ruido blanco
El guía ciego
Se convirtió en un intérprete cultural indispensable y todos querían disfrutar de esa visita a priori imposible
Europeas a la española
El chantaje siguiente
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A la vida hay que enfrentarse de cara. Resulta sencillo decirlo para alguien que, por fortuna, todavía no ha sufrido desgracias inasumibles ni alguno de esos zarpazos violentos a los que el destino acostumbra. Pero por si llega ese día que, por desgracia, es más ... probable que suceda a que se ausente conviene prepararse observando la resistencia de otros ante la adversidad. Hasta que nos sorprenda la muerte, la muerte sorprende incluso a los que ya la barruntan, no hay barreras imposibles de superar para un ser humano empecinado en seguir adelante.
Uno de los casos más singulares de nuestra historia es el de Cornelio Burgos, el guía ciego de El Escorial del siglo XIX. Un pionero en entender la verdadera naturaleza del arte. De enseñar el espectacular monasterio se encargaban tradicionalmente los religiosos. El padre Guadalupe fue uno de los más afamados y sus detalladas descripciones las fue aprendiendo de memoria el hijo del administrador del convento. Aquel chaval hizo de El Escorial su patio de juegos, su escuela y su biblioteca. Pocos lugares en el mundo pueden proporcionar tanta sabiduría sin rebasar sus muros históricos, imperiales, artísticos, exotéricos, religiosos y reales. Así que Cornelio era un sabio inesperado, un erudito por imitación que se quedó ciego a los veinticuatro años. Tuvo que dejar su oficio de sastre y se dedicó a acompañar hasta el monasterio a los viajeros que se alojaban en una fonda del municipio. La ceguera no le impedía recorrer los laberintos de pasillos y estancias que tenia grabadas con todos sus rincones y anécdotas. Al morir el padre Guadalupe fue Cornelio el que se encargó de las visitas al monasterio en un ejemplo de superación que recogen varios libros de la época. El singular guía ciego de El Escorial fue tenor mudo, guitarrista manco, profesor analfabeto y sexador sin tacto. Aún así se convirtió en un intérprete cultural indispensable y todos querían disfrutar de esa visita a priori imposible. A la vida hay que enfrentarse de cara. Cuentan que Cornelio se enfadaba si alguien le corregía por no estar delante del cuadro que explicaba.
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