40 aniversario de la primera victoria del PSOE
Los diez pasos de González hasta la victoria de 1982
Se cumplen cuarenta años de la histórica victoria del PSOE con una mayoría absoluta de 202 escaños, un resultado nunca repetido
De Felipe a Sánchez: adiós a todo aquello
El PSOE verdadero, por Ignacio Camacho
Como toda gran victoria electoral, y como todo gran liderazgo político, el hito de la mayoría absoluta del PSOE en 1982, del que estos días se cumplen 40 años, es el final de un proceloso camino, jalonado de otros hitos no menores. El resultado ... de múltiples batallas partidistas, rivales derrotados por el camino y de momentos en los que los protagonistas parecieron quedarse en la cuneta. Los de esta historia son dos jóvenes estudiantes universitarios que se conocieron en la Facultad de Sevilla durante el tardofranquismo, Felipe González y Alfonso Guerra, y que en poco más de una década conquistaron el cielo político, con una mayoría para gobernar (202 escaños) que luego nadie ha repetido en la historia democrática.
Por el camino tuvieron que descabezar a un PSOE liderado aún desde el exilio; verse a escondidas con los dirigentes de la derecha que pilotaron la Transición y con miembros del aparato del Estado; absorber a todas las siglas socialistas que, ya en democracia, les disputaban parte de su espacio; decir adiós al marxismo entre fuertes resistencias internas; presentarle una moción de censura a Adolfo Suárez para perderla pero poder salir en televisión; tirarse al suelo en cuanto sonaron los primeros disparos del golpista Tejero y simular que estaban contra la entrada de la OTAN llevada a cavo por Leopoldo Calvo-Sotelo, cuando en realidad eran unos fervientes atlantistas. Diez fueron los pasos fundamentales de un dúo político que marcó una época, y que dirigió los designios del PSOE hasta la segunda mitad de los años noventa.
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OCTUBRE DE 1974
Congreso de Suresnes
Fue en otro octubre como el de 1982, pero casi una década antes, cuando Felipe González resultó elegido secretario general de un partido que aún vivía en la clandestinidad bajo la dictadura. La leyenda cuenta que se eligió a Isidoro, aunque en realidad González no tuvo nunca propiamente nombre clandestino, como era habitual en los dirigentes del antifranquismo. Algo que pasmó a su antecesor en el cargo, Rodolfo Llopis, el socialista masón al que los dos jóvenes sevillanos descabezaron y que terminó fundando el PSOE Histórico, una formación que fracasó rotundamente cuando llegó la democracia.
En el verano de 1969, González y la que fue su primera mujer, Carmen Romero, también militante socialista y andado el tiempo incluso diputada, pasaron su viaje de novios en el país vecino para conocer a la organización del partido en el exterior. Llopis, con el que nunca congeniaron, le preguntó a González por su nombre de guerra y Romero, improvisando en base a una broma familiar, se sacó de la manga aquel Isidoro que haría fortuna. El desprecio de González por los ritos de la clandestinidad era tal que en un congreso anterior al de Suresnes, celebrado en Tolouse en 1970, se atrevió a retirar una cortina que, por orden expresa de Llopis, cubría a quien en ese momento pronunciaba un discurso ante el cónclave. El conflicto entre ambos era el clásico que se produce en cualquier organización clandestina entre los militantes del exterior, con una idea más idealizada de la lucha política, y los del interior, más apegados a la realidad del país y por ello más posibilistas en su acción política. A lo que se sumaba el recelo de González hacia los dirigentes de la generación de la guerra, lo que incluía también al histórico líder comunista, Santiago Carrillo.
Ya en Suresnes, su elección se produjo por descarte, o eso ha sostenido siempre González. Y ciertamente la clave de esa designación fue que su amigo y mentor Nicolás Redondo, el histórico líder de la hermana Unión General de Trabajadores (UGT), renunció a liderar el partido, pese a ser el dirigente que más consenso suscitaba. Junto a él completaban un grupo de influyentes dirigentes vascos -el lugar donde mayor masa militante tenía el PSOE, que apenas contaba con 3.000 afiliados entre los de fuera y dentro de España- Ramón Rubial, Enrique Múgica, un joven abogado que procedía del Partido Comunista de España (PCE) y que decidió afiliarse al PSOE en la cárcel y Eduardo López Albizu, el padre del actual portavoz parlamentario del Grupo Socialista y exlehendakari, Patxi López.
