Hallan la cabeza perdida de Soledad, la mujer asesinada por su marido en Soto del Real
El autor del crimen, un policía local retirado por incapacidad, se suicidó tras matar a su mujer
El crimen silencioso de Soledad, la mujer de la sonrisa infinita
«Próximo a la media noche, fueron localizados unos restos humanos en una zona de matorrales de Soto del Real. La voz de alarma, la dio un vecino, quien al percibir un fuerte olor a descomposición avisó a la Policía Local del municipio». Así comienza la nota de la Guardia Civil en la que informa el hallazgo, presuntamente, de la cabeza de Soledad, la mujer de 65 años asesinada hace una semana por su pareja, un policía local retirado por incapacidad, que después se suicidó en su casa de Soto del Real.
«Tras localizar una bolsa con lo que pudieran ser restos humanos (se corresponde con una cabeza), avisaron a la Guardia Civil, procediendo el Equipo de Policía judicial de la Guardia Civil de Colmenar Viejo a su recogida y traslado al Instituto de Medicina Legal, para que se le practique la correspondiente autopsia y se proceda a su plena identificación», continúa indicando la nota, que sirve para cerrar este trágico capítulo, que se ha convertido en el primer asesinato por violencia de género en la región en lo que va de año.
El suceso ocurrió en el interior de un chalé de la calle de Vicente Aleixandre, hasta donde se desplazaron los agentes de Homicidios de la Guardia Civil. Fuentes del Instituto Armado informaron de que la pareja (los dos de nacionalidad española) se encontraba en trámites de separación y no constaban denuncias previas por maltrato.
Fue una hermana de la finada, quien, preocupada por no saber nada de ella desde hacía varios días, se acercó hasta la casa a primera hora de la tarde de pasado martes a fin de localizarla. Allí, sin embargo, se topó con la pavorosa escena y solo pudo dar la voz de alarma. La primera patrulla del Instituto Armado en desplazarse encontró al matrimonio ya fallecido; de hecho, los primeros indicios apuntan a que el crimen se habría cometido días antes.
Quienes la conocían, saben que Soledad era la mujer de la sonrisa perenne, siempre con buena cara, una persona extrovertida, agradable y que si podía hacer un favor no dudaba en ofrecerse. Y no lo dicen porque se haya muerto, «es que era así». Madre de tres hijos, las dos mayores fruto de un matrimonio anterior por el que enviudó hace más de 20 años, Soledad logró sobreponerse y rehacer su vida junto a Jorge R. D., un policía local de Soto del Real, por el que dejaría su antigua casa de Colmenar Viejo para instalarse con él en esta localidad de poco más de 9.000 habitantes.
Allí, se volvió a casar y tuvo un tercer hijo, el único en común con Jorge, el hombre que dos décadas después la ha asesinado en el chalé de la colonia de San Antonio, donde ambos residían. «Nunca vimos nada raro», sostienen los que se cruzaban con ellos a diario, convencidos, eso sí, de que hacía tiempo que cada uno iba por su lado.
Según apuntan en su entorno, Soledad había viajado hace unos días a Londres, la ciudad en la que reside una de sus hijas. Pero al volver, la mujer de 65 años no dio señales de vida. Su hija, preocupada, esperó a ver si le contestaba los mensajes y llamadas; fue en vano. Tras ello, avisó a su tía y esta se acercó hasta la vivienda. A las 14.20 horas del martes, la hermana del primer marido de Soledad llamó a la Guardia Civil: acababa de ver el cuerpo de ella tendido en el garaje. Le faltaba la cabeza.
A partir de ahí, fueron los agentes los que inspeccionaron el resto de las estancias. En una de las habitaciones de la planta de arriba encontraron el cadáver de Jorge, junto a un arma larga y con un disparo en la cabeza; en total, se hallaron en la casa una escopeta y una carabina. El primer análisis de la escena, ese que se realiza antes de recoger cualquier prueba o testimonio, estaba meridianamente claro: el hombre, de 53 años, había asesinado a tiros a su mujer, de 65, y poco después se había suicidado. «Las armas que se han podido encontrar en la vivienda no tenían carácter policial, sino que respondían a una cuestión privada de caza familiar», explicó el delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Martín.
A última hora del martes pasado, los dos cadáveres fueron trasladados al Instituto de Medicina Legal de Valdebebas para que se practicaran las correspondientes autopsias. En paralelo, los investigadores buscaban con la ayuda de perros especializados la cabeza de ella en el propio chalé y otras zonas de campo adyacentes. Y lo hacían en mitad del luto que vivía la localidad, un pueblo situado en la falda de la Sierra de Guadarrama que guardó cinco minutos de silencio.
A sus 65 años, Soledad aún no estaba jubilada. «Se lo estaba pensando», reconoce un compañero de trabajo, dentro del Centro de Atención a Usuarios (CAU) de la Universidad Autónoma de Madrid, en el que desarrollaba su actividad. En principio, su idea era retirarse de cara al próximo curso; de hecho, tenía los papeles ya rellenados, aunque todavía no los había presentado. Al ser personal laboral (que no funcionaria), «podía solicitar seguir hasta los 70 años», siempre que la universidad lo aceptara.
Además de la hija afincada en Londres, la mujer asesinada tenía a otra en Australia. «Se casó allí y tuvo un par de hijas», recuerda este trabajador, consciente de que su posible vuelta a Europa podría estar detrás de su barajada continuidad laboral. Antes de la llegada de la pandemia, Soledad viajó al otro lado del globo para encontrarse con ella.
Mientras, su marido y presunto asesino llevaba toda la vida como policía local en Soto del Real, hasta que un accidente de tráfico lo apartó del Cuerpo con una baja de incapacidad permanente. Desde entonces, Jorge nunca volvió a ser el mismo. «Paseaba al perro todas las noches», apuntaba horas después del crimen un vecino de San Antonio, una colonia en la que muy pocos sabían que el presunto autor había padecido una depresión.
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