La trashumancia como terapia: «Aquí salimos de nuestra burbuja»
Durante un mes, cuarenta jóvenes que superaron largas enfermedades conocen en la comarca leonesa de Babia una práctica que se extingue
La iniciativa sirve también para poner en valor la ganadería extensiva y la labor de los perros de pastoreo
El pastor que recorre 600 kilómetros de Cáceres a León con 1.550 ovejas
Nemesio, el pastor, con uno de los participantes de este campamento
Al noroeste de la provincia de León se encuentra uno de los paraísos naturales de los que aún puede presumir la Península Ibérica. Reserva de la Biosfera desde hace veinte años, sus escarpados macizos montañosos, extensos pastizales en los valles, riachuelos de agua transparente ... y frondosa vegetación hacen de la comarca de Babia un enclave único. En ella se detuvo el tiempo, y que sea difícil encontrar un punto donde haya cobertura móvil no es la única prueba de ello. Todavía es frecuente ver pasear por la zona pastores trashumantes con sus rebaños de ovejas merinas.
Este idílico lugar nada tiene que ver con el primer sitio donde se cruzaron José Antonio y Nico cuando el primero se estaba tratando de un Sarcoma de Ewing en la pelvis. El destino ha querido volver a juntarlos para vivir una experiencia que ya saben que no olvidarán. Estos jóvenes participaron la semana pasada en la iniciativa 'Aventura Trashumante', que desde hace seis ediciones acoge la parte más occidental de la Cordillera Cantábrica, en la provincia leonesa.
La iniciativa, impulsada por la asociación Maratóndog con el respaldo de la Diputación de León y la empresa Natura Diet, persigue un doble objetivo. Por un lado, que jóvenes y adolescentes que han superado una dura enfermedad conozcan una práctica ancestral a punto de desaparecer como es la trashumancia, Patrimonio de la Humanidad desde diciembre de 2023, y de paso ganen confianza en ellos mismos. Por otro, poner en valor la ganadería extensiva y la importante labor que desarrollan los perros en la protección de los rebaños, cada vez más amenazados en esta zona por lobos -y a veces osos-.
«La mayoría de los chavales que llegan han superado su enfermedad, aunque algunos de ellos siguen con algo de medicación», explica Manuel Calvo, impulsor de esta iniciativa que cree que «ayuda tanto a los chicos como a sus padres a romper esa burbuja que por razones obvias se crearon».Por muchas razones, 'Aventura Trashumante' no es un campamento al uso. «Estamos en plena naturaleza» y quienes participan saben que la hoja de ruta «cambia casi diariamente». «Que ellos mismos vean que pueden hacer lo que cualquier chaval de su edad es una liberación para ellos».
En La Cueta, la localidad más alta de la provincia y cuya población no llega a una decena de habitantes, disponen del 'campamento base'. Allí cuentan con un caserío -por si el tiempo no acompaña- y tiendas tipi para dormir. Es el lugar que utilizan también para hacer actividades relacionadas con el proceso natural de la producción de lana como el esquilado, lavado, cardado, hilado, teñido... Propuestas que suelen gustar a los chicos, aunque si tuvieran que elegir una de las realizadas a lo largo de la semana, Manuel se muestra seguro de que serían las horas compartidas con Nemesio, el pastor trashumante con el que se cita cada grupo en lo alto de la montaña.
«Historias de osos y lobos»
De 56 años, este leonés lleva desde los 12 sin separarse de las ovejas. Como cada año, el pasado junio llegó con su rebaño a Babia, donde permanecerá hasta que en octubre la bajada de las temperaturas le obliguen a regresar al municipio leonés de Mansilla del Páramo, donde reside en invierno. «Allí estoy a gusto, pero a mí lo que me gusta es la montaña. Es especial. Me transmite tranquilidad. ¡Me encanta cuando puedo escuchar en ella los cencerros de mis ovejas! Abajo, se los quitamos a todas», relata al otro lado del teléfono el pasado lunes, horas antes de recibir a los chavales. Tiene a su cargo 1.600 corderos y en el tiempo que lleva de pastor trashumante «los lobos sólo me han matado una oveja. Fue hace tres veranos».