La estrella invitada de aquel congreso fue el líder del Partido Socialista de Francia, Francois Miterrand, que llegaría a la presidencia de la República casi a la vez que González a La Moncloa, y abandonaría el poder apenas un año antes, mediada la década de los noventa. González fue elegido por abrumadora mayoría de más del 90 por ciento de los delegados. Estaría casi un cuatro de siglo liderando el PSOE.
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15 DE JUNIO DE 1977
El liderazgo de la oposición
La Transición española tuvo un ritmo vertiginoso, como prueba que aquel imberbe Isidoro del 74 no tardó ni tres años en convertirse en el primer líder de la oposición de la recién estrenada democracia. El 15 de junio de 1977, apenas año y medio después de la muerte de Franco, se celebraron las primeras elecciones en España. La reforma política emprendida por Adolfo Suárez en 1976 y la legalización del Partido Comunista de España (PCE) la Semana Santa del 77, entre fuertes presiones de los sectores involucionistas del Ejército, posibilitaron unos comicios libres que alumbraron unas cortes constituyentes con plena legitimidad democrática. Empoderados como nunca en décadas, los españoles eligieron a sus representantes, y contra muchos pronósticos previos, ni el PCE de Carrillo, la fuerza hegemónica del antifranquismo, ni la Alianza Popular (AP) de uno de los más rutilantes políticos jóvenes del tardofranquismo, Manuel Fraga, obtuvieron los apoyos mayoritarios, que recayeron en la Unión de Centro Democrático (UCD) de Suárez, con un 34 por ciento de los sufragios, y en el PSOE, con casi un 30 por ciento de los apoyos.
El PCE y AP quedaron ambos por debajo del 10 por ciento y el Partido Socialista Popular (PSP) del viejo profesor Enrique Tierno Galván, que competía en el mismo caladero que González, obtuvo seis escaños con casi el 5 por ciento de los votos. González y su inseparable Guerra siempre tuvieron la intuición, y no se equivocaron, de que Carrillo y Fraga fracasarían en las urnas. Les veían como personas de la generación de la guerra y que no daban bien en televisión, el medio emergente que era la única vía de llegar a las masas. Todo lo contrario que Suárez y González, ambos jóvenes y telegénicos. Así se lo explicaban González y Guerra al director del SECED, como se llamaban entonces los servicios secretos, Andrés Casinello, y al director de información de la Inteligencia, José Faura, con los que se veían a menudo en secreto durante la Transición, y de cuyas conversaciones grabadas existe copia manuscrita en los fondos documentales de la Fundación Felipe González. «Fraga no resiste la televisión, que va a ser importantísima en las elecciones. Cada minuto de televisión es un millón de votos, y Fraga no resiste un minuto contrapesado con alguien que sepa mantener la sonrisa y la calma» sentenciaba González a sus interlocutores, sobre quien luego sería el primer jefe de la oposición que tuvo enfrente como jefe del Ejecutivo y andado el tiempo presidente de la Xunta de Galicia. A partir de los comicios del 77 una cosa quedó clara: solo había una alternativa a Suárez, el primer presidente de la democracia, y esa no era otra que González y el PSOE.
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1977/1978
Pactos de La Moncloa y Constitución
La legislatura constituyente de la democracia consolidó la democracia, con unos Pactos de La Moncloa entre los partidos y los agentes sociales para hacer frente a una situación económica con muchas similitudes con la actual. La crisis del petróleo golpeó a España, con unas tasas de inflación en dos dígitos que suponían una dificultad añadida a la Transición.
Aquella legislatura inaugural también dio luz verde a la ley de Amnistía en 1977 y creó la comisión que redactó con la Constitución, con ocho ponentes y dos negociadores en la sombra, el entonces vicepresidente de la UCD, Fernando Abril Martorell y el número dos del PSOE, Alfonso Guerra. González participó de todos esos consensos, pero no se privó de poner en práctica una durísima oposición de desgaste a Suárez. Olía cerca el poder, pero aún tendría que esperar un lustro para alcanzarlo, y una tarea esencial para ello era absorber a todo el espacio socialista que aún no se cobijaba bajo sus siglas.
