LAPISABIEN
Madrid, sensaciones...
El dolor del desarraigo arraigado en esta Babel que no muere y sí nos mata
Vistillas morales
Hay un Madrid de sensaciones. Un Madrid que por Huertas no homenajea como debiera a sus eminentes vecinos (Lope, Cervantes, el cojitranco...) en un diálogo histórico que hay que reformular cuando se pueda. Hoy mismo.
Ese Madrid, justo, donde en la tabernita La ... Fetén, de las más añosas, pasaban las horas muertas con Celia Cruz en bucle. Las sensaciones son las que conforman una ciudad, y así me ha hecho ser sensitivo de lo que hay y de lo que no hay.
La Gran Vía, que es un Guadiana en mi vida; que me da pánico y a la vez la vida. Como a Morante cada vez que pisa el coso de Pontevedra.
El sentir el hielo bajo los pies en la Casa de Campo; esa misma Casa de Campo a oscuras, bajo las estrellas, en aquellas noches sin tiempo y sin amarguras del propio tiempo. Madrid hay que sentirla.
Vallecas recalentada en julio, como todo Madrid, y el frescor madridista de Toñín el del capote, de la Virgen del Carmen lejos del mar y tan cerca de Dios.
Tertulia conversada con el viejo periodista, en un Chamberí que también se conquistó. Un gesto, un mohín en el metro a un similar en las honduras rieladas de la ciudad. Un esconderse de un diputado, amigo de la infancia, que sigue cogiendo mi misma línea.
Atardeceres en la plaza de la Cebada, o en San Ildefonso: con parejas que son ya matrimonio; con hijos que no tendré como en la canción de Luis Eduardo Aute.
Los grandes centros comerciales; las promesas del verano. Una suerte de sabañón feliz cuando Filomena. El agotamiento de Lavapiés, el descubrimiento de Lavapiés.
Estrellas sobre Las Vistillas, dos patos exóticos bajo el Puente de los Franceses que me miran como señores del Manzanares. Quizá lo sean.
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Yo siento Madrid. A trozos que se van metiendo bajo las uñas, entre las cejas. Muchas noches que no dormí. Un árbol que perfuma como de jazmín apócrifo a Malasaña entera.
El autobús 114, que agrava los dolores óseos y no aparece cuando debe, y el amigo que no está cuando más se le necesita. El dolor del desarraigo arraigado en esta Babel que no muere y sí nos mata.
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