Y no porque la presencia de los cánidos no sea frecuente. «El grupo de chicos que vino la pasada semana fue testigo de un ataque por la noche y vieron cómo trabajan los perros -tiene once mastines-. Se enteraron de todo». Aún así, no cree que pasaran miedo: «¡Estos rapaces no saben lo que es eso con todo lo que han vivido los pobres!».
Cuenta también Nemesio que son sus «historias de lobos y osos» lo que más les gusta oír a los jóvenes. «El otro día vino un chico que se quería quedar conmigo. Me cayó muy bien. Tenía problemas de corazón. Le puse la mano en el pecho y noté que le latía a gran velocidad. Creo que si no fuera por ello, podría llegar a ser un pastor bueno», explica. Y es que ante todo, «este trabajo tiene que gustar». «A mí, aún gustándome, hay veces que pienso qué necesidad tengo de seguir viviendo así, pero son diez minutos y se me pasa».
Algunos de los mastines que cuidan del rebaño junto a otro de los participantes
Tal es su entusiasmo, que aunque ya podría estar prejubilado no ha pensado nunca en dejarlo. Lo 'aparcó' una vez cuando aún era joven «para trabajar en una empresa». Le duró un año. Enseguida volvió a lo suyo. «Cuando tenga 65, si me encuentro un poco bien, espero seguir con ello. Lo llevo muy dentro».
Nemesio es uno de los «aproximadamente doce» pastores que estos meses se encuentran «entre Babia y Luna». A veces recibe en el chozo la visita de su hijo mayor, de 24 años. «Viene para estar conmigo un par de días. Esto le gusta, pero me dice que no tener descanso ningún día no es vida». Por ello, a este pastor le encanta participar en un proyecto que rompe su rutina diaria.
Mientras hablamos con Nemesio, en el 'campamento base' contaban las horas el lunes para encontrarse con él. Entre ellos, José Antonio, un sevillano de 18 años que repite experiencia. «Intentamos que los chicos que vengan sean nuevos, pero él nos insistió en que quería participar otra vez. Es un chaval excepcional y sabemos que para él tiene muchos beneficios estar en contacto con la naturaleza», detalla Manuel.
Aunque en sus primeras ediciones 'Aventura Trashumante' estaba destinado exclusivamente a jóvenes que hubieran pasado procesos oncológicos, este año están participando chicos con otras patologías como las enfermedades raras. Desde el pasado 10 de julio y hasta el 10 de agosto pasarán por el campamento 40 jóvenes. Para llegar a ellos, Manuel contacta con distintas asociaciones de enfermos. Al principio procedían principalmente de Andalucía -el organizador es malagueño-, pero cada vez es más variopinto el origen. Dice que una cosa que les llama la atención es «ver las condiciones tan duras en las que viven los pastores. Estamos en el siglo XXI, pero este tipo de ganadería no ha evolucionado mucho».
Lo resalta también José Antonio, que llegó a 'Aventura Trashumante' través de la Asociación de Padres de Niños con Cáncer Andex. De esta experiencia valora que le permite salir de lo que llama su «zona de confort». «Cuando pasas una enfermedad como la que tuve yo -padeció un sarcoma de Ewing- aprendes a valorar más las cosas. Venir a un sitio como este te permite desconectar del día a día. No usamos móviles. Es un alivio para nuestra mente y nos permite salir de la burbuja en la que solemos vivir».
Opina también así Georgina. Llegó de Cantabria. Tuvo un tumor cerebral a los 9 años. Ahora ya tiene 17. «Al estar con niños que han pasado lo mismo ves otros puntos de vista, otras perspectivas de cómo lo afrontaron. Aprendes». De esta experiencia está segura de que se llevará «muchos amigos» y también sabrá más sobre «el cambio climático». Siente que se esté perdiendo una tradición tan ancestral como la trashumancia «porque es muy duro y no encuentra relevo. Habría que hacer algo».
A Julen, un navarro de 17 años con narcolepsia, lo que más le gusta es el entorno: «Sobre todo, me ayuda a conectar conmigo mismo. A estar más calmado, relajado y a dejar de pensar en esas cosas que día a día nos supone la enfermedad». Opina que la experiencia le va a «enriquecer mucho». La recomendaría «al cien por cien».