El amanecer en el mercado

Han sido varios mercados sucesivos, desde la inauguración, en 1945, cuando las mercancías se aupaban en cajones, al aire libre, entre el mercadillo de tránsito y un picnic que ponía cierta suciedad en la zona. En los años setenta, ahí compraba la vecindad cuyos hijos se criaron en la década del desarrollismo y el baby boom. En los ochenta, el barrio de Chueca pegó su gran estirón de modernidad urbana.

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Ahí se adorna el barrio de campeón de la vida noctámbula, y el mercado, que es feo edificio, por fuera, deviene en un mercado rico, próspero y monumental por dentro, porque incluye a los comerciantes sabios y añejos en convivencia plena con los vecinos, tan amigos del consejo, a la hora de comprar esto de aquí, aquello de allá.

Siguió ocurriendo en los noventa. Dicho de otro modo: fue un templo del buen vivir de aquellos años. A partir del 2002, se suceden las reformas, que tienen colofón en el 2011. De ahí viene el nuevo mercado que tenemos hoy mismo, con luces leds, climatización graduable, puestos de pulcritud y un diseño homogéneo y al día.

Hay que asomarse a los mercados, alcalde, porque son la aurora de la ciudad, la bacanal de las naranjas, un tiovivo de la pastelería, la discoteca del marisco fresco. Quiero decir que el mercado de San Antón, como todo gran mercado, es un día festivo de la compra, un alegrón de manzanas, un domingo del escaparatismo de las hamburguesas, que ahora se llaman hamburguesas gourmet. Va camino de los cien años, este mercado.

Desde siempre, ha sido el mercado del barrio de Chueca, sólo que hoy reúne un despliegue de escaparates de diseño, tiendas de exquisitez y unos bares de diseño como remate de azotea donde alternan los modernos de la zona, y los turistas que se asoman a ver un mercado distinto, entre el centro comercial y un show de arquitectura. Tiene foto de postal.