Los domingos que fuimos
BAJO CIELO
Madrid baja el ritmo. Todavía la ciudad se acuerda de respirar un poco. Aparca la prisa. Se paran el ruido y la furia
Resaca de la Fiesta Nacional

Las terrazas se ocupan a medias. Solo los fumadores aguantan el frío de la sierra. Viene para quedarse. Le pasa a noviembre. El ruido y la furia se paran hoy domingo, porque hasta en eso guardamos tradiciones. Incluso quienes las detestan. Y ... me vienen a la cabeza aquellos domingos largos, los que eran cuando nada dolía. A veces calculábamos el tiempo que duraba la misa de once, sentados los dos en la cafetería esa que no te gustaba nada de Miguel Ángel.
Tú leías la prensa despacio. Yo trataba de ver la página que habías recortado para leerte. A menos veinte pedías la cuenta. A veces pasábamos después por Mónico y nos llevábamos medio mostrador. Tenemos la misma gula. No he vuelto a probar una croqueta como esa. A ti te pirraban los huevos encapotados. Quizá, por eso, ninguno de estos domingos es cómo los de entonces. Aunque no han cambiado tanto porque hoy Madrid tiene la misma luz blanca que hiela un poco. Aunque todo sea distinto. Recuerdo que esos domingos no tenían reuniones ni manera de alejarnos. Eran nuestros. Como también lo era el tiempo.
Éste parecía tener más horas, más minutos. Aprovechábamos para visitar a los abuelos. Eran tan mayores que parecían eternos, que siempre estarían ahí de la misma forma, esperándonos para verles el domingo que viene. Luego me di cuenta que estaban en el otoño de su tiempo, como ahora vosotros. Y la de cosas que les hubiera preguntado si hubiera sabido antes de qué iba esto de vivir. Por eso ahora intento que los míos se den cuenta. Que después del otoño viene el invierno y es posible que entonces duelan las primeras ausencias. Seguro que también piensan que durará siempre. Ahora temo que les haga daño entenderlo aunque sea inevitable. Que su cuadro no tendrá el mismo paisaje. Que todavía están a tiempo de mirar cada detalle. Que no tengan prisa. Que ahora es lo que toca.
Después venían las tardes inabarcables entre las páginas de Wilbur Smith o los cuentos de Dickens. De seis a nueve parecía un día entero. Tú veías el fútbol en la televisión mientras escuchabas la radio. La ventaja de un sólo mando, ninguna otra pantalla, y una biblioteca repleta de series y plataformas que ahora se consume en pantallas y roban el aburrimiento de los pequeños. Y el olor de las páginas de papel. Y encontrar otro tesoro que no había visto antes, en la misma estantería que tantas veces había mirado, sin percatarme de ese lomo que escondía entre sus páginas otro caso resuelto por Plinio.
Lo mejor de noviembre, de un domingo como el de hoy, es tener la certeza de que te pertenece. Que Madrid baja el ritmo. Que todavía la ciudad se acuerda de respirar un poco. Aparca la prisa. Te brinda una oportunidad de hacer las cosas a su tiempo, despacio. Ya sea disimulando el tiempo que dura una misa, cocinando, o saliendo a comer con quienes también te regalan su domingo como quienes te dan un trozo de ellos mismos. Que no durará siempre y que por eso debes aprovecharlo. Para que luego te acuerdes de los domingos que fueron. De los que ya no volverán aunque haga el mismo frío de noviembre que hizo entonces. Aunque también la luz de hoy sea más blanca porque las nubes se confunden y no saben si llover o solo tapar el sol.
Decía Carlos Chaouen que «madurar es volver a tu padre», aunque yo no vea el fútbol ni escuche la radio los domingos. Casi no me pongo chaquetas, pero sí que compro el ABC y veo a Pedro impaciente por coger la página que acabo de recortar.
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Esta cafetería nos gusta a los dos. Y encima me dejan fumar en la terraza, medio vacía por el frío de la sierra que escribí arriba. Mónico cerró, pero nos vale la Pastelería América aquí en Menéndez Pelayo. Y es muy probable que algún día él se acuerde de todos estos domingos en los que nada ni nadie nos separa. Son suyos. Como los de entonces fueron míos.
Madrid se despierta y está nublado. Hay jaleo en el Rastro y se empieza a llenar el centro con eso de diciembre. Está a la vuelta de la esquina. Por eso deben hacer algo que luego ellos recuerden. Algo que no quepa en una foto de Instagram. Algo que les dé calor cuando el frío no les deje salir de casa. Antes de que su paisaje sea ya distinto.
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