«Los campaneros de Madrid somos la marca blanca de los exorcistas»
Desde 2017, ahora constituidos en asociación no sólo mantienen una tradición reconocida por la Unesco, sino que asesoran de forma desinteresada a los técnicos de patrimonio
La foto de unos obreros en un rascacielos de Madrid que se adelantó a la del Rockefeller Center
![«Los campaneros de Madrid somos la marca blanca de los exorcistas»](https://cf-images.eu-west-1.prod.boltdns.net/v1/static/55814260001/23fdb8c6-7bd6-4d21-933d-d972069bfc6e/ed2547c8-bd60-4aaa-ae77-1c99ff714119/1920x1080/match/image.jpg)
Dicen que cada campana tiene un nombre dedicado a un santo o una santa. Que un ligero matiz en el tañido va de una advocación a otra, y se complementan en una suerte de Cielo broncíneo. Santa Ana dialoga con santa Paula, y san ... Pedro con san Agustín; un suponer. Las campanas han formado parte del paisaje «sonoro y visual» de las ciudades casi desde que Occidente se configuró como tal. Y los campaneros, en toda lógica, tienen ese matiz de romanticismo, de ciencia antigua que casi toca al ritual. La electrónica, en donde fue llegando, le quitó artesanía al repique de muerto, de fiesta, de anuncio civil.
Pero el bronce es inmortal como lo es lo vigoroso de la Asociación de Campaneros de Madrid, recién constituida, con su «documentación entregada» a la autoridad permanente y su treintena de miembros que, capitaneados por el inquieto y sabio Luis Baldo, que lleva «desde los diez años» por esas alturas de los templos, hacen porque Madrid no pierda el sonido que desde que se reconquistó ha venido avisando de lo humano y lo divino.
ABC acompaña a una nutrida muestra de campaneros por la festividad de Todos Los Santos, y desde lo alto, por acercarse al refrán. El lugar, la llamada 'catedral de Madrid'; es decir, la Colegiata de San Isidro en esa otra Gran Vía que fue la calle de Toledo.
Cada campana tiene su nombre, pero la Jesús, María y José, recuerda Baldo, es «del año 1587 aunque no se sabe mucho más, quizá que tuvo un uso civil que se nota por la poca afección del vaso (el interior) y otras pistas» que estudian con alergia a las verdades absolutas y amor al conocimiento. Y la muestra con el orgullo de la reliquia. Sus compañeros, ilustrados en esta ciencia infusa y adictiva del 'campaneo', se ponen románticos un 1 de noviembre y se figuran, y necesariamente es así, que ese tañido fue escuchado por «Velázquez, por Goya» y hasta por Francisco de Quevedo en sus mocedades. No es casual la fecha.
Sucede que si este miércoles han tocado todo el día a festivo por el regocijo, pasadas las doce, en teoría, tocarán a muerto, y también todo el día. Y hay muchos toques, insiste Baldo, «de misa de domingo, de festividad mayor, de solemnidad». Más luego los »toques civiles« que traen recuerdos de un campanario de Soria, el del Palacio de la Audiencia Provincial, y Antonio Machado cantándola en sus soliloquios.
La asociación que preside Luis Baldo es, en sí, una metáfora de sus integrantes. Conforme se adentran en el mundillo, adquieren un conocimiento casi por ciencia infusa, sí, pero también por tenacidad. Son autodidactas, lo que no es óbice para que asesoren a los técnicos de patrimonio porque una «campana no la hace el fundidor, sino el campanero». Ellos controlan todo, el estado del material, «los usos litúrgicos que han tenido». En esto, Baldo y sus amigos paran su disertación, toman posiciones, y llaman a misa de once. Poco después repican (sic) otras campanas del viejo Madrid llamando a lo mismo. Una vez avisado del oficio religioso al pueblo madrileño, prosigue la parla. Las campanas les hablan; de utilidades anteriores, de otras vidas.
![Adecuación de la campana junto al precipicio](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2023/11/01/campaner-U03283207343RDD-624x350@abc.jpg)
Básicamente, si hubiera una carrera sobre el asunto, serían catedráticos. Ver a jóvenes con cara de Tadej Pogaçar venciendo el vértigo impone. Lo mismo que el campanario añoso de San Isidro, de su torre norte, la que no se ha tocado desde hace más de trescientos años tirando por lo bajo. Y eso es lo que apasiona, por ejemplo, a Jorge García, especialista 'gratia et amores' en la historia de Madrid, concretamente en el Medievo. Pero también al arquitecto Álvaro Bonet. Entre ambos ponderan las vistas, y el «privilegio» que supone estas en esas alturas de un templo de Madrid que mira a Roma, concretamente a la Basílica del Gesù, mandada a erigir por San Ignacio de Loyola y en alguno de cuyos trazos está la mano del 'Il Divino' Miguel Ángel Buonarotti. Y algo de romano hay en plena meseta, algo de escena de 'La gran belleza' con los tejados de la ciudad chata y un grupo heterogéneo, en edad, en complexión, incluso en relación con la divinidad. Y es que, si el ángel es el mensajero de la Buena Nueva, el campanero lo es de Dios.
Baldo no se considera que por hacer lo que le gusta vaya derechito a la inmortalidad; de momento salió a hombros, como un Morante de la Almudena el día en que la Unesco proclamó el toque de campana español, sí, español, patrimonio inmaterial de la Humanidad. Aunque es Jorge García quien añade sorna a estas disquisiciones: «Nosotros somos la marca blanca de los exorcistas», dado que desde antaño se ha considerado que las campanas expulsan o alejan al Maligno, a Satán. Ríen la ocurrencia, y dan la razón a la greguería improvisada en la mañana, ya sí, helada de Madrid.
Son una gran familia. Mientras dura el repique, van comunicándose por wasap. La tecnología y hasta un emoticono en algo tan atávico. Y es precisamente lo atávico lo que le fascina. El leitmotiv de «mantener este patrimonio» lo repiten, lo tienen casi tatuado en el magín. Incluso el benjamín de todos, Alberto Llamero, hechuras de novillero y natural de Tres Cantos. Cuál será la llamada que ni siquiera, quizá por los nervios, explica lo que sucede cuando pone en funcionamiento la sinfonía del yunque, del badajo, y por la calle los viandantes miran el reloj. «No sé, tienes que subir a tocar y probarlo».
Además de que están rifadísimos por las parroquias de Madrid y alrededores, montan jornadas de confraternización con otros campaneros a lo largo y ancho de la geografía española. Rememoran cuando «tocaron en Zaragoza».
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A un oficio que se pierde no hay más para recuperarlo que cariño, dedicación y estudio. En esta asociación -a falta de una minucia de la burocracia patria- han conseguido practicar y difundir un noble arte que es más que oficio desde que empezaron a juntarse en 2016. Este martes, volverán a tocar. Presten atención. Cada dong será un recuerdo a nuestros deudos, pero también a esta vocación milenaria restaurada en la modernidad de la urbe. Con este grupo que va de los mentados 16 de Alberto Llamero a los más de 85 de Horencio, natural de Zamora que no ha podido estar presente en la confección de este reportaje.
Es la magia de las campanas que ya Federico García Lorca inmortalizó en un poema: «En la torre amarilla, dobla una campaña./Sobre el viento amarillo, se abren las campanadas./ En la torre amarilla, cesa la campana./ El viento con el polvo, hace proras de plata».
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