La Graílla

Pacto de ficción

Para entender la Feria hay que asumir durante una semana que en la titularidad de las casetas se dice toda la verdad y que las bases se cumplen

El paisano (18/5/2024)

La literatura empezó a perderse cuando hicieron fortuna una clase de libros que se vendieron por quintales de peso y que lograron que la gente los tomara por grandes descubrimientos históricos. En los primeros años de este siglo tuvo fama una novela conspirativa ... sobre la genealogía de Cristo que muchos se bebieron y en la que vieron la respuesta que tanto tiempo estuvieron esperando a las 'mentiras' de la Iglesia, pero 'El Código Da Vinci' no era más que una ficción y, según los testimonios de muchos de los que se atrevieron, bastante mala como artefacto creativo y poco rigurosa en lo histórico.

Cuando caló a ciertas capas poco acostumbradas a la lectura la tomaron por alguna revelación trascendente. No habían leído cómo Pepe Carvalho, al quemar un libro, respondía a quien le preguntaba si lo hacía porque no era bueno: «Es extraordinario, pero es mentira, como toda la literatura». Se puede disfrutar o sufrir, pero por lo general la historia de los personajes, aunque tengan base real, termina cuando llega la última página y se cierra el tocho hasta el siguiente producto o la próxima obra de arte. El lector que sabe lo que hace firma un pacto con el autor para seguir lo que cuenta, y puede hasta llorar por los personajes, pero nunca olvida que nacieron en la mente de una persona para vivir en las cabezas de otras.

Para entender la fiesta que hoy termina en el páramo del Arenal haría falta acogerse a las cláusulas de eso que en literatura se llama el pacto de ficción. Se pisa el albero, se mira el nombre de las casetas y se asume que dicen la verdad y que las bases se hacen cumplir. Con el nombre de Feria de Nuestra Señora de la Salud se da por bueno que algo más del diez por ciento de quienes pisan la fiesta sabe algo de aquella vieja devoción, conoce el lugar en que se venera, y que alguien fuera de una asociación y de la gente de las tradicionales se preocupa de su misa. Hasta se olvidará por una semana que después de una inundación permaneció durante largos años en un almacén municipal sin que nadie pareciera inquietarse.

Cuando aparecen rótulos y escudos de cofradías, peñas y asociaciones se creerá, como hicieron Don Quijote y Sancho cuando el caballero subió de la cueva de Montesinos y el escudero regresó de entrevistarse con Dulcinea, que detrás de la barra y en la cocina hay hermanos y socios tal y como se dice.

El que escuche aquella cantinela rosista de la Feria abierta tendrá que pensar que uno tiene derecho a sentarse en la caseta que han sufragado algunos cientos de socios con su cuota mensual, porque lo contrario sería privatizar. En el caso de la caseta llamada La Prensa la credulidad tiene que ser triple: se debe asumir que en la Feria de Córdoba no se usa a las mujeres para atraer al público masculino, que en el sitio decide algo la asociación que figura como titular y que esa entidad tiene entre los que ejercen el oficio de su nombre una representatividad superior a cero.

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