LAPISABIÉN
Vistas
La ciudad refresca cuando más ha ardido. Las nubes le dan un no sé qué de estampa heroica, por donde, en lugar de querubines y ángeles del cielo, se asiste a un espectáculo de brillos que van decayendo, de torres conquistadas que fueron ... inalcanzables y no fueron tan altas cuando les cae un siglo encima.
Relaja el Madrid desde las alturas, naturales o artificiales. La ciudad, a la distancia, invita a perderse en ella, pero quizás, mejor, otro día, cuando los compromisos permitan hacerse a uno con estas postales de la mente.
Yo voy cuando puedo coleccionando esos miradores, que enfocan el teatro de los días con las bocinas, los acelerones, los navajazos en sordina. Desde el alto de Garabitas, sin ir más lejos, la urbe aparece como un decorado, al fondo.
Ciertas neblinas, naturales o artificiales, acercan o alejan los edificios más altivos de la Gran Vía. Las alturas desde un edificio, desde esas terrazas del tardeo, están bien, pero se tiene la sensación de estar de visita, de prestado. Hay calles en Argüelles que van a dar, rectas, a las ultimas estribaciones del Oeste de la sierra. Y allí, en las esquinas de un paso de cebra, me detengo a ver el espectáculo de los atardeceres, que ha ido refrescándome en la medida de lo posible en estos días que han ardido.
Las mínimas lluvias dejarán los contornos expeditos. La hora del 'atardecielo' será la idónea para estas experiencias que recomiendo. Bajan las pulsaciones y adecúan los buenos sueños. El entorno de las Vistillas, ahora calmo, es uno de estos miradores a coste cero que nos vuelven al acercar a un Madrid que, mal hecho, hemos convertido en cuatro calles cotidianas y ya vistas.
Sólo es necesario una brújula y tiempo. Si Dios nos castigó con un puñadito de estrellas, en seguida se dio cuenta de la condena y llenó la ciudad de balconadas para tener el mejor enfoque de los exteriores de la ciudad. Desde el paseo de Rosales en lontananza hay como una línea de mar, y a los de costa nos envuelve en un arreón de infancia.
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Quien no se consuela es porque no quiere. Compruebo cómo al girar la vista al Este desde las alturas de Huertas, el Retiro parece una manigua suspendida por las alturas. Nadie presta atención a estas vistas de los derredores más mágicos, aunque están ahí, a disposición de todos.
Sería muy profundo alegar que esto de mirar al horizonte nos sitúa en el mundo. De alguna manera es así. O eso creo. Es un yoga barato, rápido, que calibra el alma y las pupilas.
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