VÍA PULCHRITUDINIS
Raros y normales
Han dejado a un raro ser el jefe de los normales, una rara avis que visita presos, pide paz en todas las guerras y habla con esos raros que piden papeles para pagar a la Seguridad Social
Feijoó mató a Manolete
Poco importa la cadena de televisión, el barrio, el bar o la calle a la que mires. Siempre hay raros y normales. Gentes que por la mañana se levantan pareciendo no tener madre que les diga dónde van así. Los raros se sienten orgullosos, ... únicos, excepcionales, rebeldes, guapos, progres, morantistas, libres, atados a su singular excepcionalidad de grupúsculo con afán de reconocimiento público, ahora lo llaman mayoría social. Mientras tanto, los normales deambulan por el centro de la calle, miran y no gustan de ser mirados. Son gentes de bien, de toda la vida, anclados en un conservadurismo de pandereta y clarete con gaseosa, algunos hasta tienen clase heredada aunque sean pobres, es normal que quieran que todo siga igual o, mejor aún, que todo siga como antes.
Los raros recurren a lunáticas cruzadas para sentirse suficientemente excluidos, apartados, siempre víctimas. Hablan de Gaza ataviados con palestinas arcoíris, claman por una libertad homogeneizadora que sirve siempre y cuando los normales no puedan ni quieran subirse a ella. Gritan contra la contaminación del mar casi tan fuerte como que nadie más grite contra ella. Viva la paz y el diálogo pero tras la victoria de los suyos porque, aunque sean pocos, tienen razón como los señores feudales en el medioevo.
Los normales se lustran los mocasines y se dan mechas caoba mientras se apuran para llegar a misa. Exigen paz con voces apagadas mientras miran para otro lado porque gritar es cosa de los raros. Quieren ejércitos, jefes que manden con voz castrense pero no a ellos, acabar con el teletrabajo y familias numerosas que no sean de inmigrantes pero comulgan mientras se sonríen de la última gracia del Papa Francisco que sigue ahí sin saber muy bien por qué. Han dejado a un raro ser el jefe de los normales, una rara avis que visita presos, pide paz en todas las guerras y habla con esos raros que piden papeles para pagar a la Seguridad Social.
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Y te subes de la calle a casa o apagas el televisor o pides la cuenta en el bar y te vas mientras piensas si sería posible un mundo de normales un poco raritos y de raros normalitos que pudieran vivir cada uno por su lado sin tirarse los trastos a la cabeza. Al fin y al cabo todos somos raros y normales pero nos cuesta un triunfo reconocerlo.
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