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Gerard Olivé, el chef que hace vivac como medicina

Este aventurero de Tarragona acumula 50 noches al raso en la montaña, una experiencia extrema que se ha convertido en el motor de su vida

Madrid Culinary Campus: ¿cómo se forjan los cocineros del futuro?

Gerard Olivé, en una de sus acampadas en la montaña G. Olivé
Anna Cabeza

Anna Cabeza

Barcelona

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Para Gerard Olivé el vivac es una práctica sanadora. Este joven de 39 años de Tivissa (Tarragona) descubrió que todas las energías que ponía en el trabajo, que tanto estrés le provocaba, podían servirle para vivir experiencias únicas que le permitieran superar un difícil bache personal. Y quedó tan enganchado al deporte extremo que éste se ha convertido en el motor de su vida. «Lo he podido adaptar todo: trabajo lo justo para poder escaparme a la montaña cuando puedo«, explica a ABC.

Hace ya casi veinte años se puso a estudiar hostelería en Gerona. Joan Roca le dio clases de cocina y más adelante consiguió prácticas en El Bulli de Ferran Adrià. Se le daba bien y acabó consiguiendo buenos trabajos. «A medida que ganaba rango fue subiendo el estrés«, remarca. Esa presión constante sumada a una dolorosa ruptura amorosa le hizo tocar fondo. Fue entonces cuando una psicóloga le hizo ver que canalizar la adrenalina en el deporte le ayudaría. Y así fue. »Inspirado con los documentales de 'Al filo de lo imposible' me fui enganchando a la montaña«, rememora. Lejos de verlo como una locura, la posibilidad de dormir en una cima lo acabó de motivar.

«Mi primer vivac fue el día más bonito de mi vida. Envidio a la gente que no lo ha hecho nunca porque podrá vivir esa excitación de la primera vez», destaca. Era pleno invierno y días antes testeó el saco con el que pasaría la noche al raso en la montaña de su pueblo. Para la aventura escogió el Montardo, un pico del Valle de Arán de 2.833 metros de altura que tenía un refugio a una hora de la cima al que podría acudir si por un motivo u otro su experiencia se torcía.

Desde entonces ha dormido en más de 50 picos, sobre todo españoles. Las noches en los míticos Aneto, Posets, Perdiguero o Monte Perdido están entre sus logros y recuerda especialmente las vistas de su acampada en el Besiberri Sur (también cerca del valle de Arán y de 3.024 metros), porque ese día hubo muchas nubes de diferentes estratos. ¿Y el miedo? «Sólo lo tuve una vez: casi me cayó un rayo encima«, recuerda acongojado. Los animales tampoco son trabas para él: a las alturas en que se mueve solo hay rocas, y »ojalá un día pueda ver a un oso en directo«, ironiza.

El material justo

Su 'modus operandi' es siempre el mismo: ir solo y controlando vía 'app' la meteorología de la zona. De equipaje lleva el material técnico justo para capear las bajas temperaturas (que le suelen facilitar sus patrocinadores), un hornillo y comida liofilizada para cocinarla con hielo y algo de chocolate, «para dar alguna alegría a la noche, que es muy larga». También lleva un frontal, móvil, cámaras y 'gadgets' para sacar fotos de ensueño y publicarlas en su cuenta de Instagram (@xutonthetop), con la que se ha ido haciendo conocido.

Ahora prioriza cimas secundarias, con vistas más peculiares y más soledad. Su próximo gran reto es un viaje al Perú en junio, donde prevé intentar, como mínimo, un vivac en el Chopicalqui, de más de 6.300 metros. «Esta es mi medicina, mi escapatoria, un sitio donde solo tengo que respirar y observar las vistas. Siempre me preguntan que qué hago tantas horas allí arriba y la respuesta es sencilla: miro las estrellas. ¿Cuántas veces te has pasado tú una hora mirándolas? Seguro que nunca, pero en cambio pagas para ir al cine para ver cómo pasan cosas. Te aseguro que en una cima todo es más real», sentencia.

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