Por la dignidad de la profesión de guía turístico
¿Se puede hacer algo para que no tengamos que oír por boca de uno de estos guías que se han leído apresuradamente una página de Wikipedia, que El Greco está enterrado en Santo Tomé, a los pies de su lienzo más célebre, El entierro del señor de Orgaz?
Si Toledo muere
![Por la dignidad de la profesión de guía turístico](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/04/05/turismo-RHRNAt0CrEvycJqfNnbiYaI-1200x840@diario_abc.jpg)
Quosque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? Me he acordado de estas palabras de Marco Tulio Cicerón cuando paseaba por la carretera del Valle. «¿Hasta cuándo abusarás, Catilinia, de nuestra paciencia?»
Pasada la ermita, en el lugar habitual, un autobús había descargado a un nutrido grupo de turistas hispanoamericanos. Las palabras del joven guía que los acompañaba atronaron mis oídos. Señalando con una mano (con la otra sostenía un cigarrillo) las ruinas de los baños árabes de las Carreras de San Sebastián, explicó con muchas prisas que se trataba de un teatro romano recién descubierto, pero que se encontraba «fosilizado» (sic), por lo que era ya irrecuperable. Ignoro si se trataba de una de esas excursiones exprés que organizan los touroperadores (los turistas son recogidos en los hoteles de Madrid y visitan Segovia y Toledo, ¡en un solo día!, con una dilatada parada en una fábrica de souvenirs incluida), pero sentí vergüenza ajena. La sentí por los consumidores del «paquete» turístico, por supuesto, pero también por Toledo y por los guías profesionales que dan lo mejor de sí en esta ciudad. Y me acordé de Cicerón porque del nombre de este político, filósofo y orador romano proviene el vocablo «cicerone», hermosa palabra que designa a esa persona que enseña a los turistas y visitantes los monumentos, museos y curiosidades de una ciudad, explicándoles aspectos de interés arqueológico, histórico o artístico. Era proverbial la facundia del famoso orador republicano, es decir, su facilidad y desenvoltura en el hablar. De ahí que haya dado el nombre a esos cicerones que son los guías turísticos, de cuya labor depende en gran medida la imagen y el prestigio de una ciudad, sobre todo si ésta vive del turismo como Toledo.
Desgraciadamente, los últimos exámenes de habilitación para ser guía turístico en Castilla-La Mancha se remontan a 2012. Se necesitaba acreditar solventes conocimientos de historia general y de historia del arte, además de un B2 o una prueba específica al menos de un segundo idioma, para obtener la acreditación de guía oficial. Pero, ¡ay!, salió una normativa europea (la directiva Bolkestein) que liberalizaba el sector, dando a los países miembros de la UE autonomía para regularlo, lo que en nuestras tierras significó que quedaba en manos de las administraciones autonómicas. En regiones como Canarias o Aragón bastaba un ciclo de Formación Profesional para habilitarse como guía turístico. Canarias se arrepintió y dio un paso atrás, pero en Aragón la Dirección General de Turismo mantiene hasta la fecha semejante despropósito, con el agravante de que un carné obtenido en Aragón vale para cualquier otra región de la geografía española. En consecuencia, alguien con un título de FP sólo tiene que solicitar dicho carné acreditativo en la región maña y poder así trabajar, por ejemplo, en Toledo.
El desamparo y la indefensión de los guías turísticos profesionales es total. Pero éstos no son los únicos perjudicados. Los consumidores, los turistas, son las principales víctimas de esta competencia desleal, y tienen que pagar por unos servicios que no siempre alcanzan unos mínimos niveles de calidad. Digo que tienen que pagar porque la práctica del free tour no se corresponde con lo que anuncia tan libérrimo título, pues las «propinas» están estipuladas entre los 10 y los 15 euros. Los grandes beneficiarios de esta modalidad de turismo que llena de paraguas multicolores plazas como la de Zocodover no son esos jóvenes guías más o menos improvisados que intentan ganarse la vida cobrando una miseria, sino empresas locales que publicitan este tipo de servicios y, por supuesto, las grandes plataformas como Civitatis o GuruWalk.
¿Se puede hacer algo para que no tengamos que oír, verbigracia, por boca de uno de estos guías que se han leído apresuradamente una página de Wikipedia, que El Greco está enterrado en Santo Tomé, a los pies de su lienzo más célebre, El entierro del señor de Orgaz? Desde Fedeto se recuerda a las autoridades competentes que una Comunidad puede legalmente rechazar esos carnés expedidos en Aragón si no se cumple con unos requisitos mínimos exigibles. La presidenta de la Confederación Nacional de Guías de Turismo (Cefapit), Almudena Cencerrado, se ha reunido en estos días con los responsables de la Secretaría de Estado de Turismo, sin demasiadas expectativas. Por su parte, la Asociación de Guías Profesionales (APIT) de Castilla-La Mancha siempre ha luchado por un turismo sostenible, demandando al Ayuntamiento de Toledo la prohibición del uso de megáfonos, que tanto molestan a la población, así como la limitación de los grupos a un máximo de 30 personas (y ya es mucho), a fin de facilitar la vida de los sufridos residentes del casco histórico, a los que les resulta cada vez más difícil el tránsito por las estrechas calles de la ciudad. ¿Sensibilizarán a nuestros políticos del menoscabo que supone para ellos (y para la calidad de los servicios turísticos) este intrusismo intolerable? No perdamos la esperanza. Por lo que yo sé, lo máximo que se le ha podido «arrancar» hasta ahora a las autoridades autonómicas es un cierto compromiso de implantar de nuevo exámenes; eso sí, exámenes que se recomendarían pero no se exigirían a aquellos que quieran dedicarse a este hermoso oficio.
No hay nada que objetar a que un joven tenga acceso a esta profesión después de hacer un ciclo de Formación Profesional. Pero igual que no basta hacer un grado de Derecho para ser juez, no es suficiente tener un título de FP para ejercer de guía turístico profesional.
Ya sabemos que hoy el conocimiento y la profesionalidad, como el rigor y la seriedad, no son valores en alza en nuestra sociedad. Todo parece relativizarse hasta perderse en la indiferencia. ¿Tanto importa tener un saber ajustado a la realidad de los hechos históricos o artísticos de una ciudad?, ¿o disponer de esa facundia que deleita los oídos de quien escucha? Preguntémonos con Cicerón hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia los Catilina de nuestra época, que son aquellos que quieren disolver no la República, como el célebre político perteneciente a la facción de los populares, pero sí algunos de los valores republicanos en los que se sustentaba la antigua sociedad romana, valores como la responsabilidad (gravitas), la perseverancia (firmitas), la honestidad y la dignidad.
Ahora que voy paseando por una de las otrora silentes calles toledanas y me impide el paso un macrogrupo que debe rondar la cincuentena de despistados turistas, al que se ha unido una vociferante turba de jóvenes y no tan jóvenes vestidas de mamarrachas que está celebrando una despedida de soltera (dirigidas, eso sí, por un «animador» contratado por una empresa que se encarga de organizarlas, hasta ese punto llega su espontaneidad), me acuerdo de nuevo de los lamentos de Cicerón. Oh tempora, oh mores! ¡Qué tiempos, qué costumbres!
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