LAPISABIEN
Habanera a La Latina
Luego, la anochecida decaía muy, muy lenta. Cárdena. Volvía a casa con cierta pena
Ponerse de fiesta
La Latina. La veo ahora, en un cruce trascendental de mi vida. Ahora que me he quedado sin mar. Ahora que todo cambia. Ahora que esperamos un milagro. Yo recuerdo La Latina en los largos veranos.
El bar Maratón en la calle de ... Calatrava, con ese gazpacho que resucitaba un muerto, con su guarnición. Y gambas. Y ese tipo calvo del Rastro con cierto parecido al Dandy de Barcelona, que comentaba el tiempo, siempre el tiempo, quejándose de un calor antes de que lo del cambio climático estuviera en el debate público; o estaba como de coña.
Cuando allí, en el bar, había un teléfono público verde, junto a la vitrina de la ensaladilla rusa, desde la que llamaba a mi madre, a mi mejor amigo, diciendo que éste era mi sitio en el universo.
Hubo más, mucho más, en esa esquina de la calle de Calatrava. Un 'pañuelico' 'sanferminero' que les llevé de vuelta de Pamplona, una Virgen de la Paloma, recreada por algún vanguardista, encima de la máquina de tabaco. Como si María Santísima perdonara los pecados a la vez que recordaba al comprador un 'mírate', hay vida más allá del 'Ducas'.
Recuerdo también esa algarabía del gazpacho que digo, que era beberse la huerta madrileña de un trago. Aquellas calles fueron las mías, donde aprendí a vivir en la gran ciudad. Ya daba la hora de la siesta, y, con esas, se volvía como el tuareg a buscar la oscuridad deseada. Un poco más abajo. En la ronda de Segovia. Dormía uno en el sofá, medio ventilado, con el duermevela que dejaban aquellas obras de César González-Ruano que se me perdieron en una mudanza. Una de tantas.
Subía a La Latina por unas escaleras como tibetanas, pero ya estaba con Coto, con Iban, en la mañana gloriosa del domingo. Y en la plaza de la Cebada, junto a lo de Lina Morgan, un saludo a Juan Luis Galiardo, con quien se compartió una conferencia.
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Más allá un restaurante extremeño que tenía un mapa de la región sobado por los paisanos, que lo veían como si vieran a la mismísima Virgen de Guadalupe. Sé que ahí me quisieron. Y ahí, alguien, dejó de quererme una noche negra, cálida y pésima. De Palencia, para más señas.
Luego, la anochecida decaía muy, muy lenta. Cárdena. Volvía a casa con cierta pena. El paraíso eran cuatro pasos, la casa estaba cerca, y se llegaba por gravedad. Otro día conquistaríamos las Cavas; otro día conquistaríamos Madrid.
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