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¿Un segundo edicto de expulsión?

Hay personas que no entienden de qué nos quejamos los toledanos, si disfrutamos de una ciudad Patrimonio de la Humanidad

Un paseo por el feísmo toledano. Capítulo primero

Luis Peñalver Alhambra

Toledo

Se ha dicho que toda reflexión sobre el futuro conduce a la melancolía. Si deducimos el futuro de Toledo de su presente, las cosas pintan oscuras y tenebrosas para la ciudad del Tajo. Hay personas que no entienden de qué nos quejamos los toledanos, si disfrutamos de una ciudad Patrimonio de la Humanidad; de qué nos lamentamos, si los que tienen la suerte de vivir dentro de sus murallas es como si vivieran «una película que te hace viajar por la historia y el tiempo». Estas románticas palabras son de Tomás Alía en una entrevista que se puede leer en El Confidencial (en su suplemento Vanitatis, el espacio más cool de estilo y ocio ). Pero si pasear por Toledo es como ver una película, ¿qué papel reservaría el llamado «arquitecto de la luz» a los residentes del casco? ¿El de extras de la película? En la misma entrevista, este patrono de la Real Fundación de Toledo y miembro de la RABACHT (que además forma parte del grupo de notables elegidos por el actual alcalde para promover Toledo como Ciudad Cultural Europea en 2031), después de recomendarnos disfrutar de la noche toledana y sus inolvidables experiencias gastronómicas, afirma que le «encantaría» que las «doscientas casas palacio» en el casco histórico «se convirtieran en hoteles de lujo». Palabras que por otra parte se entienden, viniendo de un diseñador de hoteles boutique. Pero ¿en qué situación quedan los sufridos residentes de esta «peñascosa pesadumbre»?

Hay algo que cada vez se les debe hacer más evidente, señores residentes del casco histórico: ¡están sobrando! ¿Por qué no se marchan ya? ¡Váyanse a otros barrios de la ciudad, o a una urbanización de uno de los pueblos cercanos, donde seguro que no les molestará el ruido de las ruedas de las maletas sobre el empedrado toledano! Visto cómo ha desaparecido el comercio de barrio para ser sustituido por las tiendas de baratijas turísticas compradas al peso en el polígono de Cabo Calleja y que invaden la vía pública con sus expositores; o cómo las calles que conducen a sus viviendas han sido tomadas al asalto por grupos mastodónticos dirigidos por empresas de free tour; o cómo sus vecinos de toda la vida han desaparecido para ser reemplazados por personas foráneas que se alojan un fin de semana en un apartamento turístico; o cómo, en fin, el sueño de algunos residentes es sobresaltado por el vocerío de unos borrachos que salen de locales de copas a altas horas de la madrugada (sin que ninguna autoridad haga nada para remediarlo), uno se pregunta si los adalides políticos de turno, en connivencia con los grupos de poder económico, han firmado tácitamente un segundo edicto de expulsión, esta vez no contra los judíos toledanos sino contra los heroicos moradores que aún resisten en el centro histórico y a los que se les ha impuesto un triste dilema: o se marchan fuera de aquí, o se convierten. Se convierten en los comparsas de un atrezzo, pues ya no parece otra cosa esta ciudad que los vio nacer y que, como decorado que es, para nada necesitan esas comodidades que suelen facilitar la vida de los residentes, como ascensores o internet de calidad para todos los barrios de la ciudad histórica.

Puede parecer exagerado hablar de un segundo edicto de expulsión. Y sin duda lo es. Pero igual que hay muchas clases de violencia, existen muchas formas de echar a alguien de su casa. Me pregunto qué están haciendo nuestras autoridades municipales y autonómicas para impedir que Toledo se quede sin toledanos, aparte de mirar para otro lado, obviar el problema o hacer que éste se desvanezca simplemente ignorándolo. ¿Alguna vez han pisado el suelo firme de los problemas reales de los ciudadanos? ¿Quizás en alguna ocasión han entrevisto siquiera soluciones serias que procuren el bienestar de la gente? ¿Qué nos ofrecen nuestros políticos, además de ‒en felices expresiones de Sloterdijk‒ «banderitas para agitar», «pegatinas de la esperanza» y «bolígrafos del futuro» en épocas electorales? A lo sumo, dejar que las cosas sigan como están, o considerar si «el futuro de Toledo» es una inversión segura, si es que la ciudad tiene todavía suficiente futuro. El que firma este artículo (que ha vivido en el casco, que por circunstancias ahora no vive y que aspira a regresar a él alguna vez) lleva décadas con el bañador preparado desde que el que fue ayer alcalde de la ciudad y hoy presidente de la Comunidad de Castilla-La Mancha nos prometiera a los toledanos en las sucesivas campañas electorales que si lo votábamos a él nos volveríamos a bañar otra vez en el Tajo.

Por un lado están los políticos, que a veces tienen dificultades para encontrar espacios en los que se pueda hablar sin su cinismo habitual. Por otro están también los que aguardan (o aguardamos) en una retirada expectante, a ver qué pasa, pero sin interferir, dejando que las cosas sigan su curso. Generalmente son transeúntes más o menos visibles socialmente que viven a su aire, entre suspiros de nostalgia; o estetas recluidos en instituciones culturales que se dedican a sedentarias actividades artísticas e intelectuales, cuando no a ponerse medallas y a hacerse homenajes.

Esta actitud pasiva (y en cuanto tal cómplice de la situación establecida) resulta tan acorde con los tiempos como desconsoladora ¿Cómo acabará esta «película» que a nuestro diseñador e interiorista tanto le gusta? ¿Tendrán los residentes de Toledo que convertirse en verdaderos comparsas y ponerse trajes medievales? Es difícil resignarse a este triste destino de hipermercado artístico-cultural por el que una ciudad marcha por un camino que lo conducirá, si nadie lo remedia, hacia su ruina como ciudad viva y con alma. ¿Se han olvidado de algo los directores de esta «producción turística», que aspira a convertirse en 2031 en una superproducción (espero que para entonces ya haya suficientes baños públicos en la ciudad, como en todos los parques de atracciones)? Por todos los dioses, ¿se han olvidado de que aquí todavía vive gente?

SOBRE EL AUTOR
Luis Peñalver alhambra

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid

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