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1978
Absorción del PSP
En las citadas conversaciones secretas de González y Guerra con los responsables del servicio secreto, el primero llegó a definir al PSP de Tierno como «un club político». Un menosprecio a una formación que sin embargo llegó a obtener un grupo parlamentario propio en las primeras Cortes democráticas. En las mismas conversaciones, los dos mandatarios del PSOE bramaron contra la legalización del PSOE Histórico, la escisión de Llopis, algo que llegaron a considerar una traición de Suárez dentro de las negociaciones para la Transición. Finalmente aquel partido pasó con más pena que gloria, tras reconocer la Internacional Socialista al PSOE renovado de González, pero no así el PSP, con el que se impuso negociar una absorción. La operación se cerró en mayo de 1978 y todos los diputados, salvo el célebre Raúl Morodo, pasaron a integrar el Grupo Socialista, mientras que Tierno se garantizó la candidatura a la alcaldía de Madrid, de la que fue el primer regidor democrático.
Al PSP pertenecían dirigentes que luego hicieron fortuna en el PSOE, como José Bono, José Blanco o el hoy ministro de Cultura, Miquel Iceta. González logró ampliar la base militante y simpatizante ocupando todo el espacio de la izquierda salvo el del PCE. Un paso más, e importante, en el camino hacia La Moncloa. Sin embargo, las segundas elecciones generales, celebradas en marzo de 1979, supusieron un jarro de agua fría a las aspiraciones de González. Creyó que era su momento, pero aunque mejoró ligeramente el resultado de dos años antes, con tres escaños más, Suárez logró resistir con 168 escaños. Desde aquella visita iniciática a Llopis en Francia muchas cosas habían cambiado en el PSOE, pero aún quedaba un tabú ideológico por romper.
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1979
Adiós al marxismo
«No se puede tomar a Marx como un todo absoluto, no se puede, compañeros. Hay que hacerlo críticamente, hay que ser socialistas antes que marxistas». El correctivo a los delegados del XXVIII Congreso del PSOE, celebrado en la primavera de 1979, establecía los términos exactos del órdago lanzado por González a sus bases. El PSOE, cada vez más influido (algunos dirían que incluso tutelado) por el SPD alemán, quería completar su viaje al centro de la socialdemocracia, y las referencias marxistas en el ideario sobraban. Si eso no se aceptaba, serían otros los que tendrían que hacerse cargo del partido.
El sector más a la izquierda se revolvió y logró que su ponencia pro marxista ganase. González dimitió, consumando su órdago. Pero pronto los críticos se dieron cuenta de que sin líder no iban a ningún lado. En septiembre se convocó otro congreso extraordinario, el XXIX, en el que casi por aclamación González volvió a la secretaría general y el partido apeló al «socialismo democrático», enterrando para siempre el marxismo. Seis meses antes, Suárez había logrado la victoria en las elecciones apelando al voto del miedo frente un PSOE que situó en la izquierda más radical. González entendió que debía seguir caminando hacia el centro si quería sucederle en La Moncloa, y de ahí esa maniobra de riesgo con la que su liderazgo salió finalmente reforzado.
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1979
Ayuntamientos socialistas
Antes de la renuncia definitiva al marxismo y de la salida por unos meses de González de la secretaría general, tuvieron lugar en abril las primeras elecciones municipales. Y el PSOE obtuvo su primer gran triunfo electoral. Es cierto que la UCD se mantuvo como la formación con más votos, un 30 por ciento, pero los socialistas se les acercaron más que nunca con un 28 por ciento de los sufragios y, gracias a un acuerdo preelectoral con los comunistas, se hicieron con el gobierno de las principales ciudades del país. Enrique Tierno Galván fue alcalde de la capital, Narcís Serra de Barcelona y Valencia, Zaragoza, Sevilla o Málaga fueron socialistas. En total, el PSOE se hizo con el bastón de mando en 23 capitales, por 20 de la UCD. Se empezaba a atisbar un vuelco político.
7
1980
Moción de censura contra Suárez
La televisión (entonces solo existía TVE) era la gran obsesión de González, el terreno donde sabía que se jugaba el combate político y en el que, aunque no le faltaban cualidades, tenía un rival de altura en Suárez, que a su telegenia casi innata se sumaba su experiencia pasada como director general de Radio Televisión Española (RTVE). En aquella época, era muy difícil aparecer por la pequeña pantalla, que ya se había impuesto como un electrodoméstico indispensable en la inmensa mayoría de los hogares.
