Lavapiés, un barrio hipervigilado y dividido: «Aquí hay mucha golfería»

El corazón multicultural de Madrid, con 17 nuevas cámaras y más patrullas, no consigue desvincularse de la droga

Una parte de los vecinos denuncia las «actuaciones desproporcionadas» y el «acoso» policial a los inmigrantes

Varias personas, en la plaza de Nelson Mandela, uno de los puntos con mayor presencia policial de Lavapiés TANIA SIEIRA

La detención ocurrió al anochecer. La versión policial es que se produjo un «conato de reyerta» entre dos jóvenes de origen marroquí. La otra versión, que los agentes los pararon «sin especial razón» y exigieron su identificación. Uno se negó, hubo un forcejeo, un intento ... de cabezazo, más forcejeos, inmovilizaciones, golpes, un hombre septuagenario que se interpuso y arrebató la porra a un policía... Los tres fueron detenidos, dos varones de 21 años y un vasco de 75. El tercero no era otro que José María Lara, alias 'Txepe', un antiguo etarra reconvertido en productor de cine. El triple arresto, el pasado 15 de abril en la plaza de Lavapiés, ahondó en la brecha que divide una de las zonas con más delitos de la capital.

Lavapiés es uno de esos barrios donde todavía los vecinos se sientan en las plazas y charlan bajo el cielo despejado. Cada vez hay más pisos turísticos y viviendas con alquileres inasumibles fruto de la gentrificación; cada vez hay más comercios regentados por paquistaníes, indios y bangladesíes, pero algunos mantienen esas estampas castizas. Y se quejan del «acoso» de la Policía. Yusuf, un senegalés de 31 años, se guarece a la sombra de un árbol en la plaza de Arturo Barea mientras fuma un porro. «Aquí hay gente buena y gente mala, como en todas partes; yo trabajo en jardinería, tengo un contrato y no molesto», asegura. Sus amigos, la mayoría de Senegal, se reúnen en la plaza al mediodía. Todos coinciden en que las patrullas los importunan, los paran, los cachean. «Todos los días».

Lavapiés fue un agujero negro de droga en la década de los 60, una lacra de la que no consigue desprenderse. Su faceta más castiza convive con un submundo de narcopisos, esquinas de trapicheo y drogodependientes que pululan por sus calles a plena luz del sol. En el barrio se cometen buena parte de los delitos registrados en el centro de la ciudad, el distrito más conflictivo de los 21 de la capital. Según el último balance del portal de datos abiertos del Ayuntamiento de Madrid, Centro registró en marzo 328 actuaciones por tenencia de drogas, 48 por su consumo y 100 relacionadas con robos y hurtos. Lejos de los siguientes en el podio, como Chamartín, con 65 actas por tenencia de drogas en marzo, o Salamanca, que sumaba 41 delitos contra el patrimonio.

Dos semanas después de la detención en la plaza de Lavapiés que incendió las redes, Remigia, septuagenaria y vecina «de toda la vida», elaboraba en la misma plaza un diagnóstico del barrio desde su banco con vistas panorámicas. Como las 65 cámaras que otean permanentemente sus calles. «Hay vigilancia policial, claro, porque aquí hay una golfería, un choriceo, un mamoneo... Es una vergüenza, ahora está muy tranquilito, pero por la noche, drogas, robos, peleas, de todo», desgrana. También señala con el dedo: «¿Que no hay narcopisos? Ahí venden droga, y en el salón de juego, y ahí también...».

La indignación de Remigia y de un buen puñado de vecinos explotó el año pasado. Las fachadas se decoraron con decenas de banderas amarillas, un gesto para reclamar más seguridad. Los Cuerpos de Policía Municipal y Policía Nacional reforzaron el despliegue de efectivos, con puestos fijos en distintos puntos de Lavapiés y patrullajes constantes. Desde entonces, una mesa de trabajo se reúne «de forma regular», confirman fuentes policiales, para que el Ayuntamiento y la Delegación del Gobierno en Madrid escuchen a las asociaciones del barrio. Y las cámaras. Los primeros dispositivos de este céntrico 'Gran Hermano' se instalaron en 2009 y, durante el mandato de José Luis Martínez-Almeida, el consistorio ha renovado estos ojos de alta resolución y añadido otros 17.

