Guerra de okupas en Usera: perros envenenados y peleas con taladros
Una mujer se hace con el control de la mafia de un edificio lanza excrementos y orines a sus vecinos para echarlos
El novio de ella está fuera por una orden de alejamiento y ha dejado de ingresar dinero por el alquiler a los allanadores
Un veterinario explica por qué los perros ladran a unas personas y a otras no
Tres viviendas en dos años: el historial del okupa del piso de la anciana de Lavapiés que asegura «conocer la ley»
La entrada al número 32 de Marcelo Usera hay que hacerla casi de lado, de lo angosta que es. Por todo recibidor, una pintada con el nombre de «Constantino» y un teléfono móvil, supuestamente el suyo. Casi todos los okupas que residen en este edificio de viviendas abandonado por un banco hace más de cuatro años coinciden en que el firmante es quien les ha obligado a pagar cantidades de entre 50 y 250 euros (según si dormían allí de alquiler, por cama y por semana) o entre 1.000 y 3.000 euros si decidían allanar una pequeña vivienda de manera permanente.
Nada más acceder, hay unos escalones mellados, ideales para romperse los dientes en una caída; no existe ascensor, y los destrozos en las paredes, techos y demás zonas comunes decoran los tres pisos en altura. En la entreplanta, una inexistente ventana deja ver colchones de espuma tirados. En la segunda planta, con la puerta blanca de madera abierta (la única de estas características de todas estas infraviviendas), nos recibe Rosa Cotobal Martín, que confiesa 62 años con un purito colgando de sus dedos índice y anular, que va y viene de la boca. No para de fumar: «Y eso que tengo un enfisema pulmonar y una discapacidad del 65%», dice, mostrando un documento de la Comunidad de Madrid en la que solo se la cita para iniciar el trámite «para grado 1». Ni rastro del resultado de la evaluación.
Rosa abre su discurso como una metralleta: «El padre de mi primera hija fue uno de los condenados por el incendio de la discoteca Alcalá 20; mi hermano es concejal en Pozuelo de Alarcón [con ese apellido quien existe es un empleado público del municipio], y el otro hermano es directivo de una prestigiosa clínica psiquiátrica [sí que existe en Madrid un facultativo con su nombre]».
Una vez centramos el tema por el que acudimos a Marcelo Usera, 32, relata que ella llegó hace un año y medio al bloque y que se hizo pareja de Constantin. Añade que sobre él pesa una orden de alejamiento hacia Rosa, pero ella niega que la maltratara, pese a la resolución judicial. «Mira, ahí tengo las dos mariposas, como si fuera una mujer maltratada», dice, señalando a los dos aparatos que controlan y alertan, llegado el caso, de la presencia allí de Constantin. Dice que él está trabajando por Castellón y Barcelona; «pero la orden la tiene sobre mí, así que si yo me voy del piso, él podría vivir aquí», dice retadora.
Entra una señora mayor que ella, dice que de 72 años, menuda y que apenas articula nada inteligible: es rumana y Rosa la llama su «suegra», «porque es como una madre para Constantin». La anciana va y viene al piso de Rosa durante la visita y la segunda dice que la tiene allí medio recogida, «porque el de arriba le ha quitado su casa». A quien se refieren es un dominicano conocido como el Italia, pero ella prefiere denominarle «el abrepuertas», pues asegura que las fuerza y echa de las viviendas superiores a sus okupas.
Pronto, Rosa comienza a disparar, verbalmente, contra Bladimir, su vecino pared con pared, que no está en ese momento. «Es un colombiano sin papeles, que un día que me peleé en septiembre con Constantin bajó al portal y sentí cómo me pegaba en las costillas y me las rompía», le acusa. Pero el que acabó detenido, acusado de violencia de género y alejado es Constantin.
Luego, muestra una sentencia judicial en la que se absuelve a Rosa de agresión y se condena a Bladimir y a una amiga de él, Lina, a un mes de multa a razón de 3 euros al día por un delito de lesiones. Los hechos probados hablan de que ocurrió el 8 de enero, cuando los dos condenados se pelearon por la limpieza de las zonas comunes y Rosa fue la que terminó golpeada. «Mi pareja es muy celosa, pero ahora veo que llevaba razón, porque no se fiaba de la gente esta», remacha.
«¡Traficas con drogas!»
De repente, se oye la voz de un hombre al otro lado de la puerta de Rosa y ella se levanta del sofá como un resorte y sale pegando gritos. Ha llegado Bladimir y ella se lanza hacia él como una fiera, para pegarle. «¡Usted no pase a mi casa, esto es allanamiento de morada! ¡Que me fumo tres paquetes de tabaco al día por tu culpa! ¡Que traficas con drogas día y noche! ¡Te has quedado con el piso! ¡Que cada día vienes con una mujer, para venderles droga!», le grita.
Entramos en casa de Bladimir y la versión es totalmente distinta. El hombre, de 34 años y procedente de Cali, hará dos años el mes que viene en el bloque de los horrores. Está desesperado. Vive con cuatro compatriotas en las dos piezas con que cuenta el pequeño apartamento, que huele a limpio (ha fregado con lejía) y donde no se ve ninguna plantación de marihuana de la que habla Rosa. Todo es humilde pero está ordenado. Bladimir nos invita a sentarnos y oír su versión; está al borde de la lágrima: «Me ha dejado mi mujer porque no aguantaba a la vecina, que hasta ha envenenado a mi perra —dice, mientras muestra una foto del animal— y ¡hasta me estoy quedando calvo!», afirma, como si eso fuera una maldición.
Se acerca a un cajón y saca dos carpetas. Una, con toda su documentación, que muestra. En la otra, una retahíla de denuncias contra Rosa, entre las que destaca el robo del que la acusa de un patinete eléctrico, cuatro taladros, un televisor de 50 pulgadas, un portátil, una esclava de oro, un reloj de oro, dos cables de energía –dice que los dejó sin el enganche de la luz– y un motor de ventilador. También habla de un tal Daniel la denuncia, que le comenzó a amenazar: «¡Colombiano de mierda, te vamos a matar!».
Bladimir trabajaba en negro, en la obra. Reconoce que es okupa. Que empezó pagando 50 euros a la semana por una cama a Constantin, que luego fueron 150 al mes y que, al final, abonó a Rosa más de mil euros por poder quedarse con el apartamento: «El problema viene desde que su novio no puede estar aquí, porque ella ya no puede sacar dinero a la gente de aquí y quiere echarnos para meter a otra gente y volver a cobrarles por un edificio que ni siquiera es suyo».
Muestra vídeos en los que Rosa, entre amenazas, aparece con un taladro encendido y rompiendo la puerta de metal del colombiano, todo lo contrario de lo que ella afirmaba, el mundo al revés. «Yo lo único que quiero es limpiar mi nombre», dice Bladimir entre lágrimas. Tras la visita de ABC a Marcelo Usera, llega un mensaje del joven al teléfono móvil: «Esta mujer me acaba de lanzar excrementos y orina en la puerta de mi casa». Y adjunta un vídeo en el que se ven los deshechos. La puerta de Rosa, ahora sí, permanece cerrada a cal y canto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete