«Al entrar parece que renuncias a muchas cosas pero no es así»
Álvaro, Gonzalo y Simón explican a ABC por qué se forman para ser sacerdotes
Seminarios, la vocación de resistir

Casi se ofenden ante la pregunta de si no se consideran un poco 'bichos raros' en una sociedad cada vez más secularizada donde los sacerdotes parecen estar condenados a su desaparición. Ellos se ven como tres jóvenes normales, que han pasado por su etapa ... de estudiantes e, incluso, han adquirido experiencia laboral para después de un periodo intenso de discernimiento decidir ingresar en el Seminario mayor de Valladolid. Álvaro Mata, Gonzalo Fernández y Simón Brandt son los tres nuevos inquilinos de un centro en el que se forman actualmente nueve jóvenes. Han llegado después de un proceso en el que, «si eres sincero contigo mismo, acabas por encontrar lo que buscas», confiesa Álvaro (25 años y diplomado en ADE), quien está convencido de que ha decidido dar el paso porque «ser sacerdote es lo que Dios me pide».
Un poco más largo fue el camino recorrido por Gonzalo, que ya el año pasado tomó la decisión de «dejarlo todo y llamar a la puerta del seminario». Con estudios superiores de administración y después de una experiencia laboral en distintas empresas, empezó a visitar el centro de formación durante el curso anterior para convertirse en el actual en seminarista a todos los efectos. «Es lo mejor que he hecho en mi vida», asegura, y recuerda que han sido «muchos años dándole vueltas, así que cuando dices que sí te quitas un peso de encima». Hasta ahora, su relación con la Iglesia no iba más allá de su pertenencia a una cofradía.
Simón Brandt es un venezolano de 31 años que llegó a Valladolid en 2017, donde ya residían su madre y su hermana, «buscando una vida mejor». Trabajaba en la hostelería pero, en 2019, «tuve un encuentro con el Señor, en un retiro de Emaús en Madrid, y empecé a acercarme a la Iglesia», relata, aunque «después me volví a alejar, pero ya había sembrado la semilla, así que volví y en 2023 ya pensé en el seminario».
Si en algo coinciden los tres es en explicar con total naturalidad el paso dado. «Ni rechazo», ni se consideran «personas especiales», y con la seguridad de que han tomado una decisión «con la cabeza bien alta». También comparten que no han llegado después de una experiencia profunda de fe o de compromiso con la Iglesia, aunque Álvaro segura irónico que «evidentemente, no he sacado al Che de mi habitación para meter a la Virgen». En todo caso, ninguno encontró reparos en la familia. «Quizá un poco de sorpresa, pero la opción fue muy bien acogida», afirma Simón.
No les gusta demasiado hablar de un pasado en el que vivieron como cualquier joven. Ahora, cuando ha comenzado su preparación para ser sacerdotes, son conscientes de que están obligados a algunos sacrificios y es cuando sale a colación el polémico celibato. Pero Álvaro zanja de raíz el asunto: «Tú, como madre, también has tenido que hacer muchos sacrificios y renunciar a cosas». Para Gonzalo, incluso, «el celibato es un don». Algo que ratifica Simón, para quien, «aunque sea un sacrificio, el saldo es positivo». Además, insisten, «al entrar en el seminario parece que renuncias a muchas cosas pero no es así». Prueba de ello, como lo certifica el rector del seminario, Fernando Bogónez, es que tienen libertad absoluta para salir y entrar del centro, así que la opción de irse una noche de fiesta está ahí, si bien los tres la rechazan porque en este momento de sus vidas no es algo que les resulte atractivo.
Sonríen y resoplan cuando se les anima a pensar en ese día en el que ya sean ordenados sacerdotes. Sólo Gonzalo, el mayor, tiene claro hacia dónde quiere orientar su vocación: «Me gustaría ir a un pueblo, a una parroquia rural. Creo que allí se puede ayudar mucho y hacer mucho bien». Para Simón, ahora toca «vivir al máximo cada día y ver la voluntad del Señor».
Ha transcurrido más de un mes desde que ingresaron en el Seminario de Valladolid y el balance no puede ser más positivo. Transmiten serenidad y, sobre todo, la convicción de haber tomado una decisión difícil pero segura. Ahora, comparten su vida con otros seis seminaristas. «Te acompañan y nos han recibido muy bien desde el minuto uno», dice Gonzalo, quien reconoce que «te ríes mucho». «Ha sido un primer mes excelente en un ambiente de fraternidad y amor a Dios», añade Simón.
Tras finalizar la conversación, los tres jóvenes se apresuran a recoger los restos del café mañanero con el que hemos acompañado la conversación en una sala de estar del seminario. Vuelven al estudio en sus habitaciones (dan clases de Teología), todas confortables y modernas, en un mismo pasillo –no hace muchos años que se acometió una amplia reforma– donde también cuentan con una coqueta capilla. Sus jornadas transcurren entre clases, oraciones, mucha formación y también ocio con el objetivo de ser sacerdotes.
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