Segunda vuelta

Nuestra clase política sigue anclada en las dos Españas. Es incapaz de liderar una transversalidad sin el lastre de las siglas. Había dos formas de afrontar los parlamentos fragmentados, la ausencia de mayorías absolutas y la intención de los partidos minoritarios de ser las termitas de la arquitectura constitucional de 1978. La primera era agarrarse a los principios para derribar el muro izquierda-derecha y sustituirlo por el eje constitucionalistas-independentistas. Aquello que llamaron la 'gran coalición' inspirándose en otras experiencias europeas y que no aguantó dos telediarios. La segunda suponía que los dos grandes partidos optaran por escarbar más hondo las trincheras para abocar cualquier gobierno municipal, autonómico y nacional al chantaje total de las minorías y los extremos. Y en esto llevamos un par de legislaturas.

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Resulta inútil, y hasta pueril, proponer una España con acuerdos de gobierno entre PP y PSOE (si seguimos aceptando que ambos son constitucionalistas y protegen la igualdad entre todos los españoles) que cerraran el paso la extrema izquierda, la extrema derecha y los independentismos insolidarios. No valemos para eso. La solución es una reforma constitucional que cambie la Ley Electoral. No para evitar elecciones en agosto como propuso Feijóo si no para instaurar una segunda vuelta que impida el secuestro de la mayoría. Esto ya no va de incomodidad, va de supervivencia. Pero exige al menos el mismo nivel de acuerdo que aquella 'gran coalición' imposible. PP y PSOE como causa y solución del problema. Esperemos que nos quede España el día que se den cuenta.