Operación Nécora, la vacuna para que Galicia no se convirtiese en una Sicilia
Baltasar Garzón y Javier Zaragoza, juez y fiscal en aquel golpe, rememoran para ABC, 33 años después, el día en el que el Estado empezó a tomarse en serio el narcotráfico
El invierno de los grandes patriarcas de la droga
![Parte de los acusados en el juicio de la operación Nécora](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2023/06/09/necora-RwaNTxhKclabdRqitsIrFuJ-1200x840@abc.jpg)
Las nasas son un arte utilizado en las rías para la pesca de cefalópodos y crustáceos. Una especie de cilindros con una entrada en forma de embudo para que los pulpos, nécoras o centollas una vez dentro no tengan escapatoria. El 12 junio de 1990, ... un juez y un fiscal treintañeros, Baltasar Garzón y Javier Zaragoza, lanzaban las redes del Estado contra los grandes capos gallegos en un monumental dispositivo sin precedentes. Y aunque en el juicio casi todos los peces gordos acabaron escabulléndose de las nasas de Garzón y Zaragoza, la operación Nécora, preparada con sigilo durante meses, marcó un punto de inflexión en la lucha contra el narcotráfico. El Estado empezaba a tomarse en serio la criminalidad asociada al tráfico de drogas.
Ahora, 33 años después de la operación –se cumplirán este lunes–, Garzón y Zaragoza rememoran para ABC aquel golpe policial en que hicieron suyas las maneras de los jueces y fiscales italianos que combatían contra la mafia. Ambos reflexionan con perspectiva sobre las consecuencias de la Nécora, y aunque el exjuez de la Audiencia Nacional y el entonces fiscal antidroga atienden a este diario por separado, usan idénticas palabras para definir lo que supuso: «Marcó un antes y un después».
Cambió la manera de combatir el narcotráfico y agitó conciencias. Se desinflaba el peso social de los capos –e incluso su poder político–, que empezaron a percibirse como simples delincuentes. Esta visión la comparten en este reportaje Antonio Martínez Duarte, actual jefe de la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía Nacional (Udyco); Enrique León, comisario en Villagarcía de Arosa en los años 90; Fernando Alonso, gerente de la Fundación Galega contra o Narcotráfico; y Rubén Cagiao, hijo de Carmen Avendaño, líder de un grupo de madres valientes de toxicómanos que se enfrentó a los capos.
El dispositivo se diseñó desde Madrid, «con la máxima discreción» y sin informar a los mandos gallegos «para evitar filtraciones que pudieran estropear la operación», explica el fiscal Zaragoza. «Estábamos obsesionados con las filtraciones, todo se podía ir al garete», apostilla Garzón. Y así pudo haber sucedido por azar a las primeras de cambio. Garzón, Zaragoza y el comisario Alberto García Parra volaron a Santiago de Compostela la noche anterior y coincidieron en el avión con un abogado de Sito Miñanco. Por suerte, el letrado no se percató de que volaba junto a un juez que empezaba a ser conocido.
«Como una película»
Aquella primera noche en Galicia Garzón y Zaragoza durmieron poco o nada, ultimando el dispositivo hasta la madrugada en la sobremesa de un restaurante. A las cinco les esperaban ante la comisaría más de 300 agentes de paisano recién llegados de Madrid, a quienes se decidió no informar hasta que se subieron a los coches de que su misión estaba en Galicia –alguno llevaba el bañador en la maleta sospechando que iban a Andalucía–. «Había un silencio sepulcral, se mascaba que iba a ser un día grande, era como si estuviéramos viviendo en una película», relata ahora Zaragoza a ABC. Comenzaba así la operación Mago, que más tarde se conocería como la Nécora.
Una «serpiente multicolor» de coches policiales sin logotipar partió desde Santiago hasta la comarca de Salnés. En la antigua comisaría de Villagarcía de Arosa, a 45 kilómetros al sur de la capital gallega, Garzón, Zaragoza y Parra instalaron el «cuartel general». Mientras, un basto contingente policial removía la comarca con registros simultáneos en decenas de locales y domicilios.
La Nécora y las redadas siguientes acabaron con la pasividad social y judicial: las madres coraje dejaron de ser una voz en el desierto
En menos de dos horas, cayeron una quincena de presuntos narcotraficantes. Entre ellos, varios famosos capos fogueados en el contrabando del tabaco en los 80 y que habrían dado el salto –según el caso– al tráfico de hachís o cocaína: Manuel Charlín, patriarca de una saga que acabaría perpetuando el negociado familiar; Laureano Oubiña y su mujer, Esther Lago, y Marcial Dorado, fueron algunos de los ilustres apresados aquella mañana.
