Perfume primaveral

La Puerta del Sol ya castrada de olores, si acaso a delincuencia de la más artesana. Sudor y esperanza de la mala cerca de Doña Manolita. Orines en Huertas. Un césped como inglés, que también tiene su llegada a la pituitaria en el Prado, donde todo quitasol tiene su asiento. Olorcillo a cornamenta saliendo de los campos de rugby de Moncloa. A la nieve sucia de las dos semanas de Filomena en la imaginación.

Madrid tiene sus olores sucesivos o simultáneos, que da lo mismo. Efluvios de ozonopino en el taxi, a harina e historia en alguna tahona donde el calendario, con el Medinaceli, es de algún año pretérito y mejor. Esencias de dulce almizcle en las librerías de viejo, y como a queso húmedo algunos días de demasiado calor en el Retiro.

Mas el sol que se va, que se está yendo, apenas goza de un mísero perfume desde los altozanos citadinos de una urbe que es más o menos chata. Aspirar la fritura sabía y la nube de casquería en Casa Toni, el paraíso olfativo en los Grandes Almacenes, donde se está tan bien y tan ajeno a la crisis. Tufo a manta de mil vidas en las noches aún frías de marzo. Humanidad y fotocopias reconcentradas en el centro de salud. La axila de un operario que se (te) chulea la jornada y la inspección de gas. Lo metálico de la sangre en las calles sin nombres. El calor rebotado en el asfalto, el riego con hielo porque la acacia absorba algo.

Aires de tiempo y mármol en San Jerónimo. Olores acre, a pesar de todo. A desinfectante en un teatro que te abre un 'colono'. A pura podredumbre en Martín de los Heros. A viento en Las Ventas.

Así Madrid huele en la larga y cálida primavera.