Rocío Monasterio, candidata de Vox a la Comunidad de Madrid IGNACIO GIL

Rocío Monasterio (Madrid, 1974) nunca se altera. Tal vez porque, como mujer trabajadora y madre de cuatro hijos, está acostumbrada a bregar cada día con todo lo que la echen. Ese autocontrol, según algunos frialdad, ha conseguido crispar en muchas ocasiones a sus oponentes, e incluso a sus socios. Que se lo digan al PP de Ayuso, que tras deshacerse de Ciudadanos en las elecciones de 2021, se las prometía muy felices con Vox como único socio, y se encontró con que este partido le tumbaba los presupuestos de 2023, los del año electoral.

Procede de una familia de origen cubano que perdió sus posesiones con la llegada de la revolución castrista. Eso obligó a su padre a exiliarse primero a Miami y luego a España. Tal vez de ahí venga su exacerbado anticomunismo.

Desde su entrada en Vox, ha sido una de sus caras principales. En la Comunidad de Madrid se ha resuelto, electoralmente, con bastante éxito: 12 diputados en la primera legislatura, en 2019, que se convirtieron en 13 en la segunda, la de 2021, resistiendo el 'efecto Ayuso' que barrió a otros, como CS, el 4M.

Eso sí, como socia de Díaz Ayuso, ha resultado ser tan correosa como lo fue en su día la formación naranja: no ha cejado en sus mismas reivindicaciones desde el minuto uno, entre ellas poner en marcha un pin parental de control de los contenidos extracurriculares que se enseñan en los colegios, devolver a sus países de origen a los menores inmigrantes que vienen solos, o derogar la Ley Trans regional.

Puestos a dar guerra, ha sabido darla: en el primer gobierno de Díaz Ayuso con Ciudadanos, no hubo manera de llegar a la investidura hasta que consiguió que el líder naranja, Ignacio Aguado, se sentara a negociar con ellas: una foto a tres que retrasó durante más de un mes la formación del primer gobierno de coalición en la Comunidad de Madrid.

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Dispuesta siempre a dar la batalla cultural, propuso en su día trasladar las fiestas del Orgullo Gay a la casa de Campo para no «colapsar Madrid», y se resiste al matrimonio entre homosexuales: «Son uniones civiles», insiste.

Es la bestia negra de la izquierda, peor considerada cuanto más a la izquierda se sitúe el interlocutor, porque combate todo lo que para esta ideología es tabú: no acepta el aborto, duda del cambio climático, apoya la caza y la tauromaquia... Pero lejos de ponerle las cosas fácil al Gobierno del PP, fuerza sus posiciones y le exige siempre ir un paso más allá.

Con los impuestos, por ejemplo, se ha pasado meses solicitando una nueva rebaja del IRPF que Díaz Ayuso no ha anunciado hasta no entrar en campaña. O se ha negado a apoyar con sus votos una nueva desgravación para inversiones extranjeras con el argumento de que primero hay que aplicar las bajadas fiscales a los españoles.

El 28M, Rocío Monasterio se enfrenta a un reto: aunque las encuestas la mantienen en niveles muy similares de votos y escaños de los obtenidos hasta ahora, con un nicho de apoyos fieles que apenas se altera, puede darse la paradoja de que la docena de diputados que consiga pierdan todo su valor en el caso de que Isabel Díaz Ayuso logre la mayoría absoluta. Entonces, Vox caería en la irrelevancia: no tendría ninguna fuerza para presionar al PP en sus políticas.

Sería para Vox el peor escenario posible. Pero si esto no ocurre, si sus apoyos siguen siendo imprescindibles para que la presidenta madrileña saque adelante las principales leyes -entre ellas los presupuestos-, Díaz Ayuso va a tener que tragarse más de un sapo en futuras negociaciones, para que Monasterio olvide la frase que le dirigió en el último pleno de la legislatura: «A partir de hoy, cada una sigue su camino».

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