Para la historia quedarán las imágenes de Garzón aterrizando en helicóptero en el pazo de Baión, en Villanueva de Arosa, entonces propiedad de Oubiña –reconvertido luego en emblema de la lucha contra el narcotráfico–. Preguntado por ABC sobre si aquel descenso en helicóptero fue un gesto para marcar territorio frente a los capos, Garzón lo niega: «Yo podría abundar en esa teoría, pero fue más sencillo. Tenía que llegar rápido al aeropuerto para volver a la Audiencia Nacional. Y en ese viaje, la Policía me dijo que iban a sobrevolar el pazo porque estaban terminando los registros. Yo les dije que me parecía bien, y aterrizamos un momento». El juez estrella despoja de toda épica aquel momento.
Eran todos los estaban pero no estaban todos los que eran. Charlín y Oubiña cayeron ese día, pero hubo otros peces gordos a quienes en aquella primera oleada de la Nécora Garzón y Zaragoza no pudieron tachar de su lista. El más insigne, José Ramón Prado Bugallo 'Sito Miñanco', quien, seguramente después de un chivatazo, puso tierra de por medio. En aquel momento pudo zafarse de la Justicia, pero por poco tiempo. Le siguieron la pista y meses después fue arrestado por un gran alijo de cocaína: «Ahora sí que me trincasteis», admitió el rey de las narcolanchas a quienes le detuvieron en enero de 1991 en Madrid.
El juicio de la operación Nécora dejó un sabor agridulce. De los 45 procesados, 30 fueron condenados, la mayoría transportistas y descargadores, pero 15 salieron absueltos. Para Zaragoza, el resultado fue «bastante satisfactorio» porque una causa de este calibre está llena «dificultades técnicas, jurídicas y probatorias». Pero el desánimo social por la sentencia era evidente, y pivotaba más en lo cualitativo que en lo cuantitativo. No tanto en cuántos sino en quiénes se libraban de las rejas. Oubiña fue condenado a 12 años de prisión por blanqueo y delito fiscal –esquivó la pena de tráfico de drogas–. Pero Charlín fue absuelto. «Quizá la condena de dos o tres más, como Charlín o Alfredo Cordero, hubiera mejorado la percepción» sobre el resultado del juicio, cree Zaragoza. Y Garzón añade que hicieron lo que pudieron «con los mimbres que había». Buena parte de la causa se basaba en el testimonio de dos narcos arrepentidos, Ricardo Portabales y Manuel Fernández Padín. Pero, sobre todo el primero, no resultó muy consistente.
Las madres coraje
La Nécora fue un aviso a navegantes y los grandes capos que se libraron entonces acabarían sucumbiendo luego en sucesivas operaciones. No se volvieron a producir obscenidades como la de Miñanco presidiendo el club de fútbol de su pueblo (1986-1989). La sociedad se sacudió el miedo –y la admiración en algunos casos– y las madres coraje de una generación perdida por las adicciones, encabezadas por Avendaño en la asociación Érguete (Levántate), dejaron de ser voces «en el desierto», como recuerda ahora su hijo. «Hasta entonces la sociedad se escondía, menos un puñado de madres. Los narcos dejaron de ser dueños de las calles», corrobora Garzón.
Un juez y un fiscal que se inspiraban en sus homólogos italianos para atajar la impunidad de los narcos. Pero, ¿Galicia era como Sicilia? No, pero el riesgo estaba latente: «Si no se hubiese abordado, hubiéramos tenido un problema mucho más grave», cree Garzón. Zaragoza está de acuerdo: «Aun existiendo notables diferencias con Italia, si no se ponía coto corríamos el riesgo de que en un plazo medio Galicia se convirtiera en una pequeña Sicilia». Todos coinciden en que el narcoabogado Pablo Vioque, el más preparado de los capos, quien, en todo caso, no era uno de los objetivos de la Nécora, fue quien más sembró esas maneras sicilianas que no llegaron a cristalizar: exsecretario de la Cámara de Comercio de Villagarcía (influencia política y social), encargó el asesinato –frustrado– de Zaragoza e intentó coordinar los clanes arosanos.
Tres décadas después de aquellas primeras nasas lanzadas contra los narcos arosanos, el tráfico de drogas no ha menguado en Galicia. Ni mucho menos: los nuevos capos son ahora más sofisticados y eficaces. Pero, como dice el gerente de la Fundación contra o Narcotráfico, gracias a la Nécora —y las operaciones que le siguieron—, ahora son percibidos «como meros delincuentes».
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