Los guardianes del casticismo que velan por el Madrid chulapo
Con voluntarismo y desde 1989, frente a modas y poco apoyo institucional, la Federación de Grupos Tradicionales lucha por las costumbres de la capital
Ayer y hoy de las verbenas madrileñas, en imágenes
![Castizos de todas las edades delante del altar de la iglesia de san Cayetano, en Embajadores](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/08/09/Altar-R5sKblFNGSngMJ3bCYXAaKM-1200x840@diario_abc.jpg)
El casticismo vive en Madrid pese a que José Ortega y Gasset lo consideraba indigno de convertirse en norma. Un venero algo escaso, sí, pero que discurre todo el año, desde la festividad de la Almudena a la celebración septembrina de la ... Melonera. Ahora la ciudad, con la trilogía de verbenas, se divierte en unas fiestas que a primera vista son mestizas en colores.
Pasan por las calles, decoradas de historia, foráneos que contemplan el ambiente con curiosidad casi antropológica, aunque una hija de un rumano-alemán, Carolina Schuller, de la Asociación los Castizos, haya sido elegida como La Casta, y así la zagala pasea el título con la satisfacción de saberse desde pequeña la «alemana en el colegio pero mostrando siempre su parte más española».
La coyuntura, hoy, de las tradiciones en Madrid por una parte son un reflejo del pasotismo de la ciudad pero, a la vez, de unos últimos de Filipinas que por su voluntad mantienen un legado que en lo reciente «va a mejor». Y es ésta una de sus principales bazas morales para persistir en su labor.
En las vías más añosas del Madrid verbenero hace calor como para destetar terneros, la pituitaria llama a los torreznos, y en la puerta de la iglesia de san Cayetano, el mismo día de la misa, de la procesión, Federico Gómez Villanueva, presidente de la Federación de Grupos Tradicionales Madrileños lleva, pese al sol impenitente, su atuendo 'madridí'. Es antiguo vecino de la calle Jerte, al lado de la muy madrileña Basílica de San Francisco el Grande, y miembro de la Asociación Castiza de Madrid a Móstoles, casi por petición popular, desde 2007.
Hay en él el orgullo, modesto, de haber sido el pregonero de las fiestas de agosto el día anterior por los 35 años de la institución: citó hasta Arturo Barea, escritor que pateó estas mismas calles. Son 77 años, un físico para debutar de novillero en Las Ventas, y pura amabilidad de alguien que se ha desempeñado en la banca. Un libro abierto, pues, sobre el Madrid más puro, congregado en los lugares que año tras año han ido creando el sedimento de la tradición. Federico andaba de castizo libre, cuando en un ya lejano 29 de marzo de 1989 se creó la federación cuya presidencia ostenta; según los legajos, con objeto «del reconocimiento, estudio y promoción de la cultura madrileña». Él no formó parte de la dirección hasta 2017.
En los ochenta, plena Movida, existían agrupaciones tradicionales, «dispersas», sin un núcleo aglutinador que les diera la fortaleza de la unión. Pasaban aquellos años ochenta, y se incrementaba la persistencia del alcalde Enrique Tierno Galván porque adquirieran una entidad que les permitiera federarse, sindicarse. Lo que fuera antes de gravitar en el vacío. Por ese mismo empeño emanado del Viejo Profesor se llega a ese 29 de marzo de 1989 con la firma del acta fundacional, que, lógicamente, aún se conserva.
Fueron catorce asociaciones, algunas de ellas desaparecidas, pero con el compromiso de no dejar en el olvido a un Madrid que existe. Claro que para estos centinelas de las esencias, nada ha sido un camino de rosas. Quizá por eso exigen el cariño de los medios, pero también el «compromiso de las instituciones públicas». Hay, y lo saben, errores de bulto municipal cuando de la identidad se trata.
