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Acotaciones de un oyente

Doscientos treinta y ocho segundos

El aplauso pone la confrontación en pausa y se lleva del ambiente la molesta sensación de vivir entre aire ya respirado. Porque dos que aplauden lo mismo, no se matan

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José F. Peláez

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El aplauso ocultó por un instante el sonido de nuestra decadencia. Duró doscientos treinta y ocho segundos, pero resultaron suficientes para volver a ser, de modo provisional, un país serio. La nación educada, respetuosa y decente que un día fuimos. Porque el aplauso tiene ... algo bueno: sepulta los sonidos, deja el ruido en un segundo plano y trae al frente un espejismo de unidad, la extraña sensación de lo que podríamos llegar a ser si no fuéramos lo que en realidad somos.

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