independentismo, que se contempla con indiferencia y lejanía, si no es con recelo. «No queremos ser independientes», asegura Marc, un vecino del barrio de Puigdemont que pasea por la carretera con su mujer y que asegura que la independencia, menos aún el unilateralismo, no son su «guerra». «¿Estamos locos? Bastante tenemos en Francia para meternos en más problemas».
Desde el jueves, las reuniones de trabajo del equipo del expresidente se celebran a 30 kilómetros de allí en el cuartel general de campaña que han montado en un espacio multiusos municipal de Argelès-sur-Mer. Es un teatro polideportivo típicamente francés en su funcionalidad en el que lo mismo actúa un mago que se celebra un campeonato infantil de gimnasia rítmica. Cada día, hasta el final de campaña, los militantes acuden allí en autobuses y escuchan predicar al mesías de los pueblos elegidos. Lo aclaman en un ímpetu providencial. El exilio y su final próximo, esto es su venida, le han dotado de un aura de cristo con chaqueta y gafas que les hace alcanzar el nirvana unilateralista.
![Casco antiguo de Ceret](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/04/28/casco-ceret-U76876434417YDa-760x427@diario_abc.jpg)
Fuera del recinto, muy pocos saben de su historia. «¿Quién es Puigdemont? ¿un cantante?», se pregunta Frédérique, una fisioterapeuta que empuja la sillita de su hijo. Allí, las señales rotulan los nombres de los pueblos en francés y en catalán, pero en 2016, François Hollande unificó las regiones balo el nombre de Occitania y se borró el nombre de Languedoc-Rousillon, como si el País Vasco, Navarra y La Rioja pasaran a denominarse Aragón, y no pasara nada. En enero, el departamento de Pirineos Orientales al que pertenece el Vallespir anunció un referéndum para elegir un nombre menos genérico, pero el Consejo de Estado ha rechazado que entre las opciones vaya a estar Cataluña Norte o País Catalán. En Francia, la independencia es inconcebible y los debates se acometen con una calma parsimoniosa. Mismas costumbres, mismo idioma…
Tiene uno la sensación de que la Cataluña del norte es como hubiera sido la del sur sin sufrir la fiebre del independentismo.
Puigdemont es un tipo muy discreto. Muy poca gente sabe dónde está y los que lo saben no lo dicen. En la zona creen que tiene varios escondites. Hay gente que lo ha visto en Céret, otros en Prats del Molló, el último pueblo antes de llegar a la frontera donde Puigdemont mantiene relaciones de amistad desde hace años. Se sabe que en ocasiones ha visitado la casa donde Francesc Macià preparó en 1926 la invasión de Cataluña con armas y ejércitos que debían cruzar la frontera, una operación que fracasó cuando la policía francesa detuvo al líder catalán en aquella villa.
![Che Villargeil, casa de Carles Puigdemont en Francia](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/04/28/casa-puigdemont-U04017503210LCR-760x427@diario_abc.jpg)
El Pirineo y en concreto las cumbres del macizo del Canigó, cubiertas allí arriba de una nieve cárdena y vieja, confieren a la misión de Puigdemont el heroísmo escénico que no había logrado hasta ahora. Grandes líderes han alcanzado la grandeza cruzando accidentes geográficos: Aníbal cruzó los Alpes con sus elefantes, Julio César cruzó el Rubicón, Alejandro Magno, los Dardanelos y Puigdemont escapó en un maletero. Así no se puede alcanzar la historia. Los Pirineos le brindan ahora la ocasión literaria de cruzar el Col d'Ares (1.513 metros), una frontera difusa en la que no se sabe dónde termina Francia y empieza España y de ahí bajar por caminos de contrabandistas, carreteras con curvas que cruzan los helechales, yeguas preñadas, vacas perdidas y, allá abajo, el cuartel de la Guardia Civil de Camprodón. Si regresa una vez se apruebe la amnistía, lo verán pasar y acaso les tocara organizar el tráfico en la rotonda de entrada al pueblo. Ahí, exactamente, empezaría la humillación.
Del lado francés sopla una tramontana de siete flechas. El viento trajo a los cubistas a Céret. El pintor Manolo Hugué paró en la estación de Argelès-sur-Mer a principio de siglo pasado pero creyó que con ese vendaval no se podía vivir. Entonces subió hasta Amélie-Les-Bains, pero el balneario llenaba las calles de gentes que tosían, y creyó que no les gustaría a sus amigos, así que se quedó en Cerét viendo los toros. Después vinieron Gris, Braque y Picasso que se alquiló una casa en la que pintaba vestido con un kimono amarillo con flores. En el Grand Café, ese bar de ahí enfrente, dicen que se inventó el cubismo. Picasso se quedó por las corridas a las que acudía con Jean Cocteau. Céret es una de las mecas del torismo y a su feria acuden aficionados de todo el mundo, pero sobre todo, taurinos catalanes del sur. Cuando la dictadura, la gente cruzaba desde España a ver películas con desnudos y ahora vienen a ver corridas de toros y a Puigdemont.
![En la guarida francesa de Puigdemont creen que es un cantante](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/04/28/chapu-puig-U77364023285YmP-760x427@diario_abc.jpg)
Dicen que el 'procés' comenzó con la prohibición de la tauromaquia. «Así fue. Intentaron borrar la historia y la tradición que aquí mantenemos», asegura Richard Roigt, aficionado, profesor de colegio, de padre catalán del norte y madre catalana del sur, e historiador taurino. «Aquí la tauromaquia es un signo de catalanidad. El torilero lleva barretina, cantamos 'Els Segadors' antes del paseíllo y también 'La santa espina' en el tercer toro. Una cobla toca música de sardanas. Pero la catalanidad es diferente al catalanismo pues aquí se vive la tradición pero abriéndonos al mundo y allí, cerrándose».
Marc Gendre pertenece a la asociación de aficionados de Cerét (ADAC) y en su casa hay cuadros de gente bailando sardanas y divisas de Pablo Romero y del Conde de la Corte. «Somos catalanes, pero sin la cosa política».
-¿Es Puigdemont un héroe?
-Es una persona interesada en el poder que quiere separar a la gente. Aquí nos parece un extraterrestre.
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