Por eso, González decidió presentar la primera moción de censura de la democracia, y como todas las que vinieron después (salvo la de Pedro Sánchez frente a Mariano Rajoy en 2018) sabiendo de antemano que no tenía ninguna posibilidad de ganarla, por pura aritmética parlamentaria. Pero el líder de la oposición no buscaba una victoria parlamentaria, sino de imagen. Quería que los españoles le vieran en acción, y le visualizaran como una alternativa a Suárez. El presidente del Gobierno, ya para entonces muy cuestionado por propios y extraños, decidió no comparecer en el debate, algo que permite el reglamento, y encomendó la respuesta a sus ministros, confiado tal vez en que González se perdería en el marasmo de datos técnicos de los miembros del Gabinete de la UCD. La impresión general, en cambio, fue que el presidente había cedido terreno frente a su rival, que pudo disfrutar de más minutos de televisión que nunca.
8
1981
23-F (Casi) Todos al suelo
Solo tres de los 350 diputados del Congreso desobedecieron la célebre orden, pistola en mano, del coronel Antonio Tejero Molina, aquél «¡al suelo todo el mundo!». Suárez, su vicepresidente el general Antonio Gutiérrez Mellado, que con su traje de militar se encaró airadamente con los golpistas, y Santiago Carrillo, que permaneció sentado en su escaño del gallinero del Hemiciclo. González y Guerra y los restantes 345 parlamentarios se echaron al suelo y, como se aprecia en las imágenes que RTVE pudo captar hasta que los militares sublevados cortaron las cámaras, no se levantaron hasta mucho tiempo después.
Ambos fueron luego sacados del hemiciclo junto al resto de líderes políticos del momento, los mismos que apenas horas después, y desbaratado el intento de golpe de Estado tras el mensaje del Rey en defensa de la Constitución, se reunieron de manera extraordinaria con Juan Carlos I en el Palacio de la Zarzuela. La asonada interrumpió la sesión de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, el hombre elegido para suceder a Suárez tras su dimisión. La UCD comenzaba a erosionarse de manera irreversible y a esas alturas no parecía que nada pudiera interponerse en el camino de crecimiento electoral del PSOE que terminaría llevándole al poder.
9
1981
OTAN, de entrada no
El mandato de Calvo-Sotelo fue muy breve, apenas año y medio, pero suficiente para implementar una decisión histórica, la entrada de España en la OTAN, que no por casualidad se produjo después del intento golpista de Tejero. El González que había para entonces abandonado el marxismo y moderado sus aristas más izquierdistas mantuvo, sin embargo, una rotunda oposición a la entrada en la Alianza Atlántica, uno de los grandes banderines de enganche para buena parte del electorado de la izquierda, en un mundo aún bajo la bipolaridad que representaban EE.UU. y la URSS. Unos años después de llegar al Gobierno, y referéndum mediante, González se desdijo de sus promesas y sacó el convencido atlantista que llevaba dentro. Pero para las generales del 82, y aun con todo remando a su favor, evitó correr el riesgo de expresar al electorado sus verdaderas intenciones.
10
1982
La foto del Palace
El célebre periodista José Luis Martín Prieto, entonces cronista de El País, fue el único testigo periodístico que acompañó a González aquel 28 de octubre del que ahora se cumplen 40 años. El líder socialista pasó la jornada en casa de su amigo Julio Feo, uno de los primeros asesores políticos modernos de España y hombre clave en la campaña electoral. Cuando a la hora del almuerzo la hija pequeña del anfitrión le preguntó a Gónzalez, antes de poner la mesa, «¿cuántos vamos a ser?», el líder del PSOE contestó con apabullante seguridad: «Doscientos en el Congreso y ocho en la mesa». Falló por dos parlamentarios, pues fueron finalmente 202, pero clavó la gran victoria de su carrera política.
Aquella que, como estos días ha recordado ante Pedro Sánchez, quizás como una advertencia al actual presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, se produjo «más allá de las fronteras de nuestros votos». Nunca los socialistas, ni ningún otro partido, han logrado un apoyo similar. Casi uno de cada dos votantes (el 48 por ciento) le dio su respaldo y así surgió un grito que haría historia: «Oa, oa, oa, Felipe a La Moncloa». En el citado acto de hace unos días con Sánchez, en el que ambos inauguraron junto a José Luis Rodríguez Zapatero una exposición sobre aquel triunfo electoral, González confesó sus emociones de aquella noche: «Estaba abrumado. No digo asustado, pero sí abrumado por una responsabilidad que me desbordaba por edad [tenía 40 años] y por experiencia, pero que asumí». El resto es historia.
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