Una realidad compleja

El amarillo continúa en las fachadas, algo descolorido. Los policías «reciben felicitaciones por parte de asociaciones y de vecinos por su presencia y actuaciones», afirman fuentes del Área de Seguridad y Emergencias del ayuntamiento. Pero la realidad de Lavapiés es compleja y parte al barrio en dos. Una semana después de la triple detención, el Sindicato de Manteros de Madrid y la asociación SOS Racismo convocaron una manifestación en el lugar del arresto. Un centenar de vecinos criticaron el «asedio policial», el «racismo institucional» y las «actuaciones desproporcionadas» de la Policía. Protestaron porque los agentes persiguen, paran e identifican a las personas negras, porque «eso no pasa con las personas blancas». «El uso público de las calles no debe de estar condicionado a la situación administrativa, al color de piel, a los rasgos o a la religión que se practica», declaró en la concentración la activista de SOS Racismo Sara Bourehiyi.

Un vecino de Lavapiés, frente a uno de los carteles que avisa de la videovigilancia en el barrio TANIA SIEIRA

Lander tiene 55 años, nació en la villa vasca de Zarauz y en la plaza de Arturo Barea sus amigos lo llaman 'el lehendakari'. «Estoy un poquito harto, [los policías] me piden la documentación, igual que a ellos», reconoce. La plaza es su punto de encuentro después del trabajo. Fuman algunos canutos y beben refrescos. «Una vez estaba aquí sentado, paro aquí a tomar una cervecita y tal, y al ir para casa estaban esperándome en el garaje dos secretas diciéndome: «Tú has estado ahí con ellos, te vamos a cachear, qué tienes, qué has comprado». Y yo: «No, no, que son mis amigos del barrio». Nunca me ha caído multa, si es que no tienen con qué pillarme», relata Lander.

Lander (derecha), junto a sus amigos, en la plaza de Arturo Barea de Lavapiés; al fondo, los balcones lucen banderas amarillas en señal de protesta por la inseguridad y la droga en el barrio TANIA SIEIRA

De los pisos que miran a esa misma plaza cuelgan banderas amarillas. En septiembre del año pasado, sus vecinos también estallaron por la suciedad, los drogadictos y las personas sin hogar que acampaban a sus puertas. En una ocasión, dos personas mantuvieron relaciones sexuales a plena luz del día en el parque infantil bajo los balcones. Hoy, el panorama es diferente y Lander y sus amigos están acostumbrados a las patrullas. «No digo que no pasen cosas en este barrio, pero aquí están más a rajatabla con la gente porque saben que son inmigrantes, saben que no conocen sus derechos y abusan del poder. Por regla, se fijan más en nosotros que en los españoles», explica Saturnino, un francés de 34 años.

Una de las fachadas de La Quimera, el narcohotel de Lavapiés desalojado el pasado septiembre TANIA SIEIRA

En el corrillo está Ino, un senegalés que hace años que vive en el barrio. Arrastra las palabras bajo los efectos de alguna sustancia. Dice que tiene papeles, que conoce a todo el mundo en el barrio, y marcha a la plaza de Nelson Mandela, donde saluda a otro grupo enfrente de un edificio tapiado. «Mejor que hayan cerrado La Quimera, había mucho loco», sentencia. La Quimera era uno de los centros sociales okupados de la capital. Durante un tiempo la utilizaron colectivos de izquierdas para organizar actividades, hasta que se convirtió en el supermercado de droga de Lavapiés y fue desalojado, el pasado septiembre, por orden judicial. El propietario rehabilitará el inmueble. «El objetivo es cederlo íntegramente para que sea gestionado desde la Empresa Municipal de Vivienda y Suelo (EMVS) al alquiler», indican fuentes municipales.

La realidad de Lavapiés sigue siendo un caleidoscopio. Algunos temen que el barrio sea una olla a punto de estallar. «Si nos acosan todos los días, al final, ¿qué va a pasar? Te puedes poner rebelde y hacer lo que no tienes que hacer...», opina Saturnino. Otros piden ese refuerzo policial. Todos coinciden en una cuestión: la droga ha roto el corazón de Madrid.

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