Por citar, citan aquel año que al alcalde José María Álvarez del Manzano le dio por atronar de sevillanas las Vistillas, o a todo un Alberto Ruiz Gallardón que directamente los tachó de pasados de moda. Con todo, fue Tierno quien más se implicó con clases de chotis gratuitas, institucionalizadas de algún modo. Persistiendo en las raíces. Y descubriendo el baile a la 'quinta' de Gómez Villanueva.
La historia de esta federación, con una media de edad de entre 60 y 65 años y formada por once asociaciones, no es más, ni menos, que la de un esfuerzo «cultural» por no perder la memoria de la urbe. De ahí esa sensación de orfandad respecto a los sucesivos equipos municipales. Ellos defienden que son una atracción turística, de igual modo que en Zaragoza la plaza del Pilar se llena de forasteros en la ofrenda floral a la patrona de España. El debatido concepto de la identidad madrileña entra, y así debe ser, en escena. Es compleja de definir, pero el presidente de la Federación de Grupos Tradicionales Madrileños es rotundo. «Respeto y amor a donde has vivido, donde están tus primeras percepciones de joven, con algo de sana chulería». Y vaya que si pesa mantener todo lo que conservan con primor. Es casi «un trabajo sin gratificación» en el que la actitud, la única, es la de ser «inasequibles al desaliento».
Está la responsabilidad de que cuando fallezcan, «alguien tome el testigo», y aquí no es gratuita la comparación que establecen con los artesanos que poblaban las Cavas, un enclave donde ya sólo la hostelería campa a sus anchas. Pero mientras tanto, cuando llega San Isidro, las autoridades se vuelven como locas, intentando llevar, en unos pocos días, el buen hacer de estas gentes a institutos, a centros de mayores. Días de mucho que son vísperas de poco cuando pasa del 15 de mayo. Aunque cuando aprietan las fechas claves, deben multiplicarse en numerosos actos institucionales.
Hay una frase de Federico que resume muy bien su aportación a la causa: «Yo soy mi oficina en plena calle. No tenemos sueldo ni tenemos local. Todo el material tenemos que guardarlo en un trastero de Vallecas» que pagan religiosamente todos los meses. Que ellos se multipliquen, pongan cerca de «doscientas» personas en la calle genera el lógico estrés.
Aún así, hay logros. Como la clase magistral del pasado San Isidro, cuando consiguieron reunir a dos centenares de novatos a aprender los rudimentos del chotis. De este género musical, venido de Centroeuropa, pasado por palacio y asumido por el pueblo, la federación sabe bastante. Ya dijo Galdós que en Madrid todo acaba siendo 'pueblo'.
Va acercándose la misa previa a la procesión de san Cayetano, pero queda mucha sustancia por conocer. Primeramente la ya citada continuidad de la tradición. Y en los más jóvenes. Cerca resuenan ritmos latinos que invitan a hablar de esa perversión de la fiesta. La solución, sin «varita mágica», estriba en poner su mundo centenario de moda. Ya llegará, si llega, el momento en que lo castizo se convierta en tendencia.
Los jóvenes, si acaso, se fijan curiosos en ellos y les conminan a seguir por esa senda que es casi un rito. Ellos saben que ese ánimo solo puede fructificar si de repente se convierten en tendencia. Si se definieron como inasequibles al desaliento, no es menos cierto que mantienen una cuota admirable de esperanza.
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Así lo manifiesta otra federada, Begoña, que vestida para la ocasión, «tiene fe» en el mañana, y así desde que de jovencita «veía pasar a las chulapas por Embajadores». Remembranzas como la del entrevistado, de su pareja de baile, su mujer. Una escena ya «imposible» desde hace dos desgraciados años, cuando murió en un fatídico accidente.
A quienes les tildan de «rancios» les contestan que son historia, parte de la cultura que explica la evolución de los tipos capitalinos y de la propia ciudad: el castellano, el castizo y el goyesco, que también toman el callejero cuando Madrid se divierte mirando atrás. Sonríe recompensado Federico cuando ve Embajadores repleto de madrileños con el aliño indumentario de rigor.
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