El 'boom' de la escalada impulsa el negocio de los rocódromos: «Trepar forma parte de nuestro ADN»
Los centros deportivos y de ocio se multiplican en Madrid en los últimos años sin que aún hayan «tocado techo»
Los espacios 'indoor' empujan a una generación de jóvenes talentos con futuro olímpico: «Estamos en cabeza»

Los escaladores dejan sus fobias al margen una vez cruzan las puertas de un rocódromo. Para el presidente de la Federación Madrileña de Montañismo (FMM), José Luis Rubayo, «el vértigo no existe» en estos espacios, aunque para los primerizos pueda ser la inaugural sensación que experimentan con sólo pisar el suelo elástico del centro de escalada Sputnik Climbing de Las Rozas, uno de los más grandes de España —el mayor en cuanto a superficie escalable—, con más de 4.000 metros cuadrados y cerca de 20 metros del suelo al techo. Este es uno de los casi 60 rocódromos, entre privados y municipales, al aire libre e 'indoor', que en los últimos años se han multiplicado por toda la geografía madrileña.
Allí, en el centro de referencia de la empresa de escalada urbana, que cuenta con dos recintos en la Comunidad de Madrid y un tercero que abre sus puertas este mes de julio en Legazpi, entrena dos días a la semana la unidad de velocidad de la FMM. «Llegamos a un acuerdo con Sputnik para que nuestros chicos puedan prepararse en sus instalaciones», que por sus dimensiones es uno de los pocos rocódromos de Madrid donde se puede practicar esa disciplina olímpica, la del «dominio rojo».
«En velocidad, todos empezamos de cero hace tres años. Nosotros hemos sabido coger el carro y ponernos en cabeza», explica Rubayo. En la pasada Copa de España, la selección madrileña se subió a cinco de los ocho podios de velocidad; el absoluto fue completamente para Madrid.
Sólo cuando están preparados, y el calentamiento ha hecho su trabajo, sustituyen sus calzados de calle por los pies de gato, las zapatillas especiales que utilizan los escaladores. «Mi récord es subir los 15 metros en unos 5,7 segundos», asevera Alejandro Rivas, un tiempo que lo coloca en un grupo selecto de escaladores españoles con futuro olímpico. A su alrededor, una legión visitantes superan una maraña de presas —los agarres sujetos a la pared— en la sala de boulder y las vías de dificultad, otras de las modalidades de escalada.
«Es un deporte inherente al ser humano; trepar forma parte de nuestro ADN», sostiene el presidente de la Federación Madrileña de Montañismo, que en apenas una década ha duplicado la masa montañera hasta los más de 21.000 federados actuales.
La afición por la escalada urbana comenzó hace diez años y, en el último lustro, no para de crecer. Una simple búsqueda en Google Maps saca a la luz más de medio centenar de rocódromos dispersos por la capital y su área metropolitana. Diez distritos madrileños cuentan con espacios municipales, cerrados y al aire libre; el mayor, en del CDM La Elipa, en Moratalaz. «La sensación es que, ahora mismo, pueden abrir 10 o 20 rocódromos más y se van a seguir llenando», especula Saúl Robledo, director técnico de la FMM.
Sputnik Climbing confirma esos presagios. Abre ahora su cuarto rocódromo, después de un 2022 en el que facturaron más de 6 millones de euros. Para este año, esperan terminar con una facturación próxima a los 9 millones. De momento, «el torno de la entrada está a punto de dar un millón de vueltas», asegura Daniel Castillo, co-fundador y director comercial de una empresa que en 2017 se lanzó de cabeza, en Alcobendas, y ahora recoge los frutos: «Hemos estado creciendo a un ritmo del 100% cada año».
La pandemia supuso un punto de inflexión, tal vez por su concepción como «un centro de ocio y lugar de interacción social», eso que tanto se echó de menos durante el confinamiento. «Cuando tuvimos que reducir el aforo al 50% —300 personas— la gente hacía dos horas de cola en la entrada, y hacíamos hasta seis rotaciones; hubo un 'boom' tremendo», afirma Castillo, quien apunta al ambiente socializador y «de compañerismo» como una de las claves de su éxito.
Si la coyuntura de la pandemia fue un punto de inflexión, el oro olímpico de Alberto Ginés en Tokio, el primero de la historia de la escalada, fue un hito para este deporte, con dos vertientes: la del «miedo a que sea un falso espejismo», como ocurre a menudo con otros éxitos deportivos, que van «de un estado de euforia a un estado de decepción», dilucida Rubayo.
También la de una confirmación «positiva» de una actividad «que ya venía con mucha inercia de crecimiento», subraya Felipe Guinda, responsable de escalada de 7Fun!, un centro de ocio con espacio de entrenamiento en Alcalá de Henares.
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La escalada, y en particular la urbana, no es una moda pasajera. Esa es la opinión de Guinda: «Viene para quedarse sin ninguna duda porque la gente lo demanda».
Ferviente defensor de sus beneficios para salud, en cuanto a flexibilidad y fuerza —«mueves todos los músculos del cuerpo»—, cree que los valores de la escalada «se pueden trasladar a todos los aspectos de la vida» porque, en definitiva, «es un medio para sentirnos mejor». Y si faltaban motivos, también existe el tercer tiempo. Como en el rugby.
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