«Con Duquesa o no voy»: los animales que salvan a sus dueños de la calle
Las personas sin hogar rechazan los recursos públicos si no pueden acceder con sus mascotas y Madrid ha tomado nota
Este vínculo es un antídoto al bloqueo emocional, el aislamiento y la falta de socialización por vivir a la intemperie
![Antonio López y su perra Duquesa, en el salón de su piso gestionado por el Ayuntamiento de Madrid](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/03/28/antonio-duquesa-RhXGLgntOkkg50FBB2DR61I-1200x840@diario_abc.jpg)
En un cuarto piso sin ascensor del distrito madrileño de Latina, Antonio López ha podido someterse a dos cirugías, retomar los estudios que abandonó hace muchos años, allanar la senda hacia un nuevo trabajo y alejarse de las etapas más difíciles de su vida. ... Todo eso ha conseguido bajo un techo en condiciones, y no habría aceptado nada de eso sin Duquesa. «Pobrecita, hasta hace dos años ha estado en la calle...», comenta Antonio; él, sevillano de 51 años, también, pero «la pobre» es Duquesa, que juguetea en una esquina del salón, treinta kilos de mestizaje de labrador y pitbull, toda negra y con patas blancas.
Antonio nunca estudió, dejó Primaria cuando apenas era un niño para ayudar a su familia en el campo, donde cultivaban «de todo». Creció y viajó a Francia, ha trabajado en la construcción en Canarias y vivido a la intemperie en una playa y en el centro de Madrid. Subsiste con una ayuda de 500 euros mensuales por discapacidad (esquizofrenia). A Duquesa la encontró en Málaga hace seis años. «La estaban regalando por ahí con dos mesecitos, se la iban a regalar a una persona que no era adecuada para ella, y la cogí yo», recuerda. Hombre y cachorro se instalaron juntos en la playa.
—Ella se puso mala con el parvovirus y tuve que llevarla al veterinario.
—¿Cómo lo pagaste?
—Con un dinero que tenía ahorrado para hacerme los dientes.
—Claro, antes Duquesa que los dientes.
—Los dientes podían esperar; era una vida.
Desde entonces son inseparables; hicieron el camino de Santiago, la ruta francesa, juntos. En Madrid dormían en los recovecos de la plaza Mayor y pasaban los días «dando vueltas por ahí». «A albergues no iba porque no me dejaban entrar con ella», destaca Antonio. La jefa de Prevención del Sinhogarismo y Atención a Personas Sin Hogar del Ayuntamiento de Madrid, Yolanda García, puntualiza: «Pueden estar, pero tienen que dormir en un chenil, se tienen que separar y muchas personas no quieren». «Bueno, no es por eso», matiza Antonio, «era porque entraban más perros y yo no voy a meter una enfermedad a mi perro».
«Si me ofrecen el piso pero no puedo meterla, no entro. Ella tiene sentimientos, es una amiga. Te cambia la vida»
Antonio López
51 años
El deambular se alargó dos años, hasta que Antonio escuchó de otros compañeros de la calle que el consistorio estaba entregando pisos a personas sin hogar. Preguntó a los trabajadores del Samur Social y le concertaron una entrevista con una técnica sociosanitaria, Andrea Villajos. «Estaba con Duquesa y con un carro grande. Le preguntamos todo, le contamos los compromisos, si quería estar en el piso... Porque son ellos los que deciden. Y fue: «Con Duquesa o no entro»», rememora Villajos. «Yo tuve suerte, Duquesa se los ganó rápido, fue ella», añade Antonio.
Dos años y dos operaciones de hernia discal después —su entrada al piso municipal fue prioritaria para permitir las cirugías—, Antonio asiste a clase para obtener el graduado escolar y se prepara para conseguir el carné de conducir y trabajar como chófer. «Ha cambiado mucho», reconoce Villajos, encargada de su seguimiento, «todo lo que está haciendo está encaminado a que sea independiente». Antonio lo hace porque tiene a Duquesa: «Si me ofrecen el piso pero no puedo meterla, no entro. Ella tiene sentimientos, es una amiga. Yo hablo con ella y discuto con ella. Te cambia la vida. ¡Que sí, que estamos hablando de ti!», le dice a Duquesa, que lo mira mientras mordisquea un hueso de plástico, y después se sienta y alza las patas, bien entrenada, para pedir golosinas. «Es mi niña».
Perros, gatos... y pollos
El programa de 'Housing first', un modelo que nació en los países nórdicos, es la puerta de reentrada a la sociedad tras largos periodos de sinhogarismo. Las beneficiarios disponen de un techo donde ser autónomos y, en caso de que tengan ingresos —la ayuda de Antonio, por ejemplo—, el 30% se destina a pagar el alquiler. «Ellos saben que es temporal, pero no tiene temporalidad», explica García, «tiene que ser flexible; nos estamos dando cuenta de que los recursos hay que flexibilizarlos». Y en esa adaptación, destaca la jefa de Atención a Personas Sin Hogar, entran los animales que las acompañan.
De las 175 plazas del programa 'Housing first', 160 pisos permiten animales; actualmente, cuarenta personas viven en estos recursos con sus mascotas
El Ayuntamiento de Madrid ha ampliado los huecos para mascotas de la red. De las 175 plazas de 'Housing first', 160 de ellas permiten animales. De las 195 de 'Housing led' —el programa de viviendas compartidas—, cinco. Y tres de los cinco albergues municipales tienen cheniles (en total, nueve plazas). Aunque no se contabilizan las entradas de sin techo con mascotas, García asegura que existe demanda: «No hay un registro de accesos, en el caso de que una persona con animal acepte algún recurso, intentamos darle prioridad». También se estudia revisar la normativa para que los animales puedan estar en las zonas comunes de los centros.
En los pisos municipales repartidos por la capital viven cuarenta personas con sus animales de compañía, según los datos facilitados por el Área de Políticas Sociales, Familia e Igualdad. Hay perros y gatos, individualmente, y grupos de perros y gatos. En una ocasión, los equipos municipales entrevistaron a hombre con un hurón, aunque terminó rechazando la vivienda. Otro inquilino llenó el piso de gallinas. «Hay algunos que entran sin animal y luego adoptan, yo tengo uno o dos casos que han adoptado gatitos», cuenta Villajos, «eso ayuda a que algo te importe, porque has pasado de todo y no te importas ni tú». También facilita su trabajo: esta técnica sociosanitaria ha sido capaz de construir vínculos con los inquilinos solo «hablando del gato».
«Algunos entran sin animal y luego adoptan. Eso ayuda a que algo te importe, porque has pasado de todo y no te importas ni tú»
Andrea Villajos
Técnica sociosanitaria
Una compañera de vida
Sara tiene once años, es ancha y de pelaje largo. La punta de las orejas se une encima de dos ojitos castaños y dos cejas expresivas. Aúlla para saludar a los desconocidos y después persigue a las palomas de una plaza de Lavapiés. A veces caza alguna. La primera vez que Mónica Crespi la vio, Sara era una perrita de dos años que seguía a Martin por el albergue de San Isidro. Martin era un hombre checo, sin hogar, que enseguida se convirtió en la pareja de Mónica. «Me encantó: rubio, con rastas y ojos azules», recuerda esta madrileña de 57 años.
El romance a la intemperie resistió y, en mayo de 2022, Mónica recibió una llamada: «Me citan y me dicen que me ha tocado una vivienda. ¿A mí? ¿Después de 17 años y medio?». Así que los tres —en ocasiones, los pisos municipales permiten parejas, siempre que se compruebe que no es una relación abusiva para la mujer— tenían plaza reservada. El plan se torció al mes siguiente. Martin era alcohólico y falleció en abril. Sara desapareció. Mónica se enteró de sopetón y entró sola en una casa «demasiado grande» para ella. Hasta que Sara volvió. «El 1 de julio llegó a mi puerta, flaquita, de estar meses deambulando», asegura Mónica. La perra rascó el portal, una vecina abrió y ella husmeó hasta dar con la puerta de su dueña.
![Mónica Crespi, beneficiaria del programa 'Housing first', posa junto a Sara en una plaza de Lavapiés](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/03/28/monica-sara-U18311807852NFF-760x427@diario_abc.jpg)
Mónica pagó una carrera de Arqueología que nunca terminó porque se marchó a Paraguay recién casada con su marido. Se divorció en 1991, aunque acaba de recibir toda la documentación al respecto. A los 30 años cayó en el agujero de la cocaína y la heroína y sucumbió a una espiral de traumas y violencia. Hoy hace memoria: 15 años en la calle, 21 recibiendo dosis de metadona y dos años y medio, por primera vez en mucho tiempo, en un hogar. Y acompañada: cambió la cartilla de Sara a su nombre y ahora corre con los gastos.
«Sara es la que me ayuda a salir de casa, como tengo mialgia y me cuesta, la cabrona se pone a tirar de mí y salgo»
Mónica Crespi
57 años
«Aquí, la señorita, una ecografía son 120 euros. Le han dejado el estatus de perra social y me cobran menos por todos los servicios, pero las ecografías es un especialista independiente», dice Mónica, que paga los cuidados veterinarios con una ayuda por discapacidad de 500 euros mensuales; en su caso, por un accidente de coche que casi la sienta en una silla de ruedas. A cambio, Sara la mantiene activa: «Ella es la que me ayuda a salir, como tengo mialgia y me cuesta, se pone a tirar de mí y salgo». También la defiende de borrachos y toxicómanos: «No le gustan. Voy más segura con ella, me va despejando el camino».
El efecto positivo
La calle es menos terrible con un animal al lado. «Es positivo porque tienen una vinculación emocional. La mayoría ha perdido toda la red afectiva y familiar y es superimportante para ellos, realmente son una familia, no quieren separarse», declara García. Los efectos se notan en los dueños y en el resto de residentes de los albergues: los animales son un antídoto contra el aislamiento, el bloqueo emocional, sus problemas de socialización y de control de impulsos. Desde hace unos años, el ayuntamiento potencia estos beneficios en el centro de San Isidro, con sesiones caninas de paseo y adiestramiento una vez a la semana. Ese día, los perros consiguen que los toxicómanos retrasen su consumo.
Hace un tiempo, Villajos entrevistó a una pareja sin techo que también fue clara: «Sin la perra no entramos al piso». Durante su estancia, esa perra tuvo tres cachorros y no dudaron en quedarse uno en el pequeño apartamento. Ahora trabajan y viven cerca de Ávila. Lo primero que han comunicado a sus trabajadoras sociales es que los perros «están felices en el campo».
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