Mariano Guindal: «Fui el primero en enterarme del atentado de Carrero Blanco: una exclusiva mundial que no pude publicar»
El veterano periodista relata cómo se enteró del atentado, pero nadie le creyó y la censura hizo el resto
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Cursando segundo de Periodismo en Madrid, un joven Mariano Guindal salió a buscar trabajo. La agencia Copisa, que dirigía de un joven Manu Leguineche, le ofreció su primer empleo. Era diciembre de 1973. «Yo hacía allí de de chico para todo y me mandaban que fuera a los sitios, apuntase los detalles y volviera a la redacción». Aquella mañana, estando durmiendo en casa, sonó el teléfono. «Eran otros tiempos: teléfono fijo y poco más», relata el propio Guindal a ABC cincuenta años después.
- Mariano, ha habido una explosión en la calle de Claudio Cuello. Vete para allá, parece que hay muertos.
- ¿Otra explosión de gas?
El joven Guindal no tenía para taxis, así que cogió el autobús. «Llegué ya al humo de las velas, se habían ido hasta los periodistas y la televisión. Es como se hubiera caído un obús, un socavón lleno de agua y dentro un coche blanco. Alrededor, y había seis o siete coches destrozados». El joven Guindal enseñó a la Policía su carnét de segundo periodismo. «Venga, chaval, no molestes, vete». «Nadie me hacía ni puñetero caso. Normal, era un chaval moderno, con melenas y botines. Estaba desolado: 'es mi primera semana de trabajo, y voy a llegar a la redacción sin llevar nada. Soy un inútil'».
En ese momento, el joven periodista ve salir por una puerta lateral, muy discretamente, a un cura de la iglesia de los jesuitas.
-Padre, soy periodista. Es mi primer día de trabajo y si no llevo información me van a echar, voy a perder mi trabajo.
- Bueno, hijo, ¿qué quieres saber?
- Todo lo de la explosión de gas.
- No, no, ha sido un atentado.
El joven Guindal, palidece, abre mucho los ojos y saca su libreta.
-¿Pero no es una explosión de gas?
- No. Si en este barrio no hay gas.
- ¿Un atentado? ¿Y contra quién es?
- Contra el presidente del Gobierno.
-¿Han matado a Franco?
-No, hijo, a Carrero Blanco.
-¿Y cómo ha sido?
- Han puesto una bomba a través de un túnel.
-¿Y y el coche es el que está en socavón?
- No, no, está en el tejado.
-¿Cómo?
-Sí, sí. Ven aquí -dice el sacerdote alejándose de la fachada para conger perspectiva y mostrar el tejado del edficio - ¿Ves la marquesina que le falta? Ha sido el coche.
-¿Y ahora dónde está el coche?
-En el patio interior.
-¿Y el presidente?
-Le acabo de dar la extrema unión al almirante.
-¿Está vivo?
-Sí, están los bomberos con los sopletes. Eso es un amasijo. Y han matado también al chófer y a los dos guardaespaldas que iba con él. No creo que llegue con vida a al hospital.
-Oiga, padre. ¿Y usted cómo se llama?
-Soy el padre Jiménez Bernal, de la orden de los jesuitas.
«Muchísimas gracias», agradece Guindal antes de salir corriendo en busca de una cabina telefónica para llamar a la redacción. «Tengo la noticia bomba, la noticia bomba, esto es una exclusiva del mundo mundial». La cabina más cercana había sido arrancada por la explosión, así que entró en un bar. «En los bares tenías que comprar fichas y no te las vendían si no consumías, así que me pedí un bocadillo de calamares y una caña». En la agencia nadie descolgaba. «Coged el teléfono, coged el teléfono», decía para sí mismo el ansioso periodista. Al fin alguien descuelga.
-Han matado al presidente del Gobierno, a Carrero Blanco.
-Pero, ¿qué dices? Es una explosión de gas.
-Que no, que es un atentado, y han sido los de ETA, que me lo ha dicho el cura, que me ha dicho que ha escuchado a los policías a hablar de que ha sido ETA
-A ver, chaval, ¿pero tú dónde estás?
-Pues en un bar.
-¿Y qué estás tomando?
-Una cerveza.
-Vale, vale, olvídate. Y vete al juicio de las Salesas.
Entre lágrimas, el joven Guindal se terminó su bocadillo desganado -«Vaya mierda de profesión»-, y se fue al Tribunal del Orden Público donde se estaba celebrando la vista oral del proceso 1001. Un juicio político. Allí, cada vez más ultras rodeaban el edificio clamando venganza-
Cincuenta años después, ese joven periodista atiende a ABC y analiza con la perspectiva de medio siglo de profesión el singular hecho del que fue protagonista: tener la noticia más importante de su vida en su primera semana de trabajo y no poder publicarla. La experiencia le dice que no fue sólo la desconfianza de su jefe y del director de la agencia. «Si lanzamos el teletipo de que han matado a Carrero Blanco, nos cierran la agencia», le dijo Leguineche. En aquella decisión también operó la censura. En España, en aquellos años, sólo había una televisión, la única radio que podía dar información era Radio Nacional y la agencia oficial era Efe, y todas ellas apuntalaban la versión oficial. Aquellas lágrimas de esa mañana del 20 de diciembre de 1973 son ahora las risas de una anécdota más en una carrera profesional de éxito: «Fui el primero en enterarme del atentado de Carrero: una exclusiva mundial que no pude publicar».
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