Ángel Hernández, uno de los policías heridos en Urquinaona: «Nos querían matar, pero dicen que nada de esto ha pasado»
ABC recoge el testimonio de uno de los agentesde la UIP incapacitados por las heridas que recibieron en Cataluña durante el procès. Lo jubilaron con 800 euros, vive en Lugo, riega las plantas y no siente el brazo derecho. Aún vive en bucle lo que le pasó: «Les han dado la razón a ellos»
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![Ángel Hernández, en su pequeño pueblo de Lugo](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/06/16/policia-miguel-RPTdXrw25vaCum3saD4vZmL-1200x840@diario_abc.jpg)
En la vida de Ángel Hernández (48 años), cada poco tiempo es 18 de octubre de 2019. Da igual dónde esté, cuándo, ni en qué situación, que se le viene aquel día y es como si regresara en un fogonazo, un rapto que le ... sucede y lo devuelve a lo que le pasó aquel día. Lo vive una y otra vez. Baja de la furgoneta de la UIP, se asoma a la plaza de Urquinaona y ve los contenedores ardiendo, los manifestantes ahí cerca, las caras de odio, los gritos, los lanzamientos, el suelo alfombrado de adoquines. Los manifestantes independentistas quieren tomar la comisaría de la Policía Nacional de Vía Laietana y ellos tienen que defenderla guardando la línea. Esa frontera es España. «Noto el calor en el uniforme como si me estuviera quemando y el olor a combustible. El cóctel molotov ha caído en mis pies».
Después, su equipo se resguarda en la esquina derecha de la calle Figueres y se le quiebra la vida. Desde lo alto de la casa le arrojan algo más grande que una piedra –una baldosa, quizás, un cascote–, que le revienta el brazo. «Noto el impacto y se me cae la bocacha porque no puedo sujetarla». La sangre le brota de la manga. Un compañero lo acompaña hacia retaguardia mientras anda encogido, doliéndose, camino de la furgoneta. Le alcanza otra piedra en el omoplato, pero consigue mantenerse en pie. Al fin lo trasladan en coche a la jefatura. No hay ambulancias porque la cantidad de piedras y de barricadas no las dejan pasar. Al llegar, lo sientan en el suelo, cortan la manga y la codera, y ven que el hueso del radio hecho astillas le ha atravesado la carne.
En la jefatura hay solo una ambulancia, pero cuando lo van a trasladar, escucha por la radio que traen a un compañero herido grave. Cuando se abre la furgoneta se aparece una pietá uniformada: cinco agentes sacan el cuerpo desmadejado de Iván, su compañero, con un golpe enorme en la cabeza. Después de irse Ángel de la esquina derecha de la calle Figueres, Iván, que guardaba la posición en la esquina izquierda, se había movido a donde estaba él y le arrojaron otro cascote que le impacta en el cráneo y le rompe las vértebras. «No nos querían hacer daño. Nos querían matar, pero al parecer nada de esto ha pasado». En ese momento, no hay detenidos ni los habrá. «Entonces, veo cómo posan a Iván tumbado a mi lado. Está muy mal. Empieza a convulsionar. No puede respirar». Ha vuelto a esos recuerdos porque vuelven cada poco y porque se ha publicado esta semana la Ley de Amnistía y siente que el Gobierno «está dando la razón» a los que les atacaron mientras que a ellos, lo policías heridos y los acusados, los deja en la oscuridad del desamparo.
![Imagen principal - Arriba, los contenedores incendiados de la plaza de Urquinaona. Abajo, los policías (entre ellos Ángel Hernández, defendiendo la comisaría de la Policía Nacional de Vía Laietana. Al lado, un compañero acompaña a Hernández hacia retaguardia mientras anda encogido, doliéndose, camino de la furgoneta.](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/06/16/contenedores-U86542553533WTp-758x470@diario_abc.jpg)
![Imagen secundaria 1 - Arriba, los contenedores incendiados de la plaza de Urquinaona. Abajo, los policías (entre ellos Ángel Hernández, defendiendo la comisaría de la Policía Nacional de Vía Laietana. Al lado, un compañero acompaña a Hernández hacia retaguardia mientras anda encogido, doliéndose, camino de la furgoneta.](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/06/16/laietana-U87720006883flk-464x329@diario_abc.jpeg)
![Imagen secundaria 2 - Arriba, los contenedores incendiados de la plaza de Urquinaona. Abajo, los policías (entre ellos Ángel Hernández, defendiendo la comisaría de la Policía Nacional de Vía Laietana. Al lado, un compañero acompaña a Hernández hacia retaguardia mientras anda encogido, doliéndose, camino de la furgoneta.](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/06/16/rescate-U08046450850wHa-278x329@diario_abc.jpg)
«No es razonable que nosotros seamos los perjudicados y que ellos caminen por ahí tranquilamente. Esto sucedió. Yo lo vi. Alguien lo instigó, lo organizó y lo financió. Estas son mis cicatrices, mi muñeca rota y mi vida en la que no puedo trabajar». El brazo de Ángel, que volvieron a operar un mes después y que no se ha recuperado, su baja por lesión en acto de servicio, el tratamiento psicológico y su vida de policía truncada, el día en que se despidió llorando y los compañeros le hicieron un pasillo de aplausos, todo eso, digo, confirma un fallo en el matrix del relato del Gobierno, un vacío que molesta porque duele y porque incide en las costuras mismas de la memoria. «Todo esto que estamos viendo es injusto porque se establecen diferencias entre españoles ante la ley y pretenden que la culpa la tengamos los policías que actuamos. No puede ser que la gente que fuimos en 2017 y 2019 a defender España seamos los perjudicados».
En un limbo
Además de los dos policías heridos que sufren las lesiones recibidas en las manifestaciones, 51 agentes permanecen imputados por las actuaciones del 1-O y los incidentes de Urquinaona, acusados de lesiones y torturas (delitos contra la integridad moral) aunque no existan pruebas. No son amnistiables –muchos han asegurado que no solicitarán la amnistía– porque una instrucción del Consejo de Europa ordena que no se puedan archivar estos delitos aunque no haya indicios y deben esperar a juicio oral. Definitivamente, el traje de la amnistía le estaba mejor a Puigdemont que a ellos. En consecuencia, llevan años sin poder recibir ascensos o medallas y viven en el mismo limbo que los heridos, orillados en la gran maniobra de la inversión de la culpa por la que se santifica a quien cometió el delito pero se castiga al que luchaba para que no se cometiera. La apisonadora argumental del Gobierno hace su trabajo: por lo que sea, no quieren aparecer, no quieren hablar, no quieren que se les vea. Acaso sea el miedo, la vergüenza o el cabreo de imaginar a Puigdemont caminar, ufano, por las calles de Barcelona. O es que están cansados pues creen que todo aquello es, como dicen, pasado y desmemoria.
«La Dirección General de la Policía y el Ministerio retrasan todo para que la amnistía borre lo que nos pasó»
No para Ángel. «Tengo estrés postraumático. Se siente como un bucle en el que vives el miedo una y otra vez. Significa que estás tranquilamente en algún sitio y vuelves a experimentar lo que te pasó». Ángel no era un 'boy scout' impresionable. A sus 44 años, había vivido muchas cosas como aquella noche de verano en que llegaron avisados de un accidente de tren y se encontraron con el amasijo de hierros y de cuerpos en la curva de Angrois. Quiero decir que Ángel no parece un tipo impresionable. Quería ser bombero, trabajó en protección civil, de socorrista, policía local y, al fin, miembro de la UIP. Cuesta imaginarlo ahora, quebrado por la memoria que le hormiguea en el brazo –tiene tocado un nervio– y en la dignidad. «Me ha sucedido que me sobresalto por las cosas. Hace un tiempo había una manifestación por lo de Alcoa, escuché un ruido y salí corriendo. Durante mucho tiempo no podía relajarme y estaba en estado continuo de alerta. La gente no entiende esto. Piensan que estás majara».
Contra el olvido
Yo creía, quizás inspirado por las películas, que la vida del herido en acto de servicio era otra cosa: honor, laureles, fama y generosidad a cambio de la entrega. Pero no. «La gente del sindicato (JUPOL, en su caso) me ha acompañado siempre, pero la Dirección General de la Policía y el Ministerio no se han portado bien conmigo. Retrasan todo para que la amnistía borre lo que nos pasó». Se refiere a que el otro día estuvo declarando en la Audiencia Nacional en el juicio a Tsunami Democratic por terrorismo. La mañana antes de que le partieran la madre estaba en el Aeropuerto del Prat y lo vio todo. Si pudo haber terrorismo, él y sus compañeros heridos piden que se les reconozca como víctimas del terrorismo, pero el Gobierno no les apoya. No saben de qué parte está.
«Cuando me dieron la jubilación por incapacidad, no me pagaron los días de vacaciones que me correspondían. Tuve que acudir al contencioso administrativo. También cuando me jubilaron, lo hicieron por enfermedad común con 800 euros. Yo no me lo creía porque en sus propios informes había sido herido en acto de servicio. Se ve en los vídeos. Después salí en los medios, lo corrigieron y dijeron que había sido un error en los trámites. Ahora estamos en el contencioso porque no me quieren pagar la indemnización por lesiones de la que se hace cargo el Estado si no hay detenido», explica.
El olvido es un pueblito de la costa de Lugo que se llama Foz. Allí volvió Ángel cerca de sus padres, en una casa en la que riega las plantas y hace algunas chapucillas con ayuda de su padre. Esa es su vida de aquí en adelante. No hay niños, no hay mujer, ni uniforme, ni vitolas de héroe. A los lejos ladra un perrillo y uno imagina que por el camino está pasando un coche camino de no sé dónde. Nada más. No hay sirenas ni uniforme colgando del tendedero y los pocos recuerdos que tiene de su vida de servicio –una foto, alguna placa de los compañeros–, están colgados en los lugares de la vivienda por los que nunca pasa.
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