Mirar y ver
La otra carta a los Reyes Magos
Pedimos y esperamos recibir lo pedido como si fuésemos merecedores de todo
24 horas de nuevo año
La inocencia
Quiero escribir desde aquí una carta a los Reyes Magos. No voy con retraso, digo bien, «una» carta, porque «la» carta se la envié a su debido tiempo y recibí, al amanecer de la noche mágica, mucho más de lo solicitado en ella. Esta ... quiere ser una misiva de reconocimiento. Espléndidos los vimos en una cabalgata magnífica de alegría y luz que recorrió las calles de Córdoba.
Pedimos, pedimos, pedimos. Listas colmadas de innumerables deseos a la generosidad de sus Majestades. Ellos eternamente dadivosos y complacientes, ¡qué pocas veces reciben palabras de gratitud!, así es que quiero darles las gracias por lo mucho esencial que de ellos aprendemos.
Los Reyes Magos enseñan a salir de lo establecido, a estar dispuesto a jugársela por la búsqueda de la verdad. Nos enseñan a dejar lo que nos ata y a movernos hacia lo que, con sinceridad, aspiramos. Enseñan la humildad y la sabiduría de entender la luz de tantas estrellas que miramos y no vemos y a rechazar otras tan fulgurantes como falsas. Ellos nos muestran que es bueno estar en camino, porque el camino tiene siempre un propósito, algo que encontrar, un lugar al que llegar, un destino que se anhela, que el recorrido es preferible hacerlo acompañados que solos y que es mejor si somos más.
Enseñan que postrarse es reconocer la grandeza del otro, -entregan sus regalos al Niño, la realeza del oro, la divinidad del incienso y la humanidad de la mirra-, solo postrados se pierde la soberbia, la jactancia, la aspiración de dominio; solo desde abajo, sin fatuas pretensiones, se aprecia la dignidad sagrada de cada persona.
Y, postrados, nos enseñan la importancia de saber a quién adorar y cómo hacerlo: más allá de la apariencia -adoran a un niño, que es Dios-, más allá de ego -sabios, magos y reyes veneran a un recién nacido-, más allá de la posición social -en un pesebre por cuna-, más allá de la incertidumbre de encontrar o no lo que buscaban, más allá del peligro de la maldad de tantos Herodes, manifiestan la universalidad de un mensaje de salvación para todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Pedimos y esperamos recibir lo pedido como si fuésemos merecedores de todo. «Hemos sido muy buenos, -nos enseñan desde pequeños-, nos traerán muchos regalos». Pero los regalos son dones, son libertad de quien los otorga y no mérito propio. Además, son gratuitos, nada interesados.
Por puro don, recibimos la vida, el cuidado de muchos, la naturaleza que nos sostiene, la belleza sobrecogedora de las cosas, el amor de las personas, palabras indulgentes y compasivas y las acciones de bondad que nos hacen mejores. Puro don. Creemos que nos lo merecemos y ello nos incapacita para el agradecimiento. La gratitud es salvadora. Por eso comienzo a escribir otra carta: Queridos Reyes Magos...
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