LAVAPIÉS, EL BRONX DE LAS MIL CARAS
BAJO CIELO
En Lavapiés sigue habiendo unas cuestas infernales y también se orillan personas venidas de todo el mundo. Un barrio que tiene esa poesía innata de la historia que fuimos
Olavide, la plaza donde salen a vivir los jugadores
![El barrio de Lavapiés, desde la calle Mesón de Paredes con la plaza de Nelson Mandela](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/03/23/barrio-lavapies-Rml1RABMxv3cTZEgJ3JB9MK-1200x840@diario_abc.jpg)
Dicen que el nombre del barrio se puede deber a dos cosas. La primera de las teorías sostiene que, al ser una zona de cuestas, razón por la que siempre será un barrio de pobres, las lluvias formaban unos torrentes hacia el Manzanares que ... dejaba los pies de los transeúntes bien limpios. La segunda se refiere a que en esa zona de la villa en tiempos de Felipe II, se abrieron las primeras posadas para todos los que llegaban a Madrid de Andalucía o Extremadura, y que debían lavarse los pies llenos de arena y cansancio, antes de acceder a cualquiera de los locales donde buscaban cama. Sea como fuere, en Lavapiés sigue habiendo unas cuestas infernales y también se orillan personas venidas de todo el mundo, haciendo de esta bajada de Madrid un Bronx de mil procedencias distintas.
Entre sus calles uno no pasea, sube o baja, como mucho. Desde Tirso de Molina, apodada la 'plaza de las flores', se corona el Madrid centro y empieza ese ir y venir de prisa que tienen todos los que la cruzan. En uno de sus balcones observa el tiempo Joaquín Sabina, ilustre del todo, mirando desde su atalaya un Madrid frenético como una canción que baila entre la poesía rota y el verso que corrompe al desengaño. Aunque nada mejor que hacerse con el libro que acaban de sacar sobre el maestro de Úbeda, Julio Valdeón y Juan Puchades, (Sabina, Inventario 75) editado por Efe Eme, donde se entiende por qué es un gigante de la canción y la pena. Justo al lado, si ustedes bajan por la calle de San Pedro Mártir se toparán con Badila, un auténtico bistró castizo donde se come gloria bendita el menú que Miguel Ventura dispone para que la vida se quede un rato sobre la mesa. En su salón se cruzan directores de cine, editores, escritores, vividores y todo tipo de clientes que buscan eso de comer mejor que en casa cuando cruzan su puerta. En esa misma esquina vivió Pablo Picasso y en la puerta de al lado, Pepe Isbert, para que luego no digan que también estuvieron allí.
Si siguen bordeando el barrio, en la calle del Olmo esquina Olivar resiste el nuevo Candela. Lo que fue será irrepetible, porque ya se fue Miguelito Candela cansado de tanto trasnochar. En su cueva, Paco de Lucía, Tomatito, Camarón, Enrique Morente o los Habichuela, desde Juan a Pepe y de Antonio a Josemi, el flamenco tuvo entre sus paredes a esa aristocracia del cante y el acorde que fue testigo de cómo conquistaron el mundo. Este que escribe vio a Lenny Kravitz tratando de entender de qué iba eso del duende mientras la noche dejaba paso a un nuevo día, sin prisa, entre seguidillas, alegrías y fandangos.
La vieja Mesón de Paredes sigue larga y ruidosa hasta la Ronda de Valencia. Le robó su nombre a una posada de viejo y mantiene algunas de las corralas históricas de ese Madrid que se apiña por sobrevivir. La del Sombrerete, por ejemplo, que se hizo Patrimonio Nacional y todo. La plaza de Lavapiés es un tanto inquietante. Del menudeo al locutorio, siempre hay gente que te mira y uno no sabe si va o vuelve. Es sin duda el centro de todo el que vino de fuera, y no es raro encontrarse con algún truhan que trata de llevarse lo que no era suyo. Pero el foco se ha ido a su vecina plaza de Nelson Mandela, donde se vuelca y se huye de la policía con más asiduidad.
Madrid tiene en Lavapiés a un hijo un tanto descarrilado, de los que no obedecen siempre y se escaquea de las normas que siguen los demás. Los trasteros son ahora pisos de alquiler, se ven turistas algo perdidos y a personas que no quieren que sepas lo que hacen. Pero tiene esa poesía innata de la historia que fuimos, calles como la de la Fe, de la Primavera o del Amparo, que nos demuestran que, a veces, vivir en una calle es como hacerlo en una canción.
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