Empieza la lucha regional en el PSOE: «Donde no hay poder, habrá batalla»
El congreso se adelantó para relanzar un partido débil, pero con el desgaste de los últimos tres meses se ha convertido en un cónclave para reflotar a Sánchez
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Clausurado el 41 congreso del PSOE, empieza la batalla, que no será federal sino autonómica. Pedro Sánchez consiguió ayer cerrar tres días de «fraternidad socialista» sin que se haya producido públicamente ningún acto de rebeldía y sin que las federaciones donde ... va a haber disputas por los liderazgos hayan querido hacer correr la sangre. Tan sólo Emiliano García-Page se atrevió a alzar la voz, pero no hizo demasiada falta porque todo estaba perfectamente diseñado para evitar conflictos, para no abordar debates complejos y para apuntalar un único mensaje: Sánchez, Sánchez y Sánchez. Tan así fue que a la única persona que levantó la mano cuando se aprobó por asentimiento el informe de gestión se le dijo amablemente que en otro momento.
Hay que reconocerle a Sánchez que la organización del congreso fue un éxito y la puesta en escena un espectáculo para enardecer a las masas. Su entrada en un plenario en penumbra con los asistentes luciendo pulseras de luces como si en lugar de Sánchez hubiera aparecido Taylor Swift fue un espectáculo multicolor, y los vídeos de épica socialista -pura propaganda- generaban la misma sensación que siente Woddy Allen cuando escucha a Wagner: ganas de invadir Polonia. Pero debajo del confeti sanchista de ayer en Sevilla, los tambores de guerra volverán a sonar, sobre todo allí donde no hay poder real, allí donde no hay capacidad para colocar a la gente del partido. Porque hay un evidencia que marca la nueva etapa del PSOE: tiene el menor poder territorial de las últimas cuatro décadas, razón que contribuyó a apaciguar al partido cuando Sánchez dijo tras perder las elecciones del 23J que negociaría con Carles Puigdemont y aprobaría una amnistía: el partido necesitaba poder, todos lo necesitaban. A buen hambre no hay pan duro, y el partido estaba dispuesto a deglutir lo que le echaran. Lo que no está dispuesto a tragar Page, y tampoco Adrián Barbón, es una financiación autonómica que privilegie a Cataluña sobre el resto. Y esto ha salido bien en este congreso porque el manchego y el asturiano pusieron pie en pared y porque el presidente de la Generalitat, Salvador Illa, renunció a poner enmiendas a la propuesta de perfil bajo que les presentó Sánchez. Todo con tal de que no haya líos, todo con tal de que en estos tres días nada desviara la única prioridad: Sánchez.
Cambio de planes
Cuando el secretario general del PSOE decidió a finales de agosto adelantar el congreso federal a este fin de semana no imaginaba, ni de lejos, la situación en la que su Gobierno y él mismo llegarían a Sevilla: en estos tres meses los casos judiciales que afectan a su Gobierno, a su partido y a su esposa, Begoña Gómez, han dado saltos cualitativos. Y un congreso ideado para fortalecer un partido débil sin apenas poder territorial se ha convertido en un congreso para reforzar el liderazgo de un presidente débil cada vez más acorralado. Desde esta perspectiva, el congreso ha sido un trámite que no supone ni apuestas ideológicas de calado ni cambios relevantes en la ejecutiva: Pilar Bernabé, delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana, para apuntalar la idea de que el Ejecutivo lo hizo bien en la DANA; y Enma López, la persona de Ferraz en el PSOE de Madrid. Pero María Jesús Montero y Santos Cerdán siguen al mando, a pesar de la sombra de sospecha que el comisionista del caso Ábalos ha extendido sobre él y sobre el jefe de Gabinete de ella. En cuanto a lo ideológico, el PSOE no quiere más líos: tratar de recuperar la bandera del feminismo clásico y buscar ser referencia en el socialismo europeo.
En estos tres meses, el gran fracaso de Pedro Sánchez ha sido no poder someter al Tribunal Supremo, especialmente las salas Segunda y Tercera, porque el acuerdo sellado con el PP acabó dando paso a una presidenta del CGPJ, Isabel Perelló, que es más cercana a Margarita Robles que a Félix Bolaños y que, por encima de eso, tiene una inmensa oportunidad para pasar a la Historia como una persona independiente que no se pliega ante las presiones.
Ante esta realidad, al sanchismo no le queda más que bunkerizarse y confiar en que amaine el temporal. Ahí está el origen de la bunkerización y de esta triple ficción: la primera es que todos los problemas del PSOE pasan por una conspiración de la derecha y la ultraderecha para sacarle de La Moncloa, estrategia que implica a jueces, empresarios, medios de comunicación y, por supuesto, partidos de la oposición. La segunda es que no existen Aldama, ni Ábalos, ni Koldo ni el fiscal general investigado y que Begoña Gómez, José Antonio Griñán, Manuel Chaves y Magdalena Álvarez han tenido actitudes dignas de aplauso. Y la tercera es que en el PSOE no hay discrepancias internas. Ilusiones que no impiden atisbar una realidad más cruda: para subsistir, Sánchez ha decidido profundizar en su estrategia de levantar no un muro contra «la derecha y la ultraderecha», sino una muralla que ya rodea el perímetro de La Moncloa. Un búnker.
Cerrado el congreso federal, es el momento de someter a este plan a las federaciones socialistas. Sánchez quiere tener a todos los secretarios generales a la orden, sea Page, sea Tudanca, sea Lambán o incluso Adrián Barbón. Las federaciones socialistas tienen un máximo de 90 días para celebrar sus congresos y en el federal que concluyó ayer se renovó el matrimonio de Sánchez con la militancia, a la que utiliza a su antojo cuando algún barón o baroncete amenaza con sacar los pies del tiesto. Por eso tanta épica, por eso se escuchó ayer en el plenario un «Ánimo, Pedro» cuando él dijo que se ha planteado abandonar para no hacer sufrir a su familia. Esa victimización le ha dado resultado y no va a renunciar a ella.
Aún así, no será fácil imponerse porque, como comentaba ayer a este periódico un importante dirigente regional, «donde no hay poder habrá batalla». Y eso afecta a once federaciones: todas aquellas en las que no se gobierna salvo Madrid, como bien sabe Juan Lobato, al que no se le ocurrió mejor forma de salvarse de la crisis que iba a abrir la publicación en ABC de su visita al notario que acudir a abrazarse con su asesino. En la jornada inaugural, Santos Cerdán no dudó en enseñar a la prensa en su teléfono los mensajes intercambiados con Lobato para consensuar el comunicado que sería su sentencia de muerte. O estás conmigo o estás contra mí. Así se las gasta este PSOE y así da o quita la vida el líder del Partido Socialista. Parafraseando el título de la magnífica novela de Javier Marías, el jefe del PSOE ha enviado este fin de semana un mensaje muy claro a quienes quieran disputar los liderazgos a sus candidatos: «Mañana, en la batalla, piensa en mí». Y en Lobato.
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