VÍA PULCHRITUDINIS
Flores y agua
Hemos alcanzado tales cotas de soberbia que hasta los más débiles creemos que podemos vencer a la muerte
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El puente de los Santos se presentaba magnífico. Un viernes pegado al fin de semana que convertiría la monotonía del curso en un remanso de descanso y de memoria para nuestros muertos. Un Día de los Santos como otro cualquiera, con flores en los cementerios, ... rezos a pie de tumba y recuerdos, muchos recuerdos. Un día inútil, absurdo en si mismo, porque ni las flores apaciguan la pena ni los colores resucitan muertos pero que reconforta, nos allana como seres humanos y nos recuerda que a no mucho tardar serán otros los que cojan el testigo y serán nuestros nombres en una losa de mármol los que se recordarán y se cubrirán de margaritas.
Este año las flores han seguido viajando hacia nuestros campos santos mientras otra marea de botellas de agua, palas y víveres cogían carretera hacia Valencia. Ni las palas ni el agua ni nada que desde cientos de kilómetros de distancia podamos enviar son necesarios. Ayuda en forma de latas de bonito igual de innecesarias que las flores en los camposantos pero que nos redimen con nuestra humanidad ante catástrofes como la de ahora en Valencia. Cientos de muertos en la distancia a los que no enviamos flores pero por los que rezamos con garrafones de agua depositados en un centro de recogida de ayuda.
Las administraciones y la política continuarán a lo suyo, equivocándose y acertando en un escenario para el que nadie está preparado porque hemos alcanzado tales cotas de soberbia que hasta los más débiles creemos que podemos vencer a la muerte y que lo de morir «por una tormenta» está reservado a los pobres de otras latitudes.
Este día de los Santos ha elevado la paradoja de recordar la muerte desde la vida a un evento sin parangón. Un día en el que el orden de los factores ha vuelto a su sentido original. En las primeras imágenes de la catástrofe los reporteros anunciaban emocionados que una joven eran rescatada con sus mascotas. La vida y la muerte, sólo seis días después, nos ha devuelto a hablar de muertos y sólo de muertos y de vivos sólo de vivos que, sin sentido o con él, mandan botellas de agua como quien honra a sus muertos con un ramillete de violetas. Una puñalada por la espalda que nos recuerda que el dolor y unas flores o una botella de agua son suficientes para recordarnos que somos humanos. Descansen